Tenemos los mexicanos fama de flojos, reputación que no es nueva, que ya les adjudicaban, antes de los salarios mínimos y esas conquistas, empleadores que, por unos pocos pesos, les hacían trabajar de sol a sol. Fácilmente puedes imaginar los pocos pesos que serían aquéllos, cuando con los mínimos, les pareció haberse sacado la lotería que llamaron conquista.
La verdad, al menos en aquellos tiempos, flojos no eran. Que en aquellas jornadas extremas, algunas de ellas con el sol a plomo, de vez en cuando encontraran a algunos con los brazos cruzados echándose un respirito, ¡óyeme, pues si sólo eran de carne y hueso! y mal alimentados para acabarla de amolar.
Si fueran flojos no se hubieran ido al otro lado por miles cada año, a sabiendas de que iban a un país que jamás paga un centavo que no haya sido desquitado con un trabajo bien hecho. Y los que no los imitan, no es por flojos sino por que no tienen con qué, o por miedo a lo desconocido. Entre tanto, para ayuda de algunos mexicanos aquí se inventa el “Paquete Alcance”, que no alcanza para nada y menos estimula a nadie, pues a lo que más se parece es a una burla, apoyando a los pobres con $ 2.74 diarios por familia. ¡Hazme el favor! Pero no como éste. Como éste, ¡mejor no me ayudes, compadre!
La realidad es que de lo que están necesitados los mexicanos es de trabajos. De acuerdo con su instrucción, unos pueden crearse su propia actividad, otros conseguirla más fácilmente; los que carecen de ella necesitan que el gobierno se encargue de crear los apropiados.
Allá por los años treinta Enrique C. Treviño llevó a un señor González de la Garza, exitoso vendedor de seguros de vida, a la Escuela Comercial para que diera una plática estimulante a sus alumnos próximos a graduarse. Nos contó su vida, de la que nada recuerdo, pero, sí su mensaje. Su mensaje fue que todo hombre tenía al alcance de su mano el éxito, con sólo trabajar, trabajar y más trabajar, a diario. Coincidentemente, toda aquella generación fue una generación exitosa.
Pero, los pobres, aquéllos a quien la vida no les dio oportunidad de estudiar, los que no tienen más que sus manos para ganársela, necesitan que el gobierno haga obras, muchas obras, constantemente obras, por todos lados, a lo largo y a lo ancho de México, única forma de que esos brazos hoy inútiles vuelvan a ser y sentirse útiles, recobrando la dignidad perdida.
No se cansa el señor Presidente de decir que México está bien; dice, incluso, que se tiene una buena reserva económica. Pero, ¿cómo puede estar bien cuando dos o tres millones de mexicanos no están orgullosos de ser mexicanos, porque nadie que sufra hambre puede estar orgulloso de ello? En cuanto a los demás, ¿cómo podemos sentirnos orgullosos de las reservas de nuestro país, cuando sabemos que no nos sirven para salvar del hambre a muchos mexicanos.
Aquí mismo, en Torreón, ¿cuántos empleos menores pudieran crearse, aún cuando fueran temporales, si se recorrieran sus calles y lugares públicos, se reportara todo aquello que pudiera mejorarse, aunque fuera sólo en limpieza? Y no sólo en el centro, también en las colonias aledañas. ¿Por qué no probar?