Provocado por calificación atribuida por el Presidente Fox a Javier Usabiaga como el mejor secretario de Agricultura de la historia mexicana, reviso la nómina de quienes han sido titulares de esa dependencia. No es un ejercicio estéril, meramente recordatorio. Puede servir para que tengamos una idea de qué esperar de ese funcionario, a la luz de los antecedentes. Y también para dilucidar los mecanismos de designación, conocidos o supuestos, y ver si guardan relación con el desempeño de los responsables de la administración agropecuaria en nuestro país.
Quizá fue el inmediatismo histórico el que llevó a Fox a aquel elogio. Comparado con los más recientes titulares de Agricultura, la todavía breve gestión de Usabiaga resulta brillante, porque al menos cuenta con un par de antecedentes que lo vinculan con el campo: su carácter de exitoso empresario agrícola y su desempeño como responsable del ramo en el gobierno estatal de Guanajuato. En cambio, más de media docena de predecesores suyos no habían tenido en ningún momento, o sólo marginalmente, relación con la producción rural. Ni Romárico Arroyo ni Francisco Labastida tenían más experiencia en la materia que las vacaciones vividas en los ranchos familiares; y aunque Arturo Warman había hecho antropología rural, apenas estuvo dos meses en la secretaría y no cuenta por eso para este análisis. Jorge de la Vega y Carlos Hank fueron rancheros de fin de semana, y aunque como gobernadores tuvieron relación directa con el campo, ni allí ni como responsables de la Conasupo adquirieron experiencia en la regulación de las actividades pecuarias.
Hasta aquí llevamos ya visto otro rasgo frecuente en el perfil de los secretarios, amén de su ajenidad o distancia con la materia de trabajo, que es la fugacidad de su estancia en esa función: de los once sexenios corridos de 1934 a 2000, sólo en cinco permanecieron los secretarios todos los seis años, como sus jefes: Marte R. Gómez, bajo Ávila Camacho; Nazario Ortiz Garza, con Alemán; Gilberto Flores Muñoz, con Ruiz Cortines; Julián Rodríguez Adame, con López Mateos; y Francisco Merino Rábago con López Portillo. Juan Gil Preciado casi completó el sexenio con Díaz Ordaz, pero meses antes de concluir fue sustituido por Manuel Bernardo Aguirre Samaniego, quien a medio sexenio de Echeverría se fue a gobernar Chihuahua. Lo reemplazó Oscar Brauer, que había tenido responsabilidades académicas y técnicas en el área, como las tuvo Rodríguez Adame. Merino Rábago y su sucesor Horacio García Aguilar acumularon experiencia en el crédito rural, y si bien el primero fue inspector de campo y conoció en vivo los problemas rurales, el segundo los vio sólo a través de la ventanilla financiera. Fue peor el caso de su sucesor, Eduardo Pesqueira, que resultó inhabilitado tras su paso por la secretaría.
En ese marco sobresale, por la conjunción de sus experiencias y por el tiempo en que se responsabilizó de la política agropecuaria, así como por su personalidad singular, el ingeniero Gómez, que fue secretario más años que nadie, pues a su ya dicha pertenencia al equipo de Ávila Camacho, hay que agregar los 14 meses que sirvió en el gobierno de su paisano tamaulipeco Emilio Portes Gil.
Gómez se graduó de ingeniero agrónomo en la Escuela Nacional de Agricultura, de la que fue dos veces director. Fue el último de la institución que despachó en San Jacinto y el primero en Chapingo, la hacienda que fue propiedad del general Manuel González, el compadre de Porfirio Díaz. En diversos puntos del nuevo domicilio, —la rectoría, la ex capilla, la puerta—Diego Rivera realizó murales de índole artística y social semejantes a los que ya había dejado en la Escuela Nacional Preparatoria y simultáneamente trabajaba en la Secretaría de Educación Pública. Desde entonces la alerta conciencia de Gómez apreció el arte mexicano, de que fue después notable impulsor y coleccionista.
Portes Gil lo designó secretario de Agricultura en su interinato y Ávila Camacho lo hizo secretario sexenal. Fue también brevemente subsecretario y secretario de Hacienda, y en la esfera estrictamente política fue diputado local y federal, senador y gobernador de Tamaulipas. Su equipaje técnico (acrecentado en Francia, poco después de graduado y en un breve exilio político en los años treinta), y aquella experiencia política lo calificaron de modo excepcional para su desempeño de 1940 a 1946. La política de fomento a las variadas formas de explotación rural, la creación de organismos propicios (como la comercializadora de café) y la innovación técnica y organizativa fueron notas sobresalientes de su gestión, presidida a lo largo de los seis años por una puntual atención de los diversos problemas. Aun después de concluida su tarea se vio en el caso de encarar lo que fue presentado no sólo como un caso de irresponsabilidad sino aun de corrupción y de traición a la patria.
En 1945 Gómez se opuso a la importación de ganado cebú procedente de Brasil. Se empeñó, en todo caso, en someter a las reses venidas de aquel país a una severa cuarentena que eliminara el riesgo de fiebre aftosa que acaso trajeran consigo. No fue escuchado, la importación se realizó, brotó aquella epizootia, fue cerrada la frontera norteamericana al ganado en pie y en canal procedente de México, y la actividad pecuaria sufrió el más duro revés de su historia. De todo ello se le acusó, no obstante la meridiana claridad de su posición. No rehusó rendir cuentas aun después de concluida su gestión.