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Periodismo: pasión y ética

Germán Froto y Madariaga

Las formas de hacer periodismo han cambiado mucho. Una parte de esos cambios son sin duda benéficos, pues la tecnología como herramienta de trabajo facilita éste. Pero también conlleva un despegue de facetas que hicieron de este oficio uno de los más hermosos del mundo.

De manera especial resulta preocupante el que en ciertos aspectos, en términos generales, hayamos pasado del periodismo razonado, fundamentado y ético al superficial, insustancial y sin límites. Porque priva en muchos medios de comunicación la irracional consideración de que todo acotamiento de este derecho es violatorio de las garantías individuales, lo cual es falso.

Tal parecería que el periodista de hoy cree que él puede hacer lo que le venga en gana y nadie puede hacerle ni decirle nada a él.

So pretexto, por ejemplo, de que no está obligado a revelar sus fuentes, hay quien miente, inventa noticias, formula comentarios con calificativos ofensivos, calumnia y tergiversa las noticias, a pesar de lo cual su actuar permanece en la más absoluta de las impunidades.

Hasta en la forma de denominación las cosas han cambiado. Antes eran sencillamente periodistas. Ahora, merced a la profesionalización del oficio, son comunicadores, como si el calificativo de periodistas les pareciera poco.

Cierto es que ese término se reservaba originalmente para aquellos que “navegan en la piel de los días” como dijera alguna vez Ricardo Garibay, esto es, para quienes editan un periódico, pero también lo es que en ese concepto se englobaba a todos aquellos que trabajaban en los medios masivos de comunicación.

Reflexionando sobre este tema y advirtiendo la forma en que en los últimos meses se han difundido noticias en las que se hace uso de grabaciones telefónicas obtenidas ilícitamente, delaciones de conversaciones privadas y hasta publicado libros en los que se ventila sin ningún recato la vida privada de ciertos personajes de la política nacional, revisé un texto de Gabriel García Márquez en el que se aborda este asunto.

En el otoño de 1996, “El Gabo” dictó una conferencia ante la 52 asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), la que tituló: “El mejor oficio del mundo”.

Conviene recordar que García Márquez ejerció durante muchos años el periodismo e incluso abandonó sus estudios de Derecho para abrazar de tiempo completo este oficio.

Muchos de los actuales periodistas todo lo acartonan e institucionalizan. Pero hace años, como sostiene “El Gabo”, este “trabajo llevaba consigo una amistad de grupo... No existían las juntas de redacción institucionales, pero a las cinco de la tarde, sin convocatoria oficial, todo el personal de planta hacía una pausa de respiro en las tensiones del día y confluía a tomar el café en cualquier lugar de la redacción. Era una tertulia abierta en donde se discutían en caliente los temas de cada sección y se daban los toques finales a la edición de mañana”.

En mi modesta y periférica experiencia periodística muchas veces participé en ese tipo de ejercicios en los que se analizaba lo mismo la noticia más importante del día que los pros y contras de entrevistar a tal o cual persona. Y vaya que yo estaba ahí en calidad de invitado circunstancial.

En aquel entonces, el director “era un papá sabio y comprensivo”. Hoy “apenas si tiene fuerzas y tiempo para sobrevivir él mismo”.

Son innumerables los relatos en los que se cuenta la forma en que Don Antonio de Juambelz iba introduciendo a los nuevos periodistas en el “mejor oficio del mundo”. Y lo hacía así, como un padre sabio, bondadoso y comprensivo que les va mostrando a sus hijos el camino por el que habrían de transitar toda su vida.

La mayoría de los nuevos periodistas, salidos de las aulas universitarias, no aceptan que “la mejor noticia no es siempre la que se da primero, sino muchas veces la que se da mejor”. Así, por publicar con su nombre lo que consideran una noticia sensacional, la echan a perder convirtiéndola en un verdadero bodrio.

Pero lo más grave es lo que sostuvo García Márquez en aquella charla, al afirmar: “El empleo desaforado de las comillas en declaraciones falsas o ciertas permite equívocos inocentes o deliberados, manipulaciones malignas y tergiversaciones venenosas que le dan a la noticia la magnitud de un arma mortal”, amparando en una forma en la que la ética está ausente “toda clase de agravios impunes. Pero el culpable se atrinchera en su derecho de no revelar la fuente”.

Debe admitirse que por error o con dañada intención todos los días se dan a conocer noticias “voladas” en las que simplemente el periodista irresponsable utiliza las frases: “esto dijeron personas que no quisieron dar su nombre por temor a represalias”; “la mayoría de la gente opina”; “la ciudadanía considera”; “de acuerdo con información confidencial” y otras más que les permite, según ellos, decir, tornar, mentir, calumniar, injuriar, ofender o difamar sin tener que asumir las consecuencias de sus actos.

Refiriéndose al poder público, en alguna ocasión, Octavio Paz le dijo a un amigo periodista: “No te acerques mucho a él, porque es fuego que no purifica”. Lo mismo podríamos decir ahora del periodista que estima que: “Su fuente es su vida misma –sobre todo si es oficial— y por eso la sacralizan, la consienten, la protegen y termina por establecer con ella una peligrosa relación de complicidad, que lo lleva inclusive a menospreciar la decencia de la segunda fuente”.

El periodista tiene que buscar y consultar las fuentes oficiales, porque es parte de su oficio. Pero nunca debe establecer con ellas o con alguna de ellas una simbiosis tal que lo que de ahí mane sea tenido como cierto sin mayor análisis o con la dañada intención de que esa fuente siga saciando la sed noticiosa de aquél. Por desgracia, esto sucede con mucha frecuencia y en el mejor de los casos el periodista corre el serio riesgo de ser utilizado para fines que ni siquiera se imagina.

El periodismo es pasión, entrega, compromiso, vicio que se impregna en la piel y huele a vértigo y tinta. Pero al mismo tiempo coincido con “El Gabo” cuando afirma: “La ética (periodística) no es una condición ocasional, sino que debe acompañar siempre al periodismo como el zumbido al moscardón”.

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