En otros Diálogos hemos tratado el tema de la confianza y la gran importancia que reviste ese sentimiento de unión y motivación para el trabajo colectivo entre los gobernantes y los gobernados; de hecho, los países que tienen mayores índices de desarrollo, coincidentemente, son aquellos que disfrutan de la seguridad y credibilidad de los ciudadanos que aceptan y confían en lo que declaran y prometen sus políticos y administradores públicos.
En México los ciudadanos comunes y corrientes vivimos con un fuerte sentimiento de desconfianza que hace que nos mantengamos atentos e incrédulos ante todo aquello que nos declaran y anuncian las autoridades.
La desinformación forma parte importante de ese sentimiento de inseguridad entre la congruencia de lo que se dice y hace, dándonos pauta para no creer en las declaraciones que escuchamos a través de los medios de comunicación. Es más, cuando oímos alguna afirmación de la autoridad, de inmediato pensamos en “¿qué nos quiso decir?” y le buscamos un doble sentido, un segundo lenguaje que nos ayude a entender y prepare para resistir, de la mejor manera posible, el golpe que tememos se nos va a asestar.
El sentimiento no viene de ahora, es el resultado de años de constantes desencantos y frustraciones de los mexicanos que estamos hartos de escuchar enunciados que sabemos que no son veraces y que, en ese campo de desconfianza, pensamos que simple y sencillamente nos están engañando de nuevo.
Para poder participar de la globalización mundial se nos aseguró que era necesaria una sociedad económica y política con los vecinos del norte, de ahí nació el concepto del “Tratado de Libre Comercio entre México, Estados Unidos de Norteamérica y el Canadá”. Pronto empezaron declaraciones y contra declaraciones, unas a favor y otras en contra, asegurando verdades polarizadas que iban del blanco al negro, en medio de una campaña del Gobierno Federal que nos motivaba a aceptar y hasta nos infundía temor hacia al futuro, si no firmábamos tal convenio de negocios, muy de la mano con nuestros vecinos.
Algunos de los opositores aseguraron que México no estaba preparado para tales negociaciones y mucho menos listo para enfrentarlas con posibilidades de éxito y en igualdad de oportunidades. Inclusive nos aprendimos nombrecitos anglosajones como Nafta y Fast Track.
Recuerdo casos de mexicanos valientes que participaron en las citadas negociaciones y se opusieron a la aceptación de acuerdos específicos por encontrar grandes desventajas para nuestra nación, entre ellos el entonces director de Profesiones, licenciado Enrique Sánchez Bringas, ya finado, que previno el desastre en el campo educativo y dio su opinión y punto de vista en contrario; curiosamente, poco tiempo después, debió “dejar su puesto”.
En el tema de la agricultura escuchamos muchos argumentos en contra, algunos de ellos expresados por conocedores y estudiosos del problema del campo, catedráticos con experiencia laboral que advertían de la imprudencia que se cometería al aceptar tales acuerdos, haciendo notar la descapitalización y desventajas competitivas que nos ocasionaría en el mediano plazo.
Hoy día la realidad nos hace comprender que también tenían razón.
De ellos, dos investigadores laguneros dieron sus puntos de vista en repetidas ocasiones y ahora, de nueva cuenta, hacen comentarios y advertencias que, desde su estrado académico, suenan a avisos oportunos que no podemos desoír.
En la Revista Mexicana de Agronegocios, en la publicación correspondiente a Julio-Diciembre 2003, los doctores Alfredo Aguilar Valdés y Agustín Cabral Martell, catedráticos universitarios altamente prestigiados en su campo profesional y académico en la Comarca Lagunera y a nivel nacional, miembros del Sistema Nacional de Investigadores, publican un ensayo que han denominado: “Diálogo por una política de Estado para el campo” en la que critican fuertemente la llamada globalización con sus desastrosos resultados en política agrícola que (refiriéndose a los políticos) “en los últimos tres sexenios demostraron con claridad su ignorancia, conveniencia o incluso su perversidad en el manejo equivocado y mal intencionado y sobre todo corrupto de las acciones concretas en materia agropecuaria que en ese momento se requerían”.
Hablan de una nueva etapa de reconstrucción de la política económica agropecuaria y la necesidad de que se promueva un “nuevo movimiento profesional agropecuario” que genere profesionistas calificados y con competitividad internacional, que sumen en una gran “cruzada nacional a los mejores elementos de las nuevas generaciones”.
Comparan (lo que ya no es novedad) nuestra economía con las de otras potencias mundiales denunciando que en esos países “los agricultores en general son un grupo privilegiado, altamente atendido, los consentidos”... “por la aplicación de excelentes programas de incentivos y premios, más no subsidios paternalistas y viciados”... “a los buenos y eficientes productores que superan las metas establecidas se les premian y apoyan de manera conveniente”. ¿Qué diferentes a nosotros, verdad?
Hacen la denuncia de “actitudes perversas al promover la importación de alimentos básicos que han sido un gran negocio para una cuadrilla de políticos que traicionan a la patria con estas injustas y nefastas acciones, tan dañinas e inmorales como el narcotráfico y el comercio ilegal de armas”.
También escriben sobre lo que ellos denominan “el esclavismo” que nos generará dependencia del extranjero en cuestiones alimentarias, que nos llevarán a la pérdida de la libertad, frase que me hizo recordar a Adolfo Aguilar Zinser, ex embajador de México en la ONU, que por hablar de “patios traseros” perdió la confianza del Presidente, su trabajo como diplomático y ensombreció su futuro político.
Como en otros temas, la capacitación y el adiestramiento aparece como una grave necesidad de los mexicanos, así como generar “sinergias disciplinarias” que nos permitan alcanzar la productividad y lograr una democracia plena que supla a la que según ellos denominan “democracia rabona”.
Así como esas declaraciones, existen otras muchas de expertos en los distintos campos profesionales de interés estratégico nacional, que son desoídas y desatendidas por los administradores públicos que persiguen sus propios propósitos, que en veces se oponen al desarrollo de México. ¿Hasta cuándo vamos a entender que debemos aprender a escuchar a los que saben? ydarwich@ual.mx