“Cuando un pesimista tiene que escoger entre dos males, escoge siempre los dos”.
Luis Felipe Rodríguez
La semana pasada estuvo en nuestro país el famoso economista uruguayo Enrique Iglesias, quien desde hace años es presidente del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Él y otros funcionarios de instituciones multilaterales y académicas dedicaron un buen tiempo de su estancia en México a discutir el añejo tema de la pobreza.
Me llamó la atención una afirmación de Iglesias en el sentido de que el crecimiento por sí solo no puede resolver el problema de la pobreza. Es necesario tener políticas públicas adecuadas para lograr este propósito. Latinoamérica, dijo, es prueba de que la persistencia de la pobreza obliga a una mayor intervención gubernamental en la economía.
En principio la afirmación parece correcta. Es verdad que el crecimiento por sí solo no elimina la pobreza. Pero nuestro notable economista uruguayo olvidó añadir el otro lado de la moneda: Sin crecimiento económico, la pobreza simplemente no se puede combatir.
Si la intervención del gobierno en la economía para redistribuir el ingreso fuera el arma correcta para combatir la pobreza, los países de Latinoamérica, que durante décadas han mantenido políticas fuertemente redistributivas, no tendrían la enorme pobreza que hoy los agobia. Y nuestros ciudadanos no estarían dispuestos a arriesgar la vida para ir a un país, como Estados Unidos, que tiene una menor intervención del Estado en la economía.
Una adecuada intervención del Estado en la economía puede, es cierto, generar una mejor distribución del ingreso. Esto ha ocurrido en muchos países de Europa occidental y en Canadá, cuya distribución del ingreso es marcadamente más equitativa que en Estados Unidos. El gran riesgo es que la intervención del Estado se haga tan fuerte que impida la generación de riqueza. Esto es lo que ocurrió en los países de Europa oriental durante su largo período comunista.
Felipe González, el socialista que presidió el gobierno español de 1982 a 1996, se ha percatado de la necesidad de buscar un equilibrio entre la generación de riqueza y la redistribución del ingreso: “El gran pecado de la izquierda —dijo en una plática a principios de este año- es no entender la necesidad de generar riqueza, pero el gran pecado de la derecha es no entender la necesidad de distribuir el ingreso.”
La libertad económica es una condición sine qua non para producir riqueza. Entre más intervenga el Estado en los procesos de producción, entre más restrinja la inversión productiva en campos como el petróleo o la electricidad, menor riqueza se producirá. Y si la economía no crece, cualquier intento de redistribución no logrará más que generalizar la pobreza.
Los funcionarios de gobiernos y organismos multilaterales, como Enrique Iglesias, tienen por supuesto un interés inconfesado en que se aplique nada más la última parte de la fórmula del combate a la prosperidad. Sus empleos y por ende su prosperidad personal, dependen de que haya gobiernos e instituciones como el BID, cuyo papel es redistribuir el ingreso. Hay buenas razones para pensar, sin embargo, que estas instituciones sirven más para sostener el nivel de vida de sus burócratas que para combatir realmente la pobreza.
Si los más de 80 mil millones de pesos al año que se dedican en México para combatir la pobreza —de un presupuesto gubernamental total de 1.5 billones de pesos anuales— se entregaran directamente a los más pobres, cada una de las familias mexicanas que viven en pobreza extrema recibirían unos 16 mil pesos al año. Esta cantidad sería suficiente para resolver en lo fundamental el problema de las pobreza extrema. Pero en lugar de tener una entrega directa, el dinero se queda en manos de las burocracias y muy poco llega realmente a los más pobres.
La experiencia de países como Chile, España, Irlanda, Corea del Sur, Taiwán, Singapur y Hong Kong, que han logrado superar la pobreza en las últimas décadas, es que el Estado debe dar libertad a la inversión productiva privada y concentrar sus esfuerzos en construir infraestructura y proporcionar educación. Los mexicanos no tenemos que inventar el hilo negro. Si queremos en verdad combatir la pobreza, debemos tomar las medidas para que, antes de redistribuir el ingreso, podamos generarlo.
Presiones
Cada proyecto de inversión debe ser evaluado en lo individual por su impacto ecológico. Pero me queda claro, como lo señala el CEESP, que inversiones como la de Guerrero Negro, Xcacel-Xcacelito y el aeropuerto de la ciudad de México fueron víctima de presiones políticas. Quienes han pagado la factura son los miles de mexicanos que no pudieron obtener mejores empleos.
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