En la rotonda de los coahuilenses distinguidos del panteón de Santiago en Saltillo existe un sepulcro triste y poco visitado. La tierra y el olvido se acumulan en la superficie del túmulo mortuorio, pero los restos físicos que contiene no resienten abandono ni ingratitud. Pertenecen al escritor saltillense Carlos Pereyra, acostumbrado de suyo a la indiferencia humana; el castigo que las sociedades pacatas imponen a los pensadores libres que violentan su gregarismo.
Carlos Pereyra toleró el desapego de sus coetáneos, que ignoraban sus 62 esenciales trabajos de investigación histórica y social. Fue diplomático y legislador en el porfirismo; luego en 1914 Carranza lo invitó a retornar al país, pero él escogió su voluntario exilio en aras de su libertad para escribir. Hasta su muerte (Madrid, 1942) radicó y trabajó en España. En 1948 sus restos fueron exhumados en Madrid y sepultados en Saltillo, por gestiones del escritor José Garcia Rodriguez.
Carlos Pereyra profundizó en los hechos del pasado, pero igual vislumbró el futuro. Devino visionario en dos beligerantes libros contra el histórico intervencionismo mundial de Estados Unidos: “El fracaso de la doctrina Monroe” y “El crimen de Wilson”, que en México publicó en la editorial Porrúa en 1981: valiente alegato que refiere la intrusión norteamericana en los sucesos revolucionarios mexicanos de 1910 a 1916. Los actuales sucesos en Iraq obligarían a Pereyra a lanzar un similar “yo acuso” dirigido al presidente George W. Bush.
Reproduzco uno de los capítulos del último citado libro: “Veamos a Wilson en mangas de camisa. El día 2 de junio de 1915 el presidente Wilson dice públicamente: «hace ya más de dos años que Méjico (sic) vive en un estado de revolución... El país ha sido arruinado por la guerra civil, como si le hubiera destruido un incendio... Méjico está muriéndose de hambre, y no tiene gobierno.» «Hace más de dos años», es decir antes de junio de 1913. Ahora bien, esos dos años y meses corresponden justamente a los dos años y meses que entonces llevaba Wilson como presidente de los Estados Unidos y de su intervención directa en los disturbios del país vecino, con el resultado de que México esté en revolución, de que se se arruine y de que se muera de hambre.
Hay más: Antes de haber dicho el presidente de los Estados Unidos las palabras que comento, había pronunciado las que voy a copiar. En una reunión celebrada en Indianápolis el 8 de enero de 1915, habló Wilson de este modo, haciendo la apología del movimiento destructor que aparenta lamentar en sus declaraciones del 2 de junio del mismo año: «¿Habremos de negar a los mejicanos el derecho que tienen de derramar toda la sangre que quieran?».
Al hablar así, Wilson no solamente defiende la tesis correcta de la abstención en contiendas intestinas de un pueblo independiente... Al hablar así, Wilson hace la apología de su política de intervención, llevada a efecto por el medio eficaz de proporcionar elementos a una facción contra otra facción; de apoyar con sus simpatías, consejos y recursos políticos a Fulano contra Zutano, embraveciendo la lucha con la irritación que produce indefectiblemente la presencia de un factor extraño. Cuando habla Wilson del derecho que pueden tener los habitantes de un país independiente para derramar su propia sangre en una guerra civil, está muy lejos de su ánimo respetar a México en sus extravíos o en sus desdichas. No, entiéndase bien.
Wilson defendía entonces su propia intervención en México.
La prensa inglesa, alemana, italiana, francesa y suiza habían puesto en claro que la intervención de Wilson significaba para México el caos político, la destrucción como por un incendio, el hambre y la miseria de la que hablaba el mismo Wilson en junio de 1915. Y la contestación (de Wilson) a esas críticas, formuladas principalmente por The Times de Londres; por Barzini en Le Corriere della Sera y en The Daily Telegraph; por la Koelnnischen Zeitung y por muchos escritores y estadistas norteamericanos era su infame frasesucha: «Los mejicanos tienen el derecho de derramar cuanta sangre quieran»...
«Pero si no se trata de eso objetaban a Wilson las personas que no habían perdido el sentimiento de responsabilidad ética se trata de otra cosa más grave; se trata de que usted, presidente de los Estados Unidos, está derramando esa sangre» (1) «He comenzado esta empresa y no retrocederé» dijo Wilson en su celebérrima declaración a The Saturday Evening Post. La empresa de la que habla Wilson consistía nada menos que en emancipar «al 85 por ciento del pueblo mejicano y fundar un nuevo orden de cosas basado en la libertad humana y en los derechos del hombre» (¿Dónde oímos recientemente unas palabras similares?)... Y (Wilson) llegaba a una declaración tan categórica como ésta: «Viendo que apenas empieza a destruirse la mole que pesa sobre un pueblo acostumbrado a verse regido por un grupo de depositarios de los intereses públicos, tomo el partido de abrir una brecha en esa mole, no solo con las fuerzas de mi brazo, sino con las de mi corazón, a fin de que nadie pueda restaurar la tiranía sino destruyendo el último adarme de poder con que cuento»...
El desarrollo de la guerra contra Iraq teje una alfombra de desprestigio político para el país más importante de la Tierra, por la cual llegará al derrumbe moral y económico. George W. Bush no escucha las voces de la prudencia, como tampoco las atendió Wilson a principios del siglo XX. O más lejos en la historia: Roma y sus emperadores durante la debacle del imperio, año 476 d.c. Lástima, porque a bordo del carromato sin auriga del siglo XXI viajamos en riesgo todos los humanos...
(1) Edith O´Shaughnessy, esposa del embajador de USA, escribió en su libro “A diplomatic wife in Mexico” lo siguiente: “Seguimos en México un proceso de agotamiento y ruina para desvalijar a nuestra presa... Esto es la danza de la muerte y creo que nosotros tocamos el violín”....