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Plaza pública/Por la paz y el respeto

Miguel Ángel Granados Chapa

Ciento setenta y cuatro profesores de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM —el establecimiento en que enseña el ex canciller Jorge G. Castañeda a su retorno a la sociedad civil redactaron un pronunciamiento “por la paz y el respeto a la convivencia internacional”. Consideran “muy importante” difundirlo, pues así, dicen, “contribuiríamos a manifestar nuestra unidad como nación”. Tienen razón. Helo aquí: “La comunidad académica de la Facultas de Ciencias Políticas y Sociales, atenta a los acontecimientos que amenazan desencadenar un ataque militar contra Iraq, se pronuncia: “Bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo, el gobierno de los Estados Unidos de América encubre un proyecto de dominación mundial basado en la decisión unilateral del uso de la fuerza militar. Esa postura pone en crisis los fundamentos jurídicos, políticos y morales del orden internacional y la funcionalidad de las instituciones creadas por la comunidad de naciones para hacerlos efectivos. “Ante tales circunstancias, hoy el mundo confronta situaciones en extremo paradójicas: se invoca la paz haciendo la guerra; se defiende la libertad vulnerando los derechos y la soberanía de otros pueblos ; en nombre de la democracia se niega la voluntad y el sentir de la inmensa mayoría de los pueblos del mundo, incluyendo al propio; se busca el desarme de un país como Iraq, haciendo gala de la última generación de armamento militar, e ignorando resoluciones y acuerdos que tratan de poner fin a una política armamentista, cuyo rehén principal es la humanidad; se dilapidan miles de millones de dólares en instrumentos de destrucción, mientras que miles de millones de seres humanos carecen de agua, alimentos, salud y educación. “Así, negados los recursos de la paz y la viabilidad de instancias multilaterales, el futuro del mundo parece quedar en manos de la arrogancia de una sola voluntad. “México, consecuente con los principios de su política internacional, debe insistir en la búsqueda de soluciones pacíficas en el marco de la unilateralidad y la vigencia de las instituciones mundiales. “Conscientes de que nuestra vecindad con los Estados Unidos de América compromete nuestra seguridad, recursos y soberanía, confiamos en que nuestros respectivos pueblos y gobiernos sepan mantener las formas y relaciones de respeto y convivencia en este crucial momento de la historia. “Reivindiquemos la razón, defendamos la vida sobre la muerte y la paz sobre destrucción y guerra”.

Reproduzco este llamamiento de los académicos de la FCPyS no sólo porque me fue expresamente solicitado sino porque muestra en lo fundamental un sentimiento generalizado en nuestro país. No se requiere compartir al pie de la letra su contenido para apoyar su espíritu y el cordial tono de su invocación a la paz, a la vida y a la razón.

Los partidarios de la paz no lo son necesariamente del gobierno de Bagdad y de Saddam Hussein No puede ignorarse que, más allá de los juicios de cada quién sobre su naturaleza —el presidente de México, que goza de legitimidad democrática ha podido llamarlo tirano—, Iraq ha incumplido resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU y, precisamente en nombre de la convivencia internacional hoy en riesgo, es preciso que las acate del modo incondicional con que fueron dictadas. Si se probara de manera inequívoca que mantiene un arsenal de armas de destrucción masiva, debe aceptar su eliminación. De hecho ya ha dado muestra de su voluntad en este sentido, deshaciéndose de los cohetes cuya destrucción le fue demandada por la comisión inspectora.

A nadie conviene la guerra, salvo a unos cuantos intereses. No es justo para las fuerzas armadas norteamericanas (y de los países que sin el consenso de las Naciones Unidas) lanzarlas a una pelea en que, si bien tendrán superioridad numérica, técnica y organizativa, no estarán exentos de los riesgos de muerte que entraña todo enfrentamiento armado. No es justo para el pueblo iraquí el que se bombardee e invada su suelo. Se halla lejos de vivir una vida digna pero no se le puede condenarlo por ello a perderla.

Una guerra contra Iraq, por lo demás, no será un enfrentamiento focalizado. No bastará con arrasadoras andanadas sobre las principales ciudades, las instalaciones estratégicas, los palacios de Saddam Hussein. La región misma se incendiará. Si Bagdad no tiene los arsenales que se le imputan, será un abuso avasallarlo. Si dispone de ellos, los usará por lo pronto contra sus vecinos y enemigos. De allí las reticencias de Turquía a admitir el uso de su territorio como plataforma de ataque, no obstante las ventajas financieras de que dispondría su aceptación mecánica.

El pacifismo actual no es un disfraz del antinorteamericanismo. Sin duda muchos pacifistas lo padecen. Pero no la mayoría. En México no necesitamos ni queremos enemistarnos con nuestros vecinos. Su sociedad ha generado grandes aportaciones a la historia de la humanidad, que nadie puede dejar de apreciar. Pero los valores que allí imperan han sido adoptados libremente por sus habitantes. ¿No es racional permitir a los demás que hagan lo propio, en vez de imponerles credos y conductas? Oponerse a la guerra no es un acto inamistoso hacia Estados Unidos. Al contrario. Lanzar un ataque unilateral, surgido de la impaciencia autoritaria, contra Iraq generará enconos contra aquel país, que se manifestarán de modos perniciosos e incontrolables. Con base en el más puro pragmatismo conviene impedir esos efectos.

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