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Profesionales del desorden

Juan de la Borbolla R.

El pretexto es lo de menos: lo importante para estos rufianes verdaderos profesionales del desorden y el caos es salir a la calle, aprovechar cualquier tipo de manifestación tumultuaria y desde dentro de ella, amparándose en el anonimato que dan las masas, dar rienda suelta a toda la capacidad negativa que tienen para provocar la anarquismo, la violencia desenfrenada, para provocar a las fuerzas del orden público y causar daños contra cualquier persona o cosa que se les ponga enfrente.

Pareciera que no hay manera de ponerles freno a anárquicos-punks, globalifóbicos, agraristas etc., que en los últimos meses han aprovechado problemas internos de la UNAM o de otras instituciones públicas de educación superior, movimientos supuestamente campesinos ya sea en San Salvador Atenco, en Zacatecas o en Durango; problemas magisteriales en Michoacán o en Oaxaca; reuniones internacionales en Cancún o efemérides en pleno centro de la Ciudad de México para dar rienda a sus desmanes.

La inacción gubernamental ante estos estallidos de violencia organizada, sumada a la transigencia de muchos jueces y magistrados al momento de “juzgar” a estos delincuentes confesos, solamente está provocando el fortalecimiento de este tipo de rufianes y de las supuestas acciones reivindicativas que se supone propugnan, planteando para el futuro inmediato una auténtica alarma de lo que podrá suceder si se sigue actuando con tanta tibieza y falso sentido de tolerancia ante hechos que afectan sensiblemente la paz pública, la seguridad de personas y bienes y en general el Estado de Derecho.

De la demagogia a la tiranía media solamente un paso a decir de Aristóteles, puesto que aparentemente donde nadie gobierna todos gobiernan, pero eso es así repito, sólo en apariencia, dado que en realidad lo que sucede es que unos pocos, los más audaces, los más sagaces, a veces los más malvados son los que se aprovechan del aparente tumulto de una muchedumbre enardecida, sin rumbo y sin aparentes liderazgos visibles, para desde dentro de esa multitud realizar una acción contraria al bien común, que pueda significarse como forma de estallido de la violencia, de la cual ese personaje siniestro se aprovechará para conseguir sus aviesos propósitos.

Hoy la sociedad mexicana en muchos ambientes diversos está pasando por un período ya no sólo de insatisfacción contra el gobierno, sino de desencanto y hasta de contestación directa. En otros ambientes ese estado de insatisfacción respecto de la acción gubernamental se manifiesta en apatía y ausencia de todo tipo de compromiso a favor del bien común.

En ese estado de cosas es muy fácil que se busque como solución a ese oscuro panorama, salidas o bien demagógicas y populistas que consigan euforias efímeras y después crisis permanentes, o bien pretendidas salidas violentas capitalizables a fin de cuentas por los más perversos o amorales.

Por ello es que no dejan de ser preocupantes esas manifestaciones callejeras donde la anarquía, la violencia, el reto a las instituciones y el daño impune a personas y bienes públicos o privados parecieran incontrolables por la autoridad administrativa, judicial o por las fuerzas del orden público.

No podemos caer en el chantaje emocional de considerar que todo frente a la acción anárquica es reacción tiránica o totalitaria violentadora de los derechos humanos. Muchos más derechos se están poniendo en juego si se permite el imperio del desorden y la agitación.

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