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Miguel Ángel Granados Chapa

El polémico espacio radiofónico “La hora nacional” dedicó anoche su sección Vidas mexicanas a Elena Poniatowska. Nada más justo, tratándose de una periodista y narradora que en ambos campos de su creatividad ha recibido los premios y distinciones nacionales de mayor importancia, y no pocos galardones de alcance internacional. Es congruente su inclusión en un segmento del programa que se difunde todos los domingos en cadena obligatoria, ya que en este año han estado presentes allí María Izquierdo, Alfonso Reyes, Juan Soriano, Miguel León Portilla, Griselda Álvarez, Teodoro González de León, José Luis Martínez, Elena Garro, Antonio Alatorre, Octavio Paz y Martín Luis Guzmán.

También han sido tratadas allí figuras de la cultura popular, como Cri-cri, Pedro Infante, Blanca Estela Pavón y Amalia Mendoza. Llamó mi atención, sin embargo, el que hace dos domingos, el 27 de abril, el personaje en turno fuera Roberto Gómez Bolaños, conocido como Chespirito, un autor de guiones para televisión cuyas creaciones más conocidas son El Chavo del Ocho y El Chapulín Colorado. Con un título que alude a ese género de trabajo suyo, ese autor ha puesto a circular el libro ...Y también poemas. Con voz autorizada, en el suplemento Hoja por hoja se ha dicho de esa obra que “si bien muchos son meros ejercicios de aprendiz, algunos de los versos de Chespirito laten con vida propia...”.

No entro ahora discutir la permanencia de “La hora nacional” en la utilización de los tiempos oficiales. Simplemente reparo en que, si de honrar a un creador de cultura popular se trataba, ¿no habría sido pertinente ocuparse antes de Gabriel Vargas, por ejemplo, cuya sociología de la barriada en La Familia Burrón nos hizo conocernos más hace medio siglo, de modo semejante a lo hecho en el terreno musical por Chava Flores? ¿O, porqué no recordar a Peter Pérez, el genial detective de Peralvillo, de Pepe Martínez de la Vega? Cito sólo tres ejemplos de quienes, por su mayor permanencia en el gusto popular, y la originalidad de sus enfoques (de que Gómez Bolaños parece alimentarse) merecerían a mi juicio un lugar en Vidas mexicanas tanto como, y antes, que Chespirito. Señalo el hecho por mi sospecha, que puede ser rápidamente derrotada, de que ese lugar se lo haya ganado el teleguionista no por su arte en ese medio electrónico, sino por su militancia foxista, temprana y rotundamente expuesta.

Y es que la radio pública, especialmente la de un gobierno de alternancia, no puede ser regida por preferencias políticas, sino por un estricto sentido del servicio y la responsabilidad social. Tal sentido debe ejercerse a partir del conocimiento de las necesidades de comunicación expresadas por la comunidad y su oportuna atención. Tal atención no se ha prestado —no de modo cabal, al menos— a los planteamientos de los frustrados ex oyentes de la XELA, portadores de una exigencia que parece estrambótica, exótica en una sociedad dominada por toda clase de ruidos: Quieren armonía, quieren los tonos felizmente conciliados de la música de concierto, de la música clásica.

Hasta finales del 2001, la XELA había quedado reducida a ser la única emisora privada cuya programación tenía ese contenido. La oferta de ese material fue antaño tan abundante que Gabriel Zaid escribió en Letras Libres de octubre pasado, en obvia consonancia con la película de Scola, un artículo titulado Radio Paradiso.

El hecho es que XELA, que durante casi medio siglo difundió “Buena música en México”, sucumbió a las solicitaciones del mercado y mudó su programación. La frecuencia fue alquilada a quien prefirió difundir noticias sobre deportes y la pérdida de aquella programación degradó la calidad de la radio en general y la practicada por los concesionarios en particular. Superado el pasmo inicial que esa mudanza produjo, un creciente grupo de escuchas de aquella emisora dejó atrás la neurosis contemplativa, la simple queja y protesta y desde hace cerca de un año realiza actividades que conduzcan a la recuperación de ese espacio. Sobre todo, ese grupo, denominado Comité nacional de rescate de la XELA, ha producido una buena cantidad de preguntas y propuestas.

El gobierno cree haber hecho ya lo que está a su alcance. Pero es mucho menos de lo que puede hacer. Como respuesta a instancias del Conarexela, el Instituto Mexicano de la Radio incluyó en los acervos y programación de Opus 94, su emisora de música de concierto, parte de los activos de la extinta emisora. Pero eso es poco, pues redujo las tareas que ya se hacen en aquella emisora. Y se trata de aumentar la oferta de música clásica, no de achicarla. De allí que sea de atenderse una de las “ideas sueltas” que esparce aquel comité: “El IMER tiene muchas estaciones comerciales de pésima calidad. Que el IMER ceda al menos una de ellas a la nueva XELA”.

Ese instituto está modificado sus pautas de actuación. Arrendó la XEDTL, 660 AM a Ricardo Rocha, por lo que ahora escuchamos ahí periodismo radiofónico y ya no es como lo fue, “la candente, tropical, grupera y deportiva”. La antigua estación “de la hora”, XEQK, está dedicada a producciones realizadas por grupos ciudadanos. En esa línea, la XEMP, 710 AM podría ser la nueva emisora de música clásica. Ahora es “orgullosamente mexicana”, porque difunde música vernácula. Convertir su programación ¿significaría desdeñar ese contenido y a sus oyentes? No, por supuesto. Sería sólo reconocer que en el cuadrante abunda la oferta de aquella música y falta en cambio la otra.

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