El domingo pasado fue beatificada la Madre Teresa de Calcuta por Su Santidad Juan Pablo II dentro de la celebración de sus 25 años de pontificado. Para el Papa, con su inestable estado de salud, debe haber sido una alegría muy grande el que Dios le haya concedido el poder dar ese lugar en los altares a una mujer que dedicó gran parte de su vida a cuidar de los pobres más pobres, de los enfermos más enfermos y de los moribundos más moribundos del planeta, y a quien , además, ?estaba unido por una gran estima y un sincero afecto?.
En el transcurso de su vida, a pesar de su humildad, la Madre Teresa siempre atrajo controversias, (aunque pocas a pesar de ser una persona tan pública), por eso no extraña que lo mismo sucediera ahora de muerta. La controversia se originó en cuanto a un milagro realizado en la India en una mujer que tenía un padecimiento tuberculoso. Médicos hindúes alegaron que el milagro no fue real, que su curación se debió a medicamentos, etc., la mujer explicó la naturaleza de su alivio atribuyéndolo a la Madre Teresa; al final la Iglesia Católica aceptó el milagro, junto a otros muchos y por eso se le beatificó.
La Madre Teresa no necesitaba de testimonios, ella fue un milagro viviente por sí sola. Nació en Albania, ingresó como religiosa en una Orden irlandesa que se dedicaba a la enseñanza. Fue enviada a la India a trabajar como maestra en un colegio privado, pero al percatarse de la pobreza extrema en que vivían la mayoría de los hindúes, abandonó el colegio y se lanzó a las calles de Calcuta a cuidar a los enfermos y desamparados, sin más apoyo que su fe en Dios. En 1950 fundó la Orden de las Misioneras de la Caridad, la que obtuvo la aceptación del Vaticano, y el resto de su vida lo dedicó a ?ser misionera, con el lenguaje universal de la caridad sin límites y exclusiones, sin preferencias, sólo hacia los más abandonados y desprotegidos?, como la llamó S.S. Juan Pablo II.
Siendo una mujer pequeñita y frágil de apariencia, su inmenso espíritu la acompañó en todas las acciones que emprendió. Además de que en 1979 se le otorgó el Premio Nobel de la Paz, a su muerte en 1997, a la edad de 87, años se le hicieron unas exequias que son consideradas como las más espectaculares del S. XX, porque a ellas acudieron los mandatarios de todo el mundo, sin excepción, a rendirle tributo de reconocimiento a sus dones como humanista por excelencia.