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Pequeñeces / Turismo

Emilio Herrera

Desde hace mucho tiempo, al menos desde los años treinta, he venido escuchando eso de que nuestra ciudad no es una ciudad turística, dando como razón que nada tiene para enseñar, afirmación que es una verdad a  medias, pero, con la que muchos están de acuerdo.*  Por supuesto que eso de nada es mucho afirmar. Algo se tiene  siempre. Que no se considere, o que no se vea es otra cosa. Y si no dentro de la ciudad, lo suficientemente cerca como para ir a ver y volver en un  día, lo que permite disfrutar por la noche de la comodidad de nuestros  hoteles.

Tenemos, por ejemplo, nuestros atardeceres, que ya los quisieran  otras ciudades. Lo que pasa es que nuestras autoridades en todo ese  tiempo (de los treinta a los dos mil han pasado setenta años) no han hecho un mirador apropiado para disfrutarlos. La Plaza de Armas pudiera ser el  sitio ideal, rediseñándola, desarbolándola, haciendo de ella un hermoso  jardín abierto que permitiera ver cómodamente la caída del sol y el colorido de nuestro cielo en tales momentos.

Aquí cerca está, por ejemplo, el Puente de Ojuela, al que se puede ir después de almorzar, o bien almorzando en Mapimí, para regresar después de ver y cruzar su puente colgante de 300 metros, único en el mundo y que  sirviera de modelo al Golden Gate de San Francisco, disfrutar el silencio del  sitio y admirar su inmenso valle comparable al de Asis, en Perusa, Italia. A pocos kilómetros de allí hay grutas que, si se quiere dedicar otras horas pueden verse en el mismo día.

Y por acá están las Dunas de Bilbao, y la Gruta del Tabaco y su  historia, a la que si se le agrega alguna comodidad pudiera ser visitada por más gente.

La gente no sólo visita los sitios por su antigüedad y sus iglesias. Los sitios turísticos pueden hacerse si se hace para ello un gran proyecto, del  cual realicen las autoridades correspondientes su parte cada tres años.  Claro que esos señores comen aparte pensando en grande, pero, ¿de qué otra manera sino así, se hicieron Las Vegas? Con nuestros viejos ranchos, o en los Ejidos, nadie ha pensado en hacer algo turístico para fines de  semana, presentando al citadino y a los visitantes cómo vivían los  hacendados a principio de siglo, en fin, cosas por el estilo, de manera  teatral si se quiere, pensando en lo que el visitante quisiera ver a campo abierto.

Las ciudades turísticas lo saben, el mayor atractivo de la gente es  la gente. ¿Dónde están en nuestra ciudad los cafés bien presentados con  mesas en la calle, donde los vea la gente y ella sea vista por ellos? Insisto las ciudades turísticas se pueden ir haciendo poco a poco, hasta lograr lo que se proponen. Hay que darnos cuenta de que a nosotros, por lo pronto, ya se nos fueron 70 años. Ojalá no se nos vayan otros tantos, y quienes nos sigan se encuentren entonces repitiendo que no somos una ciudad turística. Treinta años hace que se viene hablando de un estacionamiento en el centro, y aunque se ha vuelto hablar de ello, es posible que pasen estos  próximos tres años sin que tampoco se haga. Ojalá y no sea así. Ojalá y  el cambio de que se hable sea ese: el que las palabras comiencen a  convertirse en hechos.  

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