El arribo de México a la Presidencia del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas el martes pasado, abre de nueva cuenta el debate sobre la pertinencia de nuestra inclusión en dicho organismo, en los tiempos que corren. La postura más crítica considera nuestra participación como indebida, por considerarla fuente de problemas en nuestra relación con los Estados Unidos.
A toro pasado y ante la realidad de la guerra en Iraq, la solicitud inicial de nuestro ingreso Consejo se considera un protagonismo que se califica de innecesario, porque le confiere un mayor peso específico al voto mexicano. La postura pacifista de nuestra Sociedad y Gobierno contradice el ansia belicosa del gobierno del vecino país, lo que se estima ha generado un distanciamiento gratuito que pudo haberse evitado.
El argumento es respetable y digno de considerar, pero en esta situación internacional y en cualquier otra, la postura del avestruz que esconde la cabeza no constituye alternativa. Lo anterior es válido porque de acuerdo a una visión de elemental sentido común, todos los países somos responsables de generar el nuevo orden internacional, que demanda la humanidad en la actualidad y para el futuro inmediato y de largo plazo.
Es grato el que nuestro país haya sustentado a través de la historia principios pacifistas y solidarios que son motivo de orgullo. Sin embargo, el sustento de tales principios no es suficiente si no se acompaña de acciones concretas que den testimonio frente a los demás pueblos de la Tierra, y que más allá del mero discurso contribuyan a la construcción del mundo que queremos para nuestros hijos y nietos.