EDITORIAL Columnas Editorial Caricatura editorial

Perdonen que no me despida

Adela Celorio

El problema es que nos multiplicamos con mexicana alegría y parece que todos hemos decidido vivir aquí. Llegamos sencillitos y contentos a la capital y al rato ya estamos empujando. Somos tantos que nos rozamos. El otro problema es que los que tienen el poder procuran hacerse los distraídos y siguen sin hacer nada para frenar este desastre cotidiano.

Inamovibles y tercos, aquí medran los poderes político y económico. Pegadito a esos dos -¿dónde si no?- el eclesiástico. Asfaltamos los lagos, hicimos papel de baño con los bosques y abdicamos a la vida a favor de más periféricos, puentes y surtidores viales que nos permitan medio fluir, hasta que llegue el momento en que el tránsito se cuaje y quede convertido en un enorme bloque de chatarra.

Desmesura y alucine sería la forma de definir esta capital donde ricos y pobres respiramos la misma suciedad y padecemos la misma delincuencia. Irritados y frustrados andamos por ahí malmodiando a todo mundo hasta que alguno saca tamaño pistolón -verbigracia el oligofrénico guarura de Lucerito- y acaba con el cuadro. Ya en otras ocasiones me he referido aquí al síndrome de las ratas que consiste en la agresividad que éstas generan cuando al reproducirse se ven en la necesidad de compartir el espacio vital con un grupo numeroso de congéneres. Pues hagan de cuenta que así estamos. Un cajón de estacionamiento, el pequeño territorio callejero de los ambulantes o dos metros de avance en una calle congestionada, en ocasiones se pagan con la vida. Esto esta de la puritita fregada y lo peor que muchos piensan que ya es demasiado tarde para corregir el gigantismo.

Creen que se haga lo que se haga ya nada puede cambiar el rumbo de colisión que llevamos. Yo en cambio insisto en que esas son expresiones resignadas con que tenemos que aceptar la muerte o la enfermedad irremediable; pero que aplicadas al destino de esta mega-ciudad no son mas que el resultado de un pesimismo bien consolidado y un anticipo de suicidio colectivo. Algo así como que tuviéramos ya firmado y sellado por Dios un destino aciago y sólo nos restará decir amén. Si bien es cierto que quedan todavía muchos mexicanos que prefieren acogerse al derecho de irresponsabilidad, también lo es que ya algunos hemos descubierto que es verdad lo que dijo alguna vez R. Kipling “La jefatura de la manada reside en sus propios miembros” con mi lógica elemental se me ocurre algo así como un reparto proporcional de la población. Se me ocurre la posibilidad de encadenar a los gobernadores a su Estado para que lo conozcan y lo habiten, para que escuchen las necesidades de su gente y se pongan a trabajar en lugar de estar aquí grillando. Pienso en carreteras que nos enlacen, y en industrias y universidades que impulsen y sustenten el desarrollo de la provincia. Pienso en un proyecto urbano de largo plazo que contemple la supervivencia de esta ciudad. Y cambiando de tema, permítanme preguntarle a la cibercorresponsal que me trae entre ojos y ha vuelto a ponerme como chancla: ¿Por qué está usted tan enojada conmigo señora, no se da cuenta de que yo escribo para que me quieran y no para que me malquiera nadie? Le voy a confesar una cosa si promete no divulgarla: tengo mucho miedo de que la muerte me encuentre con las manos vacías y es por eso que ando viendo en que me ocupo para llenarlas. Perdonen que no me despida pero ya no queda espacio. adelace@avantel.net

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 46688

elsiglo.mx