En los días recientes dos movilizaciones sindicales han tomado calles y sectores principales de la ciudad de México como escenario de sus reivindicaciones. No han conseguido respuestas, ni las conseguirán, como la experiencia lo dicta. De modo inveterado los maestros de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación acampan en el centro capitalino y recorren avenidas en apoyo a demandas que, en el mejor de los casos son extemporáneas y excéntricas, en el sentido en que están fuera de lugar, pues deben plantearse en los estados de donde partió hace ya más de una semana la mayor parte de los manifestantes magisteriales.
Como también ha ocurrido antes, grupos de la CNTE tomaron por la fuerza el edificio sindical, con la pretensión de desalojar de modo permanente a quienes lo ocupan, miembros del comité nacional del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación. Arguyen los invasores que no cometen despojo, porque la sede gremial es su casa. Sí, lo es en tanto que miembros del sindicato. Pero el uso de las instalaciones corresponde a las autoridades internas del sindicato, elegidas con la formalidad del caso y reconocidas por las instancias gubernamentales. Tanto es así que hace una semana el incremento salarial de 5.5 por ciento directo al salario y 1.5 por ciento en prestaciones fue pactado por la SEP y el comité nacional.
Admitir el razonamiento de los ocupantes del edificio sindical implicaría que cualquiera de nosotros, ciudadanos comunes, podemos invadir el Palacio Nacional o el del gobierno local de donde vivamos, ya que al fin y al cabo esas edificaciones pertenecen a la sociedad de que formamos parte. Pero los responsables de su uso son los gobernantes, cuyo desempeño puede parecernos insuficiente o hasta odioso, pero a los cuales no podemos echar por la fuerza. Si estuviéramos en capacidad de hacerlo, el gobierno se constituiría en otro lugar, como no ha sido extraño que ocurra en conflictos municipales.
Sin duda tienen peso las razones que aduce el magisterio disidente en sus movilizaciones. Los salarios y las prestaciones que pagan los gobiernos federal y locales están por debajo de la consideración social (y de las expresiones retóricas) que se les manifiesta. Y la estructura de su agrupación permite que la rija un mando real diverso del formal, que le está sujeto. Por añadidura, el poder político y financiero de Elba Ester Gordillo, que ejerce tal jefatura verdadera, es ofensivo para quienes no son sus representados sino los sujetos de su dominación. Es secretaria general del PRI, operadora del Presidente de la República y colaboradora de su esposa, lo que la fuerza a anteponer y aun utilizar su capacidad de control magisterial en perjuicio de los intereses del profesorado. Su ostensible riqueza personal, que sólo pudo provenir de sus remuneraciones en la vida docente, la sindical y la política, la aleja por el monto y el origen, de los módicos recursos de las maestras promedio.
Pero yerran los disidentes en los modos de hacer valer sus razones. Cuando surgió la CNTE, hace más de veinte años, la rigidez caciquil en el sindicato obligaba a la lucha política cuerpo a cuerpo, con riesgo incluso de la vida. Aunque no por entero y no de manera uniforme en las regiones del país, esa etapa de la conquista de derechos políticos y laborales palmo a palmo abrió paso a otras formas de activismo. En ese lapso también se movió el centro de las decisiones políticas. Carece de sentido demandar aumento salarial en mayo, porque los montos disponibles fueron acordados en diciembre en la Cámara de Diputados. Ésta no es todavía “el daguerrotipo de la nación”, es decir su representación cabal, pero ya no actúa con docilidad ante el Ejecutivo, por lo que son más anchos los márgenes para su actuación.
Y en la política sindical, de igual modo que miembros de la CNTE gobiernan desde hace tiempo secciones numerosas y combativas en Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Michoacán, el Distrito Federal y ocasionalmente en otras entidades, su objetivo no puede ser otro que ganar espacios y representación en el ámbito nacional. Expulsar físicamente a Rafael Ochoa, el secretario general en la forma no significa ganar el mando del sindicato. Antes sí, como cuando Gordillo desplazó a Carlos Jongitud o éste a Carlos Olmos. Pero aquello fue posible por la acción gubernamental, que ahora es impensable.
Antes de perder provisionalmente (pues la ocupación cesará como ha concluido antes) su casa, la dirección nacional del SNTE dio sólidas garantías de apoyo al sindicato de trabajadores del gobierno capitalino para sus movilizaciones políticas. Líderes de sindicatos que contratan con la administración de la ciudad (Benito Bahena, de los tranviarios, Fernando Espino Arévalo del Metro y José Medel, de los administrativos en general) son candidatos a diputados, están en campaña y la hacen simulando perseguir fines laborales. Medel, tocayo de un antiguo campeón nacional de peso gallo (título que arrebató al Toluco López) se ha dejado influir por su nombre, y ha de creer que con jabs y ganchos al hígado aflojará a su adversario. En el símil, es un pugilista frágil, vulnerable, porque hay evidencia de sus intereses mercantiles, en el suministro de la ropa de trabajo que el gobierno debe dar a sus empleados. Elegido el 28 de octubre de 2001, simulando ser protagonista de “un cambio histórico”, su conducta hace que sus agremiados, porque lo conocen, griten ¡tongo, tongo!, ante sus movilizaciones.