El letargo de la economía mexicana y la incertidumbre geopolítica internacional han llevado a diversos sectores de la población a pedirle al gobierno un plan ?contingente? que permita alcanzar la meta del tres por ciento de crecimiento económico que planteó la administración de Vicente Fox para este año.
Los medios de comunicación, políticos y empresarios hablan de la necesidad de este plan ?emergente? que estimule la producción y la creación de empleos en México. La tentación de hacer algo, cualquier cosa, crece con el tiempo, y más cuando hemos experimentado más de dos años de estancamiento en la actividad productiva, con una disminución en el ingreso por persona en el país.
El principal peligro es que la desesperación por tener pronto resultados tangibles en el terreno económico haga presa de Fox y sus colaboradores. Que se decepcionen, sin razón, de la disciplina fiscal y monetaria, y que quieran suplirla con acciones que le den ?un rostro humano al capitalismo?, lo que comúnmente consiste en aplicar medidas populistas que a la postre son desastrosas.
Me preocupa, por ejemplo, que el presidente les haya pedido a los integrantes de su gabinete económico, así como a las cúpulas empresariales, que le propongan políticas ?novedosas? para, independientemente de lo que suceda en Estados Unidos, estimular la actividad productiva en nuestro país. Nada malo tiene evaluar el entorno, el problema está en creer que, en las condiciones actuales, podemos ir contra los vientos económicos internacionales.
Las presiones para incrementar el gasto público y crecer son muy fuertes en este año electoral, por lo que el Presidente y su equipo pueden sucumbir a la tentación de aplicar soluciones ?mágicas? que impulsen la actividad económica, por lo menos en el corto plazo, sin importarles que ello nos lleve a la inestabilidad financiera y a un tropiezo mayor de la producción y el empleo en el futuro.
Afortunadamente, la respuesta inicial de los responsables de la política macroeconómica ha sido, hasta ahora, alentadora. El Secretario de Hacienda y el gobernador del Banco de México han sido muy claros en sus mensajes en cuanto a que nuestro mejor curso de acción ante la incertidumbre global es la aplicación prudente de las políticas fiscal y monetaria, la primera orientándose a mantener el equilibrio presupuestal y la segunda a garantizar la estabilidad monetaria.
El repunte sostenido de la actividad productiva en nuestro país depende, por tanto, de lo que suceda con la reactivación económica en Estados Unidos. Ésta, a su vez, está en función de que se supere pronto la incertidumbre en el entorno geopolítico mundial.
En el muy probable caso de una guerra entre Estados Unidos e Iraq, nuestra economía estaría a merced del alcance y duración del conflicto, así como de sus repercusiones sobre la confianza de los consumidores estadounidenses y las decisiones de inversión de sus empresas. Las noticias en este sentido son, por ahora, preocupantes.
Pero aún en esas condiciones no podemos utilizar los instrumentos tradicionales de la política fiscal y monetaria para encabezar una política expansiva que contrarreste los efectos nocivos de la atonía en Estados Unidos, la incertidumbre global, y las consecuencias de una guerra prolongada. No sería prudente hacerlo porque no tenemos el margen de maniobra necesario para ello, ya que nuestros legisladores han bloqueado durante mucho tiempo cuanto intento se ha hecho para fortalecer el perfil de nuestras finanzas públicas.
Lo anterior no quiere decir que nos quedemos con los brazos cruzados. Hay mucho que podemos hacer ahora para aprovechar mejor los buenos tiempos, cuando lleguen. Nuestras autoridades y en particular nuestros legisladores, harían bien en poner más atención a las propuestas de los empresarios y las insistencias de algunos miembros del gabinete económico, en el sentido de que avancemos en la disminución de los costos de regulación y en la aprobación de reformas estructurales de verdad, y no las medias tintas que hasta ahora se han ventilado en los medios.
Estas acciones son muy positivas, pero no deben confundirse como mecanismos de estímulo de corto plazo. Ellas no se traducirían en un alza inmediata de la actividad económica, y no es conveniente crear expectativas de un crecimiento instantáneo. Los beneficios de esas reformas se sentirían a futuro, en particular cuando una vez encarrilado el proceso de recuperación, podamos registrar un ritmo de crecimiento sostenido por mucho tiempo.
Debemos, por tanto, abandonar la idea de que existen salidas fáciles a nuestros malestares económicos. Lo he dicho en diversas ocasiones: si recuperarse sanamente y salir del subdesarrollo se pudieran lograr por consensos y acciones populares que reciben la aprobación y el aplauso de todos, no habría países pobres.
En síntesis, no podemos estimular la economía en el corto plazo porque nuestros legisladores no han hecho su tarea de fortalecer nuestra estructura tributaria, mientras que hay pobreza y rezagos porque los cambios estructurales que nos ayudarían a salir de la mediocridad económica afectan intereses muy poderosos que hasta ahora han sido exitosos en bloquearlos.
Por consiguiente, nuestro mejor ?plan emergente? no es buscar soluciones mágicas, sino mantener la disciplina en el ejercicio de la política macroeconómica, confiar que los daños de un conflicto bélico sean menores y pasajeros, así como que sus repercusiones posteriores no obstaculicen la recuperación de la economía global, y dedicarnos a trabajar, en serio, en la transformación estructural de nuestra economía.
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