En una entrevista con la agencia alemana de noticias, DPA, el presidente Fox formuló una expresión con claro sentido proselitista: -A “los mexicanos que creemos en el cambio, y en seguir adelante con el cambio, un triunfo en la Cámara de Diputados del Partido Acción Nacional nos garantizará seguir adelante y no ir a una regresión, no regresar al pasado”. Claramente estaba de ese modo pidiendo el voto para su partido, en las elecciones legislativas de julio próximo.
Pero no sólo de palabra practica el Presidente la propaganda en favor de sí mismo y, por ende, de su partido. Lo hace también de obra. Por segunda vez en un mes estuvo anteayer en Hermosillo (donde al mismo tiempo que los federales habrá comicios locales, para elegir gobernador), y anunció la reducción de ciertas tarifas eléctricas, vigentes en Sonora y Baja California. El acto sería plausible por sí mismo, toda vez que la eliminación del subsidio al servicio público eléctrico, perpetrada en febrero pasado, atentó severamente contra la economía de sectores de bajos ingresos, especialmente en zonas de clima tórrido en que la climatización artificial de viviendas demanda un consumo elevado de fluido eléctrico.
Desde que se puso en vigor la tarifa resultante de rebajar el subsidio se generaron protestas. Inmediatamente, en marzo mismo, tan pronto estuvo reunido el Congreso, el Senado exhortó formalmente al Presidente a revisar el decreto respectivo. Al modo de Salinas, Fox no vio ni escuchó a los demandantes. Cuando el verano sometió a varias entidades en el norte y el sureste del país, a su abrumador agobio, la población afectada inició movilizaciones en pos de modificar una situación que la sofocaba tanto como el calor. De allí que en septiembre, reanudadas las sesiones parlamentarias, el Senado insistiera en su posición y aun fuera más allá: por mayoría de votos pidió derogar el decreto de febrero. Se hacía eco de esa manera de la airada inconformidad de no escasos sectores lastimados por la situación. Grupos de exigentes mujeres de Sonora habían viajado a la ciudad de México para demandar directamente en Los Pinos al Presidente medidas en favor de su economía. Sobra decir que Fox, listo siempre para recibir a deportistas de todo rango con quienes tomarse una fotografía, no tuvo tiempo para oír directamente la solicitud.
Pero varios meses después, cuando el calor material ha dejado su lugar al calor político, pues está en marcha el proceso electoral, súbita y generosamente, como si fuera una acción espontánea, el fruto de una conclusión a que arribó en su constante preocupación por el bienestar ciudadano, el Presidente anunció la reducción requerida, obviamente sin recordar que daba respuesta a insistentes peticiones en tal dirección.
Por añadidura, puso la desenvoltura desmadejada que agrada a un amplio sector del público al servicio de aquel propósito electoral. Quiso tomarse una foto con una señora que, entre el público que presenciaba su gira sonorense, llevaba un recién nacido en brazos. La tierna edad del chiquillo recordó a Fox la inminencia de su transformación en abuelo, lo que aprovechó para notificar que el ultrasonido ha permitido saber que el futuro nieto presidencial hace con su manita la V de la victoria. Eso dijo el Presidente, en implícita referencia a los acontecimientos electorales de este año. ¿Es lícito el activismo presidencial? No lo es si abusa de su poder, directamente, para alentar el voto por su partido. Disponer de los recursos públicos, de su posibilidad de acceso a los medios informativos en tanto que titular del Ejecutivo, de las acciones de gobierno en provecho de su partido, no sólo infringe normas legales explícitas sino que nos recuerda demasiado el ayer que el voto del 2000 quiso dejar atrás de modo radical. Pero el Presidente tiene derecho a entrar en la liza electoral patrocinando las aspiraciones de su partido, que por añadidura al concretarse pueden rendirle provecho político.
En las democracias maduras (o por lo menos añejas, como la norteamericana) nadie pone el grito en el cielo por el activismo presidencial. Practicarlo es una de las características del sistema. El presidente Bush pasó buena parte del año pasado en giras de proselitismo en favor del Partido Republicano, en todo el país con miras a la renovación legislativa y en las entidades donde hubo elecciones locales. Fue muy eficaz al poner en juego la inesperada condición de liderazgo en que lo colocaron los atentados terroristas del once de septiembre (los actos en sí mismos, y ni siquiera su capacidad de reacción, que pecó de lentitud y aun fue timorata).
Ni qué decir que en los regímenes parlamentarios es obligado para los jefes de gobierno realizar campaña en su propio beneficio y el del partido al que pertenecen, pues si pierden la mayoría pierden también la calidad de gobernantes. Y el Presidente afirma que para llevar adelante sus proyectos, las reformas estructurales que se hacen aparecer como la panacea que remediará todos los males nacionales, requiere una mayoría en la Cámara de Diputados, que se renueva en julio.
Ni siquiera es cierto que el Presidente ensanchará sus capacidades de acción con más diputados panistas. El Senado, donde el PAN no tiene mayoría, permanecerá en la misma situación en que hoy se halla. Allí seguirá, impertérrito, Manuel Bartlett, dispuesto a impedir una enmienda constitucional en materia eléctrica. De modo que, si no es ilícito, el activismo presidencial puede ser ineficaz.