“Si se va a hacer un programa de apoyo (para el campo), es importante que no distorsione los precios relativos”. Anónimo
Ahora que los grupos corporativistas están exigiendo una renegociación del Tratado de Libre Comercio para proteger el campo nacional, uno de los mayores riesgos es que se regrese al sistema que distorsionaba los precios relativos. Esto hacía que por un lado se entregaran subsidios al campo a través de los precios de garantía mientras que por el otro lado se tuvieran que dar subsidios a los productos finales, como la tortilla. Durante décadas el sistema de precios de garantía produjo una notable distorsión en el campo mexicano. El gobierno subsidiaba a los campesinos que cultivaban maíz y otros productos básicos. Una de las consecuencias era disuadirlos de realizar cultivos que pudieran tener un menor precio en un mercado competitivo. Este sistema generaba un maíz muy caro que, de distribuirse así, haría imposible que los mexicanos de menores recursos pudieran adquirir productos básicos como la tortilla. Lo que hacía el gobierno, pues, era dedicar enormes cantidades de dinero para subsidiar el producto final, la tortilla y compensar así la elevación de precios generada por el precio de garantía. El sistema, sin embargo, era terriblemente dispendioso e ineficiente. No sólo desperdiciaba los recursos gubernamentales -buena parte de los cuales se quedaban no en las manos de los campesinos sino de una enorme burocracia- sino que además, por su complejidad, propiciaba actos de corrupción.
Cuando se negoció el Tratado de Libre Comercio a principios de la década de 1990 -me dice uno de los negociadores del acuerdo- había conciencia en el Gobierno Federal de que el campo mexicano necesitaba apoyo: no podía simplemente sobrevivir a la apertura comercial. Pero era importante que este apoyo se ejerciera de manera que no provocara la enorme distorsión de precios relativos que había provocado el sistema de precios de garantía.
Por eso se ideó el Procampo, un sistema que apoyaba al agro no a través de precios artificiales de un producto en particular sino de inyecciones de dinero otorgadas directamente a cada productor por la cantidad de hectáreas que tenía. Este sistema de subsidios, sin embargo, se ha venido debilitando en los últimos años y por eso -según esta opinión- el campo se encuentra en las dificultades que hoy está viviendo. “Claro que es importante apoyar el campo -me dice este ex funcionario-. Pero si se va a hacer un programa de apoyo, es importante que no distorsione los precios relativos.” La única manera de impedir esta distorsión de los precios relativos es mantener la apertura comercial. Esto hará que los productores mexicanos vayan encauzando sus esfuerzos a aquellos bienes que puedan resultarles más rentables. Si se van a dar subsidios, éstos no pueden estar condicionados al cultivo de productos que no pueden ser competitivos. Fuera de algunas regiones de Sinaloa y Sonora, por ejemplo, el país no tiene vocación para el cultivo de granos. Condicionar el subsidio de los productores del campo al cultivo de estos productos es condenar al país a la improductividad agropecuaria.
Algunos segmentos importantes del agro mexicano han tenido un buen desempeño en los últimos años a pesar del TLC o con la ayuda del TLC. Las frutas y hortalizas son la mayor historia de éxito y es que en ellas tenemos ventajas competitivas que nunca podrán alcanzar los productores de Estados Unidos. Ahora bien, muchos productos se ven afectados no sólo por nuestro clima y suelo, sino por la excesiva fragmentación de la tierra impuesta. Pero en eso es muy poco lo que podemos hacer sin erradicar el ejido.
Lo que sería un error terrible es regresar al sistema de precios de garantía del pasado. Esto nos llevaría otra vez al callejón sin salida de fomentar la producción de bienes en los que no somos competitivos y de subsidiar productos para bajar los precios elevados artificialmente por otros subsidios. El cierre de las fronteras con Estados Unidos, por otra parte, simplemente haría que en el largo plazo los productores mexicanos perdieran un enorme mercado para beneficio de unos cuantos privilegiados.
Comparaciones
El economista Jonathan Heath me señala que no se pueden comparar las cifras trimestrales de crecimiento de México y Estados Unidos como lo he hecho. México, me dice, mide el PIB de un trimestre contra el mismo trimestre del año anterior; Estados Unidos, lo hace contra el trimestre inmediato anterior, pero con cifras desestacionalizadas y anualizadas. Si el crecimiento del PIB mexicano en el tercer trimestre del 2002 se calculara como en Estados Unidos, afirma, habríamos tenido un aumento del cuatro por ciento y no del 1.8 por ciento.