Hoy ocurrirá en Villahermosa un acontecimiento insólito: el ex gobernador Enrique González Pedrero, recibirá el doctorado honoris causa de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. En el todavía no periclitado por completo sistema político priista, era difícil que un mandatario estatal retornara a su lugar de origen, de donde acaso había tenido que salir sin gracia, presuroso. González Pedrero retorna en cambio y lo hace para ser honrado por la universidad local. Un añadido agrega peculiaridad a esta distinción académica: el político a quien se honra abandonó el partido desde el cual gobernó y que sigue en el poder estatal; y se unió al que ha encarnado, allí mismo, la más persistente y tenaz oposición. Y si bien la institución es autónoma, no es contraria al gobierno local, encabezado por Roberto Madrazo, bajo la advocación de Manuel Andrade.
¿Quiere todo ello decir que el gesto de la Universidad tabasqueña encierra un frío cálculo político, una intriga, una componenda, un ardid? ¿Es que el ex gobernador regresa al seno del partido que lo hizo senador la primera vez que lo fue y gobernador? ¿O es una operación de más largo alcance, una conciliación, al mismo tiempo tardía (considerando el pasado) y temprana (considerando el futuro), entre Madrazo y su pugnaz opositor Andrés Manuel López Obrador? ¿Qué tendría que ver el jefe del gobierno capitalino en esta puesta en escena? López Obrador encabezó el PRI en Tabasco cuando González Pedrero fue gobernador. Se distanciaron sin tersura pero al cabo del tiempo recuperaron la relación, al punto de que el hoy jefe de gobierno persuadió a su antiguo correligionario de marcharse del PRI, como él mismo había hecho y puso su influencia como líder del PRD para que, ahora bajo esa bandera, González Pedrero volviera al Senado. Y aunque es dueña de su propio prestigio y su propia identidad, no puede olvidarse que Julieta Campos, esposa de González Pedrero, es secretaria de Turismo del gobierno de la ciudad de México. ¿Se trata, pues, de un acto de política de campanario, o de dimensión mayor?
Hay quien lo supone, pues impera la libertad de creencias (que no se constriñe al ámbito religioso). Pero no se puede abonar un solo dato objetivo a esa versión y sí muchos, en cambio, a la contraria: se trata de un reconocimiento a la vertiente intelectual de González Pedrero, que ha alternado con su actividad política desde hace cuarenta años. Fruto reciente de su ocupación de estudioso son las mil quinientas páginas de su País de un solo hombre: el México de Santa Anna. Precisamente el marco en que se le discernió el honor académico que hoy recibe es la aparición del monumental segundo tomo de esa obra, que se acabó de imprimir en febrero pasado. Mañana mismo, también en Villahermosa, será presentado ese volumen, conforme a las tradiciones académicas y editoriales a que no es ajena la UJAT.
González Pedrero fue un diligente profesor universitario que dirigió la Escuela Nacional de Ciencias Políticas y Sociales, que en su época se transformó en Facultad, al establecerse los cursos de maestría y doctorado. Militó en el Movimiento de Liberación Nacional y, como Cuauhtémoc Cárdenas, fue miembro del consejo consultivo de la CNC. No debió ser una sorpresa, por eso, que Echeverría lo hiciera senador y luego secretario general del PRI. Dirigía el Canal 13 cuando la sucesión presidencial de 1975: “Como amigo de Mario Moya —escribió con humor— simpaticé con las perspectivas de su candidatura. Sin embargo, también al Presidente se le ocurrió que el sucesor fuera un antiguo amigo suyo y compañero de la escuela de leyes”.
Derrotadas así por primera vez sus opciones políticas, González Pedrero volvió a la Universidad. Organizó en la ENEP Acatlán un seminario para investigar la historia de la primera mitad del siglo XIX. A partir de 1977 y con presencia suya intermitente pero acopio constante de información por los miembros del seminario, se reunieron 90 mil fichas, una tercera parte de las cuales ha sido empleada por González Pedrero para la escritura —obra personal suya en que la colaboración de su esposa fue determinante— de la biografía de Santa Anna. La tarea de González Pedrero no es comparable a la de otros biógrafos del veleidoso dictador veracruzano, pues si bien ninguno de ellos prescinde del entorno en que actuó el dueño de Manga de Clavo, el que despliega González Pedrero adquiere el rango de una historia nacional durante la vida del cómico prócer, desde su nacimiento en 1794 hasta 1829 en el primer volumen (“La ronda de los contrarios”); y durante los siete años siguientes, materia del recién aparecido segundo tomo (“La sociedad del fuego cruzado”).
¿Por qué un político escribe historia? Según González Pedrero, “Refrescar la memoria histórica es un entrenamiento para la libertad. Conocer el pasado permite, a un tiempo, incorporar lo aprovechable de su legado y desactivar las trampas que nos pone en el camino la proclividad a repetir lo peor de ese pasado. Podremos liberarnos de ese pasado como fatalidad cuando seamos capaces de reincorporarlo como libertad para elegir mejor nuestro destino”.
Lejano del autoritarismo con que a menudo pretenden los gobernadores someter a las universidades, González Pedrero dotó a la de su estado de recursos y en 1987 de una nueva ley orgánica, como cumple a un universitario que, por eso, hoy es distinguido. No lo fue, con zalamería, mientras gobernaba. Lo es 15 años después, por su propio mérito.