Atenaceado durante largo tiempo por una enfermedad a la que resistió con notable entereza, el viernes pasado murió Rogelio Cárdenas Sarmiento, director del diario El Financiero. Todavía el viernes 18 de julio hicimos Gastón Villegas, otros amigos y yo, buenas ausencias de quien ahora acaba de fallecer. Villegas fue asesor jurídico de ese periódico especializado, y amigo entrañable de Rogelio Cárdenas. Me prometí entonces, y así lo dije a los circunstantes, que buscaría a Rogelio, para ofrecerle una palabra de aliento en su dolor. No lo hice inmediatamente, salí enseguida de la ciudad y no podré ya hacerlo nunca.
Rogelio Cárdenas Sarmiento nació en 1952 en la ciudad de México. Estudió economía en la Universidad Anáhuac, donde también enseñó algunos años. Antes de su función docente había completado su preparación formal en las universidades de Cambridge y Sussex, en la Gran Bretaña, y luego se especializó algún tiempo en economía petrolera en París. A su regreso a México, al comienzo de los ochenta, estaba listo para iniciar la empresa periodística a la que, literalmente, entregó su vida, El Financiero.
Lo hizo con el auspicio de su padre, del mismo nombre, Rogelio Cárdenas Pérez-Redondo, que fue un riguroso reportero de Excélsior, especializado en los frentes políticos. Ese nombre dio a la columna de que fue titular y en que lo reemplazaron al paso de los años Ángel Trinidad Ferreira y Francisco Cárdenas Cruz. Cárdenas Pérez Redondo dejó el periodismo cuando en diciembre de 1964 Jesús Reyes Heroles, designado director general de Pemex, lo invitó a ser director de prensa de ese organismo. Años después adquirió la desfalleciente agencia de prensa Informex, que dio paso a un servicio de información financiera y finalmente, en octubre de 1981, a El Financiero. La aparición de ese diario correspondió a una de las etapas más agitadas de la vida económica de México, cuando de administrar la prosperidad como quiso hacer el presidente López Portillo el país pasó a una de sus crisis más agudas, que tuvo sus momentos culminantes en la expropiación bancaria y el control de cambios, referirse sólo a la materia indicada por su título. Ya lo había dicho, entre otros, el propio Reyes Heroles: quien sólo sabe economía, sabe poca economía. Y lo mismo podía decirse de quien sólo proporciona información financiera. De allí que no eludiera examinar el entorno político en que se manejaba la economía. Lo hizo a través de columnas especializadas y una sección editorial marcada por la pluralidad. En esta última dio a conocer sus opiniones por ejemplo, Luis Donaldo Colosio, que alternaba con José Ángel Conchello y con Jesús Ortega, hoy líder de la fracción perredista en el Senado. Hace quince años, por si fuera poco, inauguró una sección cultural muy presente en la información de ese ramo y dirigida ahora por Víctor Roura.
Muerto su padre, Rogelio Cárdenas Sarmiento asumió la plena responsabilidad del diario, como director general acompañado por un grupo de profesionales al que otorgó plena confianza, y en que sobresale Alejandro Ramos Esquivel, director del diario, que tiene varias ediciones en ciudades de la República. A ellos les tocó resistir las graves presiones que el gobierno de Carlos Salinas ejerció contra su criterio editorial y contra su línea informativa, pues el exacto análisis técnico del periódico lo condujo a menudo a conclusiones diversas de las amañadas que Salinas solía difundir como base de su propaganda. Tales presiones consistieron en restringir el acceso del personal de El Financiero a la información oficial, en tiempos donde Internet no ofrecía aún alternativas frente a la cerrazón; cancelar publicidad que en cambio se prodigó a un periódico también especializado en economía cuya aparición fue saludada por el gobierno como una respuesta al diario de Cárdenas Sarmiento; y aun propiciar un litigio por la propiedad del título para que El Financiero tuviera que mudar su denominación. A todo eso resistió Cárdenas Sarmiento, y hasta a un cáncer contra el que luchó con una pasión vital desconocida en un hombre de condición apacible.
No puedo dejar de agradecer aquí su generosidad profesional. En varias oportunidades, al comenzar los años noventa, me invitó a escribir esta Plaza pública en su periódico. Acepté hacerlo en 1992, cuando abandoné por completo mi pertenencia a La Jornada (de que había sido subdirector y director), convencido de que no era ya la casa que contribuí a fundar. Además de la columna cotidiana, Cárdenas Sarmiento propició también que me responsabilizara de las ediciones de fin de semana, de que hasta ese momento carecía el diario, editado entonces, como ocurre de nuevo al día de hoy, de lunes a viernes. La idea era incluir dos suplementos, uno dedicado a la política y otro a la cultura. Sólo este último pudo concretarse. Humberto Musacchio, que lo dirigió, le puso por nombre Comala, en permanente homenaje a los sueños de Juan Rulfo.
Cuando los editores de El Norte me invitaron a participar, desde su nacimiento, en Reforma, el diario con que se establecerían en la ciudad de México, hablé con Cárdenas Sarmiento. Aunque no tenía en menos a su diario, comprendió la fuerza que en mi ánimo tenía la posibilidad de contar entre los fundadores del nuevo periódico y, para mitigarnos el efecto de la decisión, a sabiendas que no tendría esa provisionalidad, dijo que consideraría que estaba yo tomando vacaciones.
Ahora él mismo está disfrutando las suyas, las verdaderas.