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Plaza Pública/Diputados rectos

Miguel Ángel Granados Chapa

Puesto que los partidos incumplen sus funciones (al menos así lo cree el grueso de la población mexicana, que en una encuesta de Gobernación los colocó en el último lugar de confiabilidad), la prensa, los obispos, los empresarios se empeñan en suplirlos recomendando a los ciudadanos cómo votar. Quienes emiten prescripciones parecen considerar a los votantes como menores de edad necesitados de orientación a falta de la cual no supieran valerse por sí mismos.

Además de las recetas que los miembros del “círculo rojo” proponen a los del “círculo verde”, y de las admoniciones que so pena de pecar lanzan algunos prelados de la Iglesia (al estilo de la guía Así vota un católico, del obispo queretano), conocemos ahora las recomendaciones de la Coparmex, que el viernes pasado estableció su propio criterio sobre la elección, que incluyó una suerte de manual del votante: “Para votar, dijo el sindicato patronal, es necesario conocer y valorar no sólo los programas o plataformas políticas de los partidos, sino la calidad moral de cada candidato: sus antecedentes, su capacidad profesional, su experiencia, su honestidad y la rectitud de su vida personal y familiar, pero sobre todo su compromiso con los grandes cambios que México necesita para avanzar”.

En esta última línea brinca un pragmatismo en que cabe detenerse un momento. A la Coparmex le importa, “sobre todo”, es decir antes que todo y aun en lugar de todo, el “compromiso con los grandes cambios que México necesita para avanzar”. La organización empresarial hace suyo así el alegato foxista y lo lleva al extremo de supeditarlo todo a la voluntad de lograr las “reformas estructurales” que son como el vellocino de oro o Shangri-la: el logro o la meta, conseguidos los cuales toda bendición vendrá por añadidura. Si los legisladores renguean en su moralidad, y aun si están lisiados del alma, no importa, pues lo relevante “sobre todo” es que no estorben al Presidente en los próximos tres años.

Pero atendamos a los otros requisitos, los que pueden ser obviados si se cuenta con el principal. No está desencaminada la Coparmex al recomendar el conocimiento de los programas y plataformas. La legislación electoral, en ese mismo orden de ideas, exige de cada partido que al constituirse establezca un programa y al entrar en cada contienda lo traduzca en una plataforma aplicable al cabo del proceso electoral correspondiente. Unos y otros documentos deben estar disponibles en los partidos, y son consultables en la página web del Instituto Federal Electoral, ante el cual están registrados. Especialmente desde el próximo jueves, cuando entre en vigor la Ley de Transparencia y Acceso a la Información Pública, esa documentación será asequible y podrán los ciudadanos atender la recomendación de la Coparmex.

Cuando lo hagan, si tienen prejuicios respecto de lo que propone cada partido, y a priori los apoyan o rechazan, quedarán perplejos, pues son mayores las coincidencias que las diferencias entre los programas y las plataformas de los partidos. No es infrecuente que utilicen formulaciones semejantes y aun idénticas respecto de los grandes problemas nacionales. De cualquier modo, el ejercicio es aconsejable, para ilustrar el criterio electoral de cada quién.

Tampoco anda desencaminada la agrupación empresarial cuando pide reparar en la honestidad de los candidatos. Es una exigencia comprensible, pero ya la establece la Constitución no sólo respecto de los aspirantes a la representación popular. Según el artículo 34, para ser ciudadano no basta el factor cronológico, tener 18 años de edad, sino uno que a veces se demanda probar: “tener un modo honesto de vivir”.

En cambio, la Coparmex se arriesga a caer en un berenjenal cuando propone conocer “la rectitud” de la “vida personal y familiar” de los candidatos, porque implícitamente plantea el resbaladizo tema del entreveramiento de la vida privada y la vida pública. Planteado como lo hace la Coparmex, parece coincidir con la tesis de Olga Wornat, la célebre autora de La Jefa. La periodista argentina está “convencida de que la vida privada de las mujeres y los hombres públicos es pública —pues en la medida que sepamos más de ella entenderemos por qué actúan como lo hacen y cuál es el último significado de sus decisiones y las actitudes que adoptan...” Imagino que los dirigentes de la Coparmex rechazarían escandalizados verse en la misma línea de esta autora exitosa y eso que ella contó con la autorización de la protagonista de su libro para entrar en zonas de su intimidad. Pero proponen lo mismo, con el agravante de que quizá no todos los candidatos a diputados quisieran padecer una indagación sobre su vida personal y familiar, por considerarla asunto de su estricta y exclusiva incumbencia. Quizá no todos comparten el criterio mercadológico de que es preferible que se hable de la mercancía —o de los candidatos—, aunque sea en malos términos, a que no se hable.

Ejemplos sobran de personas que ostentan una vida familiar impoluta (para mostrar la cual muestran en sus oficinas el retrato de la esposa y los hijos al lado de un Crucifijo), y que son capaces de cualquier rapacidad para obtener una ganancia. El rasero de la moralidad personal debe ser aplicado en ámbitos diferentes de la vida social. No es determinante de la calidad de un legislador. Y es difícil de establecer, salvo si hurgamos sin respeto en los recovecos de las relaciones entre personas, algo que ha escandalizado a la pareja presidencial.

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