EDITORIAL Columnas Editorial Caricatura editorial

Plaza pública/NL: Restauración priista

Miguel Ángel Granados Chapa

Aunque el de Nuevo León no es el primer caso de recuperación priista de un gobierno estatal —Patricio Martínez lo consiguió en 1998 en Chihuahua—, el ascenso de J. Natividad González Parás es un símbolo y una promesa para el partido que perdió la Presidencia de la República en el 2000 y con esa derrota pareció condenado a un debilitamiento que lo conduciría más tarde o más temprano a la extinción. En los tres años recientes otros priistas ganaron gubernaturas, pero lo hicieron en estados donde dominaba su partido, con apoyo gubernamental. No así González Parás que, por añadidura, a diferencia de Fernando Ortiz Arana, que lo intentó también en Querétaro, se alzó con la victoria desde la profundidad de la derrota personal.

Por ese motivo la asunción de González Parás al gobierno de Nuevo León tiene el obvio significado local de la alternancia, y también el más remoto pero esperanzador de la restauración priista en el ámbito nacional. La elección federal de julio pasado, simultánea con la arrasadora victoria priista en Nuevo León, sirvió de estímulo poderoso al PRI para planear su regreso al poder Ejecutivo, hazaña viable desde que en aquella entidad norteña se demostró que sí se puede.

González Parás mismo, al convertirse en el gobernador de Nuevo León, y desde la elección propiamente hablando, ha quedado investido de una precandidatura presidencial que puede llegar a tener gran vigor. La tendrá, sin duda, en mayor medida de la que buscan proyectar los gobernadores que el año próximo o el siguiente saldrán de su cargo. Los más ingenuos entre ellos confunden una presunta potencia personal con la que se deriva del ejercicio de la gubernatura. No tardarán mucho en comprobar, así concluyan su función, que una cosa es ser gobernador y otra dejar de serlo. Esa será la inexorable suerte de Arturo Montiel, de Tomás Yarrington, de Manuel Ángel Núñez Soto, marcado además con el infortunio de la muerte de su esposa, cuyo suicidio ha querido ser explotado en su contra por manos anónimas pero poderosas. No es preciso que recurran a malas artes para desprestigiarlo: si bien el gobernador hidalguense resolvió encarar el verdadero modo en que su señora perdió la vida, lo hizo tardíamente y desde entonces va a la zaga de los acontecimientos. Su afán por mostrar buena relación con la familia Sañudo (hizo publicar fotografías pagadas en que su suegra aparece como invitada principal a las fiestas patrias) sólo ha contribuido a mostrarlo como temeroso de una reacción popular mezquinamente aprovechada por sus adversarios y por quienes, como su hacedor Jesús Murillo se proclamaban sus amigos y sin embargo exclamaron tras la infausta noticia de aquella muerte: ¡Se nos acabó el proyecto!, y luego han procedido en consecuencia.

González Parás será un gobernador en plena capacidad política cuando en el segundo semestre del 2005 el PRI defina su candidatura presidencial. Más aún que Roberto Madrazo, que contra viento y marea retuvo el gobierno de Tabasco, González Parás podrá mostrar a sus correligionarios que él sí sabe cómo hacerlo, cómo recuperar el poder perdido.

Para trocar su infortunio en fortuna, en sólo seis años, González Parás remozó sus alianzas, tanto locales como nacionales. Aunque el nuevo gobernador pertenece a una clase política y administradora profesional, por vínculos familiares está ligado a sectores económicos poderosos, que en 1997 decidieron apoyar de modo más decisivo a Acción Nacional, para hacer que uno de los suyos ejerciera directamente, sin intermediación, el poder ejecutivo. El experimento no fue exitoso, por lo que aquel apoyo no fue prolongado al candidato panista, el ex senador Mauricio Fernández, cuyo perfil empresarial quizá hizo temer que se reeditara la frustración del sexenio que terminaba. González Parás, en cambio fue convincente en otorgar garantías de que su gestión no se asemejaría a la de Sócrates Rizo, cuando el mal desempeño y la corrupción abrieron la puerta a la derrota priista.

Por supuesto, ya que el sector empresarial no es el gran elector en Nuevo León aunque sea determinante, González Parás y el conjunto de los candidatos reafirmaron otras alianzas con porciones de la sociedad, lo que explica el aplastante triunfo priista en los varios comicios del seis de julio. Para ello fue necesario un reagrupamiento, un sólido frente común de la clase política local, cuyos jefes aceptaron una distribución de los cargos aunque sean o parecieran de rango menor, en vez de acudir a apoyos de partidos alternos. En ello tuvo un papel determinante el factor nacional, las influencias que pusieron en práctica los poderosos a cuyo lado cursó su carrera el nuevo gobernador.

Antes de ser diputado y senador, y antes de perder en su primer intento la gubernatura, González Parás quedó adscrito a un núcleo central del salinismo, el comandado por José Córdoba Montoya, a cuyo pequeño gabinete perteneció en la segunda mitad del gobierno de Salinas, y de donde salió para la legislatura que lo introdujo en la vertiente de política electoral que hacía falta en su trayectoria. No es casual que la influencia de aquel grupo de poder se advierta hasta en la organización del gobierno: la oficina ejecutiva puesta a cargo del competente Ildefonso Guajardo remite de inmediato a las funciones que Salinas confió a Córdoba mismo.

Hasta en el dispendio de pagar los gastos a cientos de invitados para asistir a fastuosas ceremonias se percibe en Nuevo León que el PRI de veras ha vuelto.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 53489

elsiglo.mx