“No sabe nada pero piensa que lo conoce todo. Eso apunta claramente a una carrera política”. George Bernard Shaw
La democracia no ha sido buena para la economía mexicana. De hecho, la democratización de nuestro país en las últimas décadas ha dado lugar a un resurgimiento de un muy nocivo populismo económico. Todos los partidos han compartido responsabilidad en esta tendencia. Y las pocas voces sensatas que han surgido, las que apuntan a los caminos para construir una prosperidad de largo plazo, han sido acalladas de inmediato.
El principal campo de cultivo del populismo ha sido el Congreso. Los legisladores, quizá como consecuencia de su lamentable preparación económica, han recurrido una y otra vez a las fórmulas que en el pasado empobrecieron a nuestro país. En ocasiones estas medidas han sido consecuencia de los intereses perversos de los legisladores. Pero a veces sólo se puede culpar a su ignorancia.
En su afán de mostrar independencia, y de rechazar la reforma fiscal propuesta por el presidente Vicente Fox en el 2001, por ejemplo, los legisladores aprobaron sobre las rodillas un lamentable presupuesto para el 2002 en el que incluyeron impuestos inoperantes, como el de lujo que nunca recolectó lo que pretendía pero sí generó nuevas e ingeniosas formas de evasión, y tratos especiales tan injustos como el que exentaba a los burócratas del pago de impuesto sobre la renta a bonos y gratificaciones, que el resto de los mexicanos sí debían cubrir.
De poco sirvió que unos cuantos legisladores que sí conocían los temas a discusión, como el priista Jorge Chávez Presa, le advirtieran a sus compañeros que impuestos como el de lujo serían declarados inconstitucionales en un amparo. La ignorancia o el afán de ser más populistas que sus compañeros los impulsaban a apoyar medidas insostenibles.
Al final los impuestos de lujo fueron declarados inconstitucionales y lo mismo ocurrió con las exenciones preferenciales a los burócratas. Pero de poco han servido incluso las decisiones de la Suprema Corte de Justicia, ya que los legisladores están tan ensoberbecidos que, por ejemplo, volvieron a aprobar la exención a los bonos de los burócratas a sabiendas de que ésta ya había sido rechazada por el Tribunal.
Pero ahí no ha quedado el nuevo populismo de los legisladores. El Congreso se ha negado, por ejemplo, a aprobar una ley que liberalizaría la tan necesaria inversión privada en la electricidad. Tampoco se ha tocado la obsoleta legislación sobre inversión en petroquímica, la cual supuestamente protege a la industria nacional pero que lo único que ha logrado es hacer que México importe petroquímicos y refinados que perfectamente podríamos producir aquí. La Comisión de Ciencia y Tecnología del Senado ha aprobado una medida que permitiría a una comisión gubernamental despojar, de manera discrecional, a los laboratorios farmacéuticos del gozo cabal de sus patentes con el supuesto fin de “abaratar” las medicinas y al mismo tiempo favorecer a la empresa Farmacias Similares que tiene estrechos vínculos con la familia González Torres que controla el Partido Verde. En el Senado se ha aprobado también una nueva Ley Federal de Derechos de Autor redactada estrictamente para favorecer a los líderes de las sociedades autorales, los cuales se han enriquecido ya de manera desmedida a costa de los autores y de las empresas que difunden obras artísticas.
En el momento de escribir este artículo no se conoce todavía el “acuerdo sobre el campo” que la Secretaría de Gobernación ha estado negociando con los grupos corporativistas del PRI y del PRD, pero al parecer se ha elaborado ya un documento que implicaría un retroceso de cuando menos treinta años en el proceso de apertura y modernización del campo nacional. Nadie, por supuesto, ha tenido las agallas de afrontar la verdadera causa de la pobreza del campo: la fragmentación de la tierra y la falta de derechos cabales de propiedad producto del ejido.
No nos debe sorprender que la economía mexicana esté estancada mientras que crecen vertiginosamente las de nuestros rivales, como China y Corea del Sur. La razón no es la guerra de Iraq o la debilidad de la economía estadounidense. El problema es otro y muy sencillo: el populismo se ha apoderado de nuestros políticos. Y en estos tiempos modernos ningún país que retorne al populismo, como lo estamos haciendo nosotros, puede construir una mayor prosperidad de largo plazo.
Pobreza y democracia
En su nuevo libro ¿Qué es la democracia? Giovanni Sartori advierte que la democracia no genera prosperidad. No debemos desesperar de la democracia por su incapacidad para generar prosperidad. Es mejor para un país ser pobre y democrático que pobre y no democrático.
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