Víctor Félix Flores Morales quedó en la antesala de San Lázaro, a donde esperaba volver. No se le dio un portazo en la nariz. Sólo está entrecerrada la puerta de acceso a la Cámara de Diputados. Si bien le va, perderá entero el primer periodo ordinario de sesiones. Pero si la suerte le es enteramente adversa, será excluido. Por eso se ha acrecentado su necesidad política de encabezar el Congreso del Trabajo, pues la sola Secretaría General del sindicato ferrocarrilero resulta para él insuficiente.
Flores ha padecido la devaluación política que afecta al sindicalismo priista en general y a su figura en particular. Por eso fue relegado a la hora de confeccionar las listas de aspirantes a una curul por la vía de la representación proporcional. Ni pensar siquiera en que la buscara en un distrito, de los que se ganan en la brega directa, por mayoría. No podría hacerlo en su natal Veracruz, pues en el puerto son crecientes las dificultades priistas para ganar cargos de representación popular. Y ni hablar en la ciudad de México, reducido como está el tricolor a la condición de tercera fuerza política. Sólo pudo ser, como en 1997, por la vía plurinominal. Pero ahora lo pusieron en el número 14 de la tercera circunscripción, un lugar que desde siempre resultaba riesgoso. Y el pasado viernes por la noche el peligro que arrostraba Flores, de no ser elegido, se concretó.
El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación anuló la elección en dos distritos, y esa decisión obligó al IFE a modificar la distribución de curules de representación proporcional, dejando pendientes dos lugares, uno de ellos el que ocupa el dirigente ferrocarrilero. Después de que en el último trimestre de este año se realicen elecciones extraordinarias en Torreón y Zamora, y según el resultado que allí se produzca, el PRI recibirá dos curules, una sola o ninguna, para completar las que su proporción de votos le ha permitido alcanzar.
De modo que Flores quedó en el aire. A fin de esperar la decisión correspondiente había conseguido aplazar la elección de presidente del Congreso del Trabajo, prevista originalmente para el ocho de agosto y para la cual no se ha lanzado todavía la convocatoria correspondiente. De igual modo que antes se benefició con la dilación, ahora está urgido de que se realice el relevo de Leonardo Rodríguez Alcaine. Se presume, porque los términos de la contienda no están definidos, que aspiran a suceder al valetudinario líder electricista además del propio Flores, el líder de los mineros Napoleón Gómez Urrutia, y el de los bancarios, Enrique Aguilar Borrego.
El primero y el último tienen en su haber su valioso servicio al gobierno en la privatización de los sectores a cuyos trabajadores dirigen. De no haber sido por su colaboracionismo, por entero alejado de los intereses de sus presuntos representados, las empresas ferroviarias y los bancos no hubieran sido apetecibles como lo fueron. Ambos poseen, en consecuencia, un vale a su favor. Pero desde la esfera gubernamental, sea la de los funcionarios de ayer o la de los de hoy, Flores excede con mucho los méritos que desde aquel mirador se requieren para conducir el languidecí ente órgano laboral más grande del país. Antes que nadie, Flores buscó a Fox, apenas presidente electo, para rendirle pleitesía de manera semejante a la que expresó a Zedillo.
Flores encarna las virtudes de colaboración que un gobierno de empresarios desea para los empresarios. Aunque el funcionario lo haya negado expresamente, de esa circunstancia se desprende la especie, o la conjetura, de que para ser designado líder del Congreso del Trabajo Flores cuenta con el apoyo del secretario Carlos Abascal. Su actuación y su imagen corresponden al ideal de la nueva cultura laboral a que aspiró el ex presidente de la Coparmex desde que encabezó el sindicato patronal.
Pero, practicante del principio filosófico a Dios rogando y con el mazo dando, el secretario Abascal no se contenta con la conversión de los líderes priistas dúctiles como Flores y los que aprobaron su proyecto de reformas laborales, sino que está construyendo su propia interlocución, un nuevo sindicalismo que por su moderación pueda ser llamado, con un anglicismo detestable pero de uso avasallador, sindicalismo light.
La semana pasada Abascal bendijo una nueva central sindical, la Confederación Auténtica de Trabajadores de la República Mexicana, que se propone practicar un sindicalismo apartidista. No nace de la nada, o de un impulso independentista de trabajadores necesitados de una nueva representación. En aplicación de un modelo ya establecido, gira alrededor de un despacho de abogados, que se convierten en dirigentes. El líder principal de la nueva Confederación, Ricardo Espinosa, ya lo era de un sindicato de transportistas. Y ahora ha recibido el esfuerzo de agrupaciones sindicales cercanas a sus empleadores, que están requeridos de una nueva configuración de sus relaciones laborales.
Véase el ejemplo de FEMSA. Mientras se mantuvo en su entorno regiomontano no necesitó un esquema de vinculación sindical distinto del que ha prevalecido en la región y ha permitido la estabilidad que a su vez dio lugar al crecimiento industrial. Pero su expansión geográfica y en nuevas áreas de negocios ha hecho que este consorcio, el número doce entre las 500 empresas más importantes de México, con ventas por 53 mil millones de pesos el año pasado, necesite un nuevo interlocutor. Ya lo tiene, es la CAT y lo apadrinó Abascal.