Fuera de Iraq, Afganistán y ahora Turquía, en estos tiempos no existe zona más conflictiva y violenta que la frontera de México con Estados Unidos producto en buena medida del narcotráfico, el pollerismo y la corrupción policíaca.
Sin embargo, en medio de este desastre social surgen de cuando en cuando casos admirables de solidaridad ciudadana que indican que los sueños imposibles se hacen realidad cuando existe voluntad y convicción.
En Tijuana, a escasos metros de la garita internacional de Otay, nació un proyecto que conjuntó los esfuerzos de tres países con sus gobiernos, sus profesionistas, sus empresas y cientos de voluntarios y que paso a paso se consolida sin necesidad de cambios legales, reyertas entre partidos ni decretos presidenciales.
No se trata de un plan contra de la violencia que azota a la frontera mexicana, ni de un grupo armado para combatir al narcotráfico como tampoco es un consorcio destinado a rescatar a las maquiladoras de las actuales borrascas.
Hablamos de una ilusión que germinó hace más de diez años y que se ha convertido en ejemplo internacional por su dimensión social, su organización interna y por su capacidad para convocar a donantes y voluntarios de todos los colores y sabores.
El proyecto es ampliamente conocido en la región Tijuana-San Diego. Su nombre es el Hospital Infantil de las Californias, institución que ha logrado reunir más de cuatro millones de dólares en donaciones y que planea llegar a un total de veinte millones para ser concluido en los próximos cinco años.
Este proyecto fue el primero en México que realizó un teletón como el que ahora conocemos y fue pionero en establecer una fundación con carácter trinacional, antes incluso de que entrara en vigor el Tratado de Libre Comercio.
Los médicos que operan la institución son casi todos mexicanos, pero los consejeros, empresarios, donantes, voluntarios y asesores son tanto de México como de Estados Unidos y Canadá.
La meta principal del Hospital es brindar atención, servicio y calidad médica a los niños de la región, especialmente a todos aquellos que carecen de los recursos para tener accesos a las instituciones tradicionales de salud.
Se brindan también servicios médicos a niños de Estados Unidos, especialmente de origen hispano que por alguna razón carecen de seguro hospitalario o que prefieren ser atendidos con la calidad humana de las enfermeras y médicos mexicanos.
La institución realiza en estos momentos consulta externa y ciertas operaciones que no requieren hospitalización, pero el objetivo será especializarse en los ramos de ortopedia, oftalmología y rehabilitación en niños.
Una vez reunidos los siguientes diez millones de dólares arrancará la segunda etapa del Hospital Infantil de las Californias que contempla la construcción de tres quirófanos modernos, unidad de urgencias médicas, unidad de cuidados intensivos, capilla ecuménica, cafetería, tienda y áreas verdes para pacientes, entre otras cosas.
El equipo humano que soporta y opera esta institución es impresionante: Son 43 consejeros de México, Estados Unidos y Canadá; nueve miembros del Comité de Procuración de Fondos; 145 profesionales de la salud, 100 voluntarios operativos y seis asesores.
En materia financiera se cuenta con el apoyo invaluable de 240 filántropos, 394 empresas, 12 fundaciones, los gobiernos estatales y municipales de Baja California, además de decenas de personas de ambas Californias que responden con nobleza a cada llamado del Hospital.
Todo lo anterior no hubiera sido posible sin el motor y creador de este sueño, el doctor Pedro Gabriel Chong King y de una valerosa dama entregada de lleno a la causa como es la doctora Elizabeth Jones de San Diego, California.
Si en México se perdieran menos horas en los alegatos políticos y en discutir leyes que nunca se aplican, tendríamos oportunidad para brindar más tiempo y voluntad a causas que contribuyen objetivamente a mejorar el bienestar de los mexicanos.
Si en cada ciudad mexicana se promueven al menos cinco proyectos como el Hospital Infantil de las Californias, tendríamos un nuevo y radiante amanecer en nuestras comunidades. ¿Estamos listos para empezar?
El autor es licenciado en Comunicación por la Universidad Iberoamericana con maestría en Administración de Empresas en la Universidad Estatal de San Diego.
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