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Plaza Pública | Aguilar Zinser

Miguel Ángel Granados Chapa

Cesado en la cancillería tras una primera descalificación presidencial, pero absurdamente mantenido en su cargo hasta el fin de año, Adolfo Aguilar Zinser reaccionó con dignidad ante una nueva, e innecesaria expresión del descontento de su ex amigo Vicente Fox. El Presidente se llamó ofendido por las palabras del delegado mexicano ante la ONU, una semana atrás y no quedó al embajador más que apresurar su salida y hacer pública su decisión al mismo tiempo o aun antes de presentarla a Tlatelolco y a Los Pinos. Educado en un ambiente de refinamiento, Aguilar Zinser incurrió en un error frecuente entre personas de su clase, consistente en asumir lenguaje vulgar sin conocer su verdadero significado. Su vecino de juventud Enrique de la Madrid (crecieron ambos en Coyoacán, en la calle de Francisco Sosa) tuvo como lema de campaña “Me cae que sí cumplo”, sin saber que él mismo estaba infiriendo una grave ofensa a su propia madre, pues tal es el sentido último de la frase que usurpó. Aguilar Zinser, a su vez, usó la expresión “Tragar camote” más de una vez sin hacerse cargo de que esa fórmula se refiere a la felación forzada, el sexo oral obligado frente a un varón, a la introducción del pene en la boca como castigo, pues.

Pero no fue esa expresión la que ofendió a muchos, sino su referencia a la condición mexicana de “Patio trasero” de Estados Unidos. El 29 de octubre, entonces sí en un tema de su competencia, Aguilar Zinser dijo a alumnos del ITAM que el voto mexicano en la ONU, ante la declaración unilateral de guerra a Iraq, se resolvió en medio de “dos argumentos: uno, que había que vender el voto de México para ganar ventaja en la relación bilateral y el otro era que había que ‘tragar camote’ porque no había razones para apoyar esa guerra”. Dos semanas después, en la Universidad Iberoamericana, en un coloquio sobre temas ajenos a su papel en el servicio exterior y que ni siquiera se refería específicamente a la relación entre México y Estados Unidos, el embajador ante la ONU sentenció: “Estados Unidos nunca ha visto a México como su socio, como lo hace con sus socios europeos. A nosotros nos ven como ‘patio trasero’... Seguiremos siendo patio trasero mientras haya alguien que piense en México que hay que tragar camote”.

Muy poco después, el presidente Fox descalificó esa expresión, mientras se hallaba en Bolivia, en la Cumbre Iberoamericana. Y unas horas más tarde, el lunes pasado, Aguilar Zinser fue separado de su cargo. Aunque fuera incomprensible que el cese no tuviera vigencia de inmediato, el tema pareció zanjado ese día. Pero el Presidente insistió en el asunto. Anteayer miércoles, en una conferencia de prensa con el presidente de Alemania, aceptó una pregunta sobre el incidente, y se consideró ofendido por la afirmación de Aguilar Zinser. No sólo la sociedad mexicana había recibido una ofensa, según el criterio presidencial, sino él mismo, como persona, la había padecido. Ante ese nuevo giro del episodio, el embajador comprendió que era indigno mantenerse en el cargo durante el plazo acordado y lo acortó por voluntad propia.

Atentos a las reglas del oficio en que se improvisó hace dos años, Aguilar Zinser cometió varios errores. Se refirió a un tema que no le concernía, pues no es el embajador en Washington sino el representante ante la ONU. Se dirá que tal distinción opera en su abono, pues al referirse a una materia ajena a su competencia ejercía la libertad de opinión que los diplomáticos no pierden durante su desempeño. Mas lo cierto es que en varios momentos en ese ejercicio Aguilar Zinser generó tensiones con el gobierno estadounidense (no al punto de que se pidiera su remoción) y hablar con desenfado de la relación bilateral no era lo aconsejable. Como miembro del servicio exterior, además, Aguilar Zinser estaba obligado a la formalidad, a presentar sus posiciones por escrito, con toda libertad pero también con rigor, porque así hable a título personal no puede despojarse de su investidura institucional.

Termina así, de modo lamentable, la relación entre Fox y Aguilar Zinser. Como su ex amigo Jorge G. Castañeda (en cuya compañía se aproximó al ahora Presidente de la República), el ex embajador en la ONU privilegió su talante y proyección personales frente a las necesidades del equipo a que perteneció.

Recibió dos encomiendas al inicio del gobierno foxista: coordinar el gabinete de orden y respeto y la consejería en seguridad nacional. No prosperó en ninguna de esas tareas, pues las reticencias de los miembros del gabinete a quienes presumiblemente debía coordinar le impidieron cumplir ese encargo.

Tan tenue y eso no obstante también tan desacatado fue su ejercicio como consejero de seguridad nacional, que cuando pidió ir a Nueva York, Fox no designó a nadie para reemplazarlo. Anunció que él mismo, el Presidente, asumiría la función (o sea que iba a ser su propio consejero). Pero es muy probable que no lo haya hecho, pues en los dos años corridos desde que se tomó esa decisión no ha hecho referencia alguna a esa competencia. Como ahora Aguilar Zinser, Castañeda se apartó de Fox en enero pasado. Pero lo hizo de un modo y con unas consecuencias muy diferentes. Si bien pretendió imponer a Fox un relevo en el gabinete de modo de continuar en él, el ex canciller realiza una iniciativa de proselitismo “por el cambio” en consonancia con el Presidente, que lo recibe a menudo, solo o como cicerone de invitados distinguidos. En cambio Aguilar Zinser quedará en el ostracismo.

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