En este año se cumplieron 50 años de la conquista para la corona británica del pico del Monte Everest, en el Himalaya en la República de Nepal, considerado el más alto del mundo con sus 8,882 metros, por el neozelandés Sir Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay, el día 29 de mayo de 1953. A partir de entonces se han llevado a cabo más expediciones por diferentes rutas, inclusive lo lograron dos mujeres, una japonesa en 1975 y una canadiense en 1986, pero la primera vez debió ser apoteótico para sus conquistadores.
En el 50°. aniversario, Sir Hillary, ahora con sus 83 años de edad, voló a Katmandú para estar presente en las festividades organizadas por tal motivo, pasando una semana con la familia de Tenzing. Fue recibido por cientos de admiradores y periodistas en el aeropuerto y su hijo Peter, simbólicamente, hizo el ascenso en representación de su padre.
La conquista del Everest (llamado así en honor del investigador británico George Everest, los locales le siguen llamando Chomolungma), además de honores para las personas que lo han escalado, también ha traído los desperdicios que los escaladores van dejando a su paso, como los cuerpos sepultados por las avalanchas que no se pudieron recuperar, las toneladas de botellas, cuerdas, garfios, cilindros de oxígeno, teléfonos celulares, etc. Deportistas comprometidos y el gobierno nepalés tratan infructuosamente de mantener limpio el monte (tan sólo en este año se recolectaron 10 toneladas de basura), tanto por estética como por razones de salud (la gran cantidad de excremento dejado por las expediciones puede contaminar el agua de los glaciares en Nepal, India y Bangladesh).
El Monte Everest ha elevado el espíritu de los escaladores, pero, en contraparte, los escaladores han elevado el tamaño del Everest con sus desperdicios.