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Plaza pública/Actualidad de Juárez

Miguel Ángel Granados Chapa

Manuel Camacho llevó adelante una feliz iniciativa. Organizó un “encuentro conmemorativo” para determinar la “actualidad de Juárez”. Encontró el apoyo de la Universidad Nacional, a través del Instituto de Investigaciones Jurídicas y la Facultad de Ingeniería. Esta última tiene bajo su custodia el hermoso Palacio de Minería, donde se efectuó el seminario, en que participaron 29 personas, colocadas en las más variadas posiciones en la sociedad. Todas ellas, sin embargo, acogieron con activo interés la propuesta de Camacho, sin duda porque de distintos modos y grados les preocupa el asalto al laicismo, a veces tenue, a ratos insolente, que se percibe desde tiempo atrás y ahora ha sido propiciado por un triunfalismo procedente de algunos espacios del poder, desde que Acción Nacional ganó la Presidencia de la República. Citados en orden alfabético, participaron Carmen Aristegui, Roberto Blancarte, Jorge Carpizo, Marcelo Ebrard, José Fernández Santillán, Juan Ramón de la Fuente, Patricia Galeana, Alberto Gómez, Enrique González Pedrero, Luis González y González, Miguel Ángel Granados Chapa, Andrés Henestrosa, Manuel Jiménez Guzmán, Andrés Manuel López Obrador, Miguel Marín Bosch, Enrique Márquez, Ifigenia Martínez, Javier Moctezuma Barragán, Carlos Monsiváis, Porfirio Muñoz Ledo, José Ángel Pescador, Heladio Ramírez, Ricardo Rocha, Olga Sánchez Cordero, Fernando Solana, José Woldenberg, Emilio Zebadúa y Fernando Zertuche. Todos ellos expresaron de palabra o con su presencia, su adhesión a los principios de la república federal y la separación de Iglesia y Estado.

Era un desafío aproximarse reflexivamente a Juárez, cuya figura ha sido desgastada por años de conmemoraciones retóricas en el mejor de los casos, cuando no artificiosas y rutinarias. Hasta el lenguaje empleado en su homenaje suena a falso. En un día como hoy, por ejemplo, no se festeja su nacimiento, o su aniversario, sino su natalicio, una palabra que nadie o casi nadie emplea para sí mismo o en la vida cotidiana. Su expresión más repetida no es una frase, ni siquiera una frase célebre, sino un apotegma. Por cierto, hoy que padece el mundo una guerra intervencionista, cabe recordar que la fórmula juarista: El respeto al derecho ajeno es la paz, fue escrita como parte del manifiesto redactado por Juárez a la hora de su triunfo mayor, la victoria de la república sobre el falaz y fugaz imperio, y con motivo de su regreso a la ciudad de México, el 15 de julio de 1867. Superado ese reto por los participantes, una nota común emergió de sus exposiciones: Considerar que la herencia principal de Juárez, y de los liberales de su generación, es el laicismo como eje de la convivencia nacional.

Ese laicismo está hoy amenazado por fundamentalismos y trivialidades, por el rezanderismo con que se adoba la falsa filantropía y por el embate contra la formalidad republicana. Es que la corriente política que ganó la Presidencia, más ancha y profunda que el PAN y que los Amigos de Fox, confunde la alternancia en el gobierno con la mudanza de régimen, algo que sólo puede hacerse mediante la institucionalidad que estableció Juárez. En otros ámbitos se precisa restaurar los legados juaristas.

Por mi parte, me referí a su conducta ante la prensa. Recordé que al hablar de “la bendita libertad”, como llamó Daniel Cosío Villegas a la de expresión, su análisis histórico lo hizo comprobar que durante la época de Juárez, y en general durante la República Restaurada, la prensa “fue libre, absolutamente libre, como no lo fue antes ni lo ha sido después hasta nuestros días”. Ello fue así porque a Juárez lo movía un espíritu liberal y democrático que se sujetó invariablemente a la prueba de los hechos.

Así, por ejemplo, cuando derrotó a los conservadores, al cabo de la guerra de tres años, y enunció el programa de su gobierno, ofreció un régimen de prensa que resultara enteramente opuesto al que Santa Ana, y después Comonfort, Miramón y Zuloaga, habían mantenido en vigor, que incluía la censura previa y la posibilidad de que un decreto presidencial acabara con la vida de un periódico, así, sin más. En su manifiesto del 20 de enero de 1861, por lo tanto, Juárez ofreció respetar los principios constitucionales en esta materia, que prácticamente no habían tenido vigencia. Y para los efectos de la reglamentación correspondiente, expuso una tesis que, de no ser porque temo caer en la beatería, cabría llamar la doctrina Juárez sobre la prensa, enteramente vigente al día de hoy:

“El gobierno, que no ha dictado ninguna medida represiva, que quiere marchar con la opinión, que ve en la prensa uno de los medios más a propósito para conocerla, que no teme la censura de sus actos, pues si es fundada está dispuesto a aprovecharla, ni teme tampoco a la calumnia cuando entra en su sistema de publicidad y de franca discusión, se ocupará de desarrollar el artículo constitucional en un reglamento provisorio, que le dé las más cumplidas garantías a sus antagonistas en el terreno de los debates políticos. Cree que los abusos de la prensa y sus consecuencias se exageran por los enemigos de la discusión y por los que pretenden ser infalibles. Cree que esos abusos tienen su correctivo en la misma imprenta, y está persuadido de que con la libertad, el periodismo puede llegar a ser un elemento de civilización y de progreso, y que en su libertad no sólo se interesan los derechos políticos, sino el comercio y la industria, el capital y el trabajo, la ciencia y la literatura”.

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