En sus páginas políticas cuenta Azorin que “Estaban una tarde en un huerto los Reyes Católicos don Fernando y doña Isabel; se hallaban con ellos muchos caballeros y damas de la corte; para solazarse y pasar el rato, idearon un juego. Había en el huerto una higuera que tenía muy pocos higos maduros; convinieron todos en que cada uno cogiese un higo y lo comiese, pero con la condición de que no lo habían de tentar antes, sino que el higo sobre el que pusieran la mano fuera a la boca sin remisión, estuviese verde o maduro.
Como había en la higuera muchos higos aneblados, la mayor parte de los circunstantes se engañaban y tenían que apencar con un higo desabrido, sin jugo y sin azúcar. Estando el concurso en este juego, acertó a entrar en el huerto, Hernando del Pulgar, cronista de sus majestades. Propusiéronle el pasatiempo y él se acercó al árbol para coger un higo. Pero, como apenas lo hubo tentado sintiera que se hallaba asaz verde, retiró prestamente los dedos y dijo sonriendo: “Enderézote.”
Hernando del Pulgar fue en esta ocasión muy agudo. Cuando vio que había errado el negocio quiso él dar a entender con esta palabra que no había sido su propósito coger el higo, sino “enderezarlo”.
Y recoge el escritor lo que se dice de los que se equivocan: “Que no es necio el que hace la necedad, sino el que, hecha, no la sabe enmendar”.
En el caso de Adolfo Aguilar Zinser su equivocación ha sido la de decir lo que dijo, sin agregar de inmediato algo que le restara importancia. Creyó herir al vecino país y al propio Bush, sin darse cuenta de que a quien personalmente hería era al señor Fox, su protector y amigo quien, por supuesto, tenía que reaccionar como reaccionó, separándolo de su cargo aunque, acaso por esa amistad que les unía, no lo separó de inmediato, sino que fijó como fecha de separación la del último del año.
Pero la gran equivocación es nombrar como embajadores a todo tipo de gente cuando debiera escogerse entre los más educados que tenemos, a los mejores. Porque con ellos, con los mejores de otros países van a convivir, a establecer relaciones, a intercambiar opiniones, a comprometerse y las palabras que intercambien entre ellos, cada una, va a tener su peso y su valor exactos y deben conocerlos.
No es cierto y hoy lo estamos viendo, que los mexicanos seamos buenos para todo; puestos administrativos es posible que todos o cualquiera puedan asumirlos, total contratan contadores reservándose la firma y pueden salir adelante; es más, hasta pueden servirles como asesores para justificar sus chanchullos, pero, ¿cómo puede nadie ser, de buenas a primeras, el representante de un país y de su gobernante?
El que tal llegue a ser, tiene que ser no sólo un diplomático de carrera sino un diplomático de primera, cosa que por supuesto Sinzer no lo es. La diplomacia es una carrera, lo ha sido siempre; en ella hemos tenido a nuestros mejores hombres; nuestros más grandes poetas lo han sido; sabían el valor de las palabras y aunque los hubo también generales de la Revolución, ellos supieron ser discretos. Lamentablemente, como dijo Horacio, “La palabra, una vez lanzada, no regresa”.