Round para el cardenal Sandoval Íñiguez. O peor: triunfo suyo, por nocaut. Después de su demostración de fuerza dominical, me pregunto dónde está el agente del ministerio público que inicie en su contra acción penal por el presunto lavado de dinero por el que se le investiga. Más todavía: quizá debamos convencernos que es falso el oficio de la Procuraduría General de la República a la Comisión Nacional Bancaria de y Valores (Conbava) en pos de información sobre sus movimientos pecuniarios. O que leer en la primera plana de Reforma, el jueves 11 de septiembre las líneas de esa comunicación que presentan al cardenal como indiciado, con todas sus letras, fue una pura ilusión óptica. Aquí no ha pasado nada. Con habilidad que le viene de la experiencia secular de la Iglesia, el purpurado tapatío maniobró para desmantelar la tentativa de indagar sus cuentas, en relación con los negocios de José María Guardia López, su amigo dilecto, al que recomienda ante las autoridades para obtener licencia para portar armas y que es a su vez contacto para obtener gajes eclesiásticos de “la sangrienta tiranía del Caribe” como ha llamado el extremismo católico al gobierno de Fidel Castro en Cuba.
En dos domingos desbarató el cardenal el intento de investigarlo. El 21 de septiembre se hizo recibir por el Presidente de la República, en su rancho guanajuatense. Y el 28 de septiembre saludó feliz y emocionado, desde la Catedral que es asiento de su gobierno arquidiocesano, a decenas de miles de fieles que anunciaron su decisión de llegar hasta la muerte con tal de salvarlo de los embates heréticos que en vez de saber que es un Hombre de Dios sospechan que ha incurrido en la tentación de acercarse al mal. Con esos apoyos, ¿quién intentaría ceñir al cardenal arzobispo de Guadalajara al imperio de la ley?
Sólo un defecto tuvo la presión sabiamente ejercida por el miembro del colegio cardenalicio. Si alguna vez se hace público el resultado de la indagación bancaria y el arzobispo jalisciense, como argumenta, sale limpio, nadie creerá que es así porque es así, sino que tal resultado fue construido por él en las jornadas dominicales con que se defendió. En vez de esperar a que la averiguación previa dejara en claro que sus preocupaciones no son terrenas, el cardenal se apresuró a dar indicaciones de lo contrario. No habrá acción penal en su contra. Pero no sabremos si no había motivo para que de cualquier modo no se ejerciera esa acción penal. Nuestra resignación a que los poderes fácticos se impongan a la ley no debe ser tan ancha, sin embargo, que cubran también a Guardia. Confiemos en que el cardenal Sandoval Íñiguez sólo haya tratado de salvarse a sí mismo, y a su familia, pero no haya incluido en su conversación con el presidente la petición de un salvoconducto que proteja al zar del juego. En eso sí hemos de ser inflexibles. Esperemos que la impunidad no alcance a Guardia si es que, como muchos indicios señalan, no es la persona más escrupulosa que uno pueda imaginar en el cumplimiento de sus deberes legales. Esperemos que la averiguación previa continúe y motive la acción penal que aclare el alcance de los negocios de un principal concesionario de salas de juego. Esperemos, en fin, que al llegar a ese extremo tengamos noticia de las fuentes de información de la PGR que la indujeron a pedir a la Conbava un reporte sobre movimientos financieros de 16 personas en un lapso tan preciso como el estipulado, a partir de 1996.
Ya puestos a tener esperanza en información por venir, esperemos a saber si las invectivas del cardenal Sandoval contra Jorge Carpízo y Carlos Salinas se fundan en algo más que su mal carácter. De igual modo que el arzobispo de Guadalajara se escudó en un pretendido combate a su fe, por parte de funcionarios de un Estado rabiosamente anticlerical, Carpizo se resguarda tras lo contrario: la existencia de una ultraderecha activa que, pescadora gananciosa en un río revuelto, lo ha tomado como víctima propiciatoria. Si algo genuino tiene la posición del cardenal es su duda sobre la versión oficial acerca del asesinato de su predecesor. No se sigue de ella que la hipótesis de una conjura estatal para sacrificarlo corresponda con la verdad. Pero hay demasiados cabos sueltos para seguir creyendo en la tesis del fuego cruzado combinado con la confusión. El sesgo que tomó el enfrentamiento de Sandoval y Carpizo es muy conveniente para el ex procurador, que pretendió alejar los reflectores de su presunta propia irresponsabilidad para colocarlos sobre su adversario, que ahora se ha desembarazado de las luces incomodantes.
Puesto a salvo uno de los suyos, justo a la hora en que la plantilla cardenalicia mexicana se enriquece con un lugar más en el consistorio, la Iglesia mexicana, o por lo menos el Episcopado tiene el deber de atenuar la iracundia que se ha atizado con la creencia de que hay un embate contra la fe de Cristo. Nadie mejor que los obispos saben que no hay tal embate, porque el cardenal no estaba siendo investigado por sus creencias sino por sus eventuales intereses. La Conferencia Episcopal Mexicana actuará irresponsablemente si no contribuye a desalentar los ánimos fundamentalistas de quienes llaman mártir al cardenal. En muchos sectores de la sociedad las inquinas causadas por la intolerancia promovida por una iglesia asociada al poder pueden todavía generar riesgos para la convivencia. Conténtese el Episcopado con que no se aplique la ley a uno de sus obispos. No vaya más allá.