Soñé que me sacaban a patadas de mi casa. “¡Láaaaaaaaarguese!”, me gritaban tres tipos pistola en mano y muy mal encarados. “Pero, ¿por qué?”, preguntaba entre sueños sin saber si estaba despierta o estaba siendo víctima de una de mis típicas pesadillas. “Primero porque tenemos derecho y se lo podemos probar. Aquí están los papeles. Segundo, porque no hay nadie que nos lo impida. Y tercero, porque da la casualidad que hace más de un año debe la renta. ¿Le parece poco? Por eso nos mandó el dueño pa’que la echemos pa’fuera con todo y sus chivas. Así es que a volar...”, me gritó uno de ellos. De pronto el más chaparrito de los tres, se me acercó, tomó mis manos y las ató con el cordón de la cortina. Para que quedaran bien sujetas tuvo que doblar las mangas de mi camisón de franela. En seguida y con un gesto brusco, me sentó en una silla. No lo podía creer. ¿Cómo habían entrado hasta mi habitación? ¿Cómo pudieron evitar la alarma? Todavía era de madrugada y hacía un frío espantoso. Tenía los pies helados. Estaba temblando. Nerviosa como me encontraba empecé a decirles: “Oigan, es que no tienen derecho. Esto es una violación. Pero si nada más le debo al dueño doce meses. No se vale. No es legal. Tengo que hablar con mi abogado”. No acababa de terminar mi frase cuando escuché que los tres se echaban una carcajada sumamente sonora. “¿Su abogado?: ¿Y ésta? ¿Dónde carajos creé que vive?”, les preguntó el más gordo a sus compañeros. “Ha de creer que está en las Europas. ¿Por qué no le explicas a la güerita que en este país la ley vale ¡nada!”, agregó el que tenía la piel cacariza. “¿Usted hablando de la ley? El comal le dijo a la olla. El burro hablando de orejas. Ja-ja-ja. ¿A poco es usted muy cumplidita? ¿Ya se le olvidó todos los cheques de rentas pasadas que le retacharon a mi jefe por falta de fondos? ¡Vieja abusiva! ¿Ya se le olvidó todo el predial que dejó de pagar? ¡Ratera! ¿Por qué no nos enseña sus recibos de pago? La que está fuera de la ley es usted. Por eso mi jefe ya se cansó de sus mentiras, de sus promesas. Cree que porque es güerita y porque viste trapos muy bonitos, puede usted apantallar al jefe. Además, no se olvide que en este país la ley es la del más fuerte, el que tiene más lana, es el que tiene más poder. Y usted no tiene ni en qué caerse muerta, pobre. ¿A poco cree que nuestro jefe va a tenerle miedo a la ley? ¡Ay, síiiiiii cóooooomo nooooo! A él, la ley, le hace los mandados. Por eso nos mandó pa’hacerse justicia él solito. Que le quede claro, usted es la que está en deuda con él. No él con usted. Esta es su casa y ahora se la regresa ¡a fuerzas!”.
Estaba desesperada. No sabía qué hacer. Tenía miedo. Me sentía totalmente indefensa. A esas horas de la madrugada, ignoraba a quién podía llamarle, de todos mis amigos, por teléfono para que viniera auxiliarme. Por un lado me decían que me largara y por otro me tenían atada. No entendía nada. Todo parecía tan confuso. Pensé entonces, que platicándoles tal vez podía hacerlos entrar en razón y convencerlos de su acto tan arbitrario. “Pero, ¿por qué venir en estas fechas? Todo el mundo está de vacaciones. No es el momento”. De nuevo los tres se rieron a carcajadas. Era evidente que mi estrategia estaba resultando contraproducente, entre más hablaba, más parecía provocarlos: “¡Ah qué inquilina tan chistosita! -añadió el que parecía la cabeza del grupo. “Precisamente porque estamos en estas fechas fue que se le ocurrió al jefe mandarnos pa’echarla de patitas a la calle. ¿A poco cree que iba a esperar después del Día de Reyes? ¿Qué no ve que él sigue siendo el Rey y su palabra es la ley?”. Ah, cómo le celebraron, los otros dos, el supuesto chiste, a su compañero. ¡Cómo se reían! “A él todo el mundo le tiene miedo. Por eso todos, todos se le cuadran. No tiene a nadie más arriba. ¿Por qué? Porque nomás sus chicharrones truenan. ¿Qué no ve que está perdida? La que está fuera de la ley es usted. No se haga.... Usted no ha cumplido ni con el jefe ni con sus empleados. ¿Sabe qué nos dijo el velador que está afuera de la casa? Que hacía meses no le pagaba su salario. Lo mismo nos comentó la muchacha que nos abrió la puerta. Si siguen trabajando con usted, es porque no les queda de otra.... Ella fue la que nos dijo que ya nadie quería trabajar con usted porque no pagaba. ¿Sabe qué es usted? ¡Un cheque sin fondos!”, me decía el más bajito.
Tenía razón. Estaba perdida. Pero ellos estaban actuando totalmente fuera la ley. No eran formas de venir a echarme de lo que hacía años había sido mi hogar. ¿Acaso no existía un contrato que así lo determinaba? Era cierto que no había pagado la renta en el último año, pero esas no eran maneras. También era cierto que no era una inquilina muy puntual que digamos. Pero estas irregularidades se hubieran podido ventilar, entre las dos partes, de una forma mucho más civilizada, conforme a la ley. Sin violencia. Lo más frustrante de todo, en esos momentos de mi pesadilla, es que no sabía cuáles eran los derechos que supuestamente tiene cualquier inquilino. Era exasperante. En el fondo me sentía culpable, porque en realidad no tenía defensa. No fue sino hasta esos momentos, que fui comprendiendo todos mis errores. ¿Por qué, diablos, le había rentado una casa a alguien como mi arrendatario? ¿Por qué, diablos, no me fijo en lo que firmo? ¿Por qué, diablos, no leo la letra chiquita? ¿Por qué, diablos, renté una casa tan lujosa y costosa? ¿Por qué, diablos, siempre quiero vivir más allá de mis posibilidades? ¿Por qué, diablos, siempre estoy tan endeudada? ¿Por qué, diablos, dejé crecer este problema? Y, ¿por qué diablos soy tan irresponsable y frívola?
Tantas recriminaciones me hacían sufrir aún más. De pronto me sentí en un callejón sin salida, no obstante sabía que el que estaba fuera de la ley era mi casero. Él era el que había incurrido en una arbitrariedad sin nombre. Él era el que estaba actuando con violencia. De repente en mi pesadilla, me vi haciendo mis maletas. Ropa, ropa y más ropa metía en más y más petacas. Eran muchísimas las que fui alineando una detrás de la otra. “Mire nada más güerita, cuántos trapos tiene... Con razón no le alcanza la lana. Ah, ¡carambas pura ropita fina! Ropita de marca. Por eso no le alcanza pa’ pagar a sus empleados”, me decía el cacarizo en un tono muy burlón. También por esto me sentía culpable. No tuve más remedio que irme y dejar la casa a su merced. Estaba a punto de salir del garage, cuando de pronto se me acercó la vecino de al lado y me dijo: “Señora, nos dimos cuenta de todo. Mi marido y yo estuvimos hablando por teléfono a todas las autoridades pero nadie contestó. El único oficial de guardia de la delegación que respondió nos dijo: “Ese tipo de problemas no nos corresponde”. La miré a los ojos y me sentí infinitamente abandonada y vulnerable. Al momento de arrancar, me desperté...