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Piden a UNESCO proteger restos de la muralla

EFE

BERLÍN, ALEMANIA.- Los cascotes del Muro de Berlín se convirtieron tras su caída, el nueve de noviembre de 1989, en codiciado souvenir turístico, hasta el punto de que expertos y políticos proponen que la UNESCO declare sus últimos restos patrimonio universal para impedir su total desaparición.

Apenas unos meses después de la histórica noche del nueve de noviembre, en que el Politburó germano-oriental cedió a la presión popular y abrió sus fronteras, empezó la operación de desmontaje de los 155 kilómetros de división ciudadana.

Tramo a tramo se desarmaron los bloques que, desde la construcción en 1961, habían atravesado casi dos centenares de calles y encorsetado en hormigón el sector oeste berlinés

Lo que el régimen germano-oriental llamó cínicamente un “dique de protección antifascista” desapareció a golpe de excavadoras del ejército occidental, mientras turistas o vendedores ambulantes se hacían a martillazos con fragmentos de Muro.

Visitantes ilustres, como el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas , Kofi Annan, han sido obsequiados con simbólicos pedazos del “muro de la vergüenza”, mientras que otros pujaron por los trozos más vistosos de sus “graffitis” en subastas celebradas en Mónaco y otras partes del mundo.

Catorce años después, el turista ansioso de ver algo de Muro debe recurrir al museo de la Bernauerstrasse -una de las calles partidas y “coladero” de fugitivos que saltaban al lado occidental por sus ventanas-, a los 1.3 kilómetros de Muro de la denominada East Side Gallery y a algún que otro fragmento en la moderna Potsdamerplatz.

“Incluir el Muro en la lista de la UNESCO tendría un doble sentido: implicaría un reconocimiento internacional al símbolo de la división brutal de la Guerra Fría, y obligaría a proteger como se merece lo que queda de él”, explicó Marie Nooke, directora de proyectos de la Bernauerstrasse.

De la misma opinión son los responsables de la East Side Gallery, una especie de museo al aire libre del arte espontáneo con algunos de los “graffitis” más famosos del Muro, como el “beso de tornillo” entre Leónidas Breznev y Erich Honecker.

Los autores de esas pintadas, como el iraní Kani Alavi, luchan desde hace años contra el deterioro de esa galería, que pese a estar incluida en las guías turísticas y en el patrimonio arquitectónico de la ciudad, está en un lamentable abandono.

Nooke, como el colectivo de artistas del Muro, aspiran a que prosperen los argumentos del arqueólogo Leo Schmidt, quien tras hacer un seguimiento exhaustivo de los vestigios del Muro, entregó al Senado de Berlín -Gobierno de la ciudad-estado- un dossier de 750 páginas con sus conclusiones.

Schmidt apuesta por pedir la inclusión de los restos de la muralla en el Patrimonio de la Humanidad, y sostiene que el Muro cumple al menos uno de los criterios para ello: es símbolo de un “hecho extraordinario de relevancia internacional”, como lo son Auschwitz e Hiroshima, que están en la lista de la UNESCO.

Pero el Senado berlinés no lo tiene en su agenda. “No es nuestro asunto. El Muro no sólo dividió esta ciudad, sino que también partió el país entero”, responde una portavoz del Senador de Urbanismo, Peter Strieder.

El alcalde, el socialdemócrata Klaus Wowereit, rechaza la propuesta, frente a las críticas de la oposición conservadora y la opinión de los implicados en el mantenimiento de sus reliquias.

“El Senado no quiere hablar de la cuestión, porque un reconocimiento como bien patrimonial de la Humanidad implicaría nuevos costos”, apunta Nooke.

Un Ayuntamiento al borde de la quiebra, como es el berlinés, rechaza por norma todo aquello que huela a aumento de gastos de conservación, vigilancia y mantenimiento, como lógicamente ocurriría si se reconociera a la East Side Gallery y la Bernauerstrasse como Patrimonio de la Humanidad.

“Hay muchos otros símbolos y monumentos en Alemania en la lista de espera de la UNESCO”, prosigue la portavoz del Senado.

Entre ellos, el casco antiguo de la ciudad de Ratisbona o el teatro fundado por Richard Wagner y sede del festival de ópera de Bayreuth, adonde peregrinan wagnerianos de todo el mundo.

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