Lamentablemente no se pueden cerrar los ojos ante lo que sucede, y lo que aquí sucedió hace ocho días no le había sucedido a ningún Ayuntamiento de nuestra ciudad desde que lo es. Y van a tener que suceder muchas cosas, y todas muy buenas, para que lo sucedido se disculpe, ya que olvidarse no podrá, pues, como todo lo que nos pasa, se ha convertido en parte de nuestra historia.
La sala de Cabildos municipal no es, ni aspira a ser, la plaza pública, aunque en una de ellas hayan ocurrido las primeras asambleas de los ciudadanos griegos. De entonces a acá muchos cambios al respecto han sucedido, y en esta sala se celebran audiencias; se constituye en tribunal de justicia y se resuelven los asuntos a él sometidos. A ella se cita, también, a nuestros mejores hombres para honrarlos si viven, o hacerles homenaje, en caso de que hayan fallecido.
Lo ocurrido pudo ser porque a pesar de ser ese salón lo que es, se le tiene sin vigilancia, no sé desde cuándo, quizá desde siempre, acaso desde los últimos días, o el o los vigilantes no sirven para maldita la cosa dando oportunidad de que todo mundo pueda entrar, ande por allí como Pedro por su casa y lo use para lo que le pegue la gana como las que acaban de llevar a cabo en él un bataclán, en recuerdo de sus mejores tiempos aunque no de media noche, como hubiera correspondido, y eso hay que agradecerles, sino de medio día.
El Departamento de Seguridad que tan bien se inaugurara, cosa que aquí hemos reconocido, se durmió en sus laureles y, al parecer, la susodicha sala no tenía a esas horas vigilancia alguna, pero, al parecer tampoco nadie, con suficiente autoridad para hacer guardar el orden a las señoras que formaban el grupo protestante, había llegado a sus oficinas, digo, porque peor es suponer que, estando alguno no se hiciera presente para impedirlo.
Por lo demás, este es un ejemplo, de que se está perdiendo la paciencia. Se la harían perder los otros, y a éstos les toca pagar las consecuencias, como sea, las nuevas autoridades deben ser cumplidas con sus citas, y si a una persona o a un grupo se les cita a determinada hora, a esa hora debe estar quien lo haya citado para atenderlos; que para eso son las agendas, para no empalmar compromisos y ponerlos en el brete de atender a unos y a otros hacerlos esperar, pues debe recordarse que nadie es más que nadie, al menos, aunque lo sepamos imposible, esa es la impresión que se persigue dar y hay que hacer lo imposible por alcanzarla.
Se dice que el primer “round” lo ganaron aquel día las antagonistas al conseguir de las autoridades que se les deje bailar con sus clientes en los sitios donde algunas trabajan como meseras. Es decir, que pronto se verán varios rumbos de la ciudad convertidos en pequeñas zonas de tolerancia. A menos de que quienes dijeron que estaba bien, acepten que estuvo mal y, con vergüenza y todo se desdigan. En fin, lo anterior no quiere decir que falte talento, aunque sí carácter, y lo único que no está permitido cometer es dos veces el mismo error. ¡Tan bien que íbamos!