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Puente de Ojuela, riqueza en el olvido

Yolanda Ríos Rodríguez

Gobierno de Durango desaprovecha potencial turístico del Puente de Ojuela

TORREÓN, COAH.- Aunque podría llegar a convertirse en un gran desarrollo turístico y comercial, porque ya forma parte del patrimonio histórico y cultural de nuestro país, el Puente de Ojuela y toda la parte alta del Cerro conocido como “La India”, incluyendo el caserío de piedra calisa el Mirador, la iglesia y lo que fue un museo, se encuentran en el abandono, inexplicablemente descuidados y desaprovechados por el Gobierno del Estado de Durango y de las autoridades municipales de Mapimí.

A sólo una hora de Torreón y a dos de Durango, con buen acceso por carretera y entrada controlada a un costo de 15 pesos por persona, que se desconoce para quién son, se llega al cerro “La India”, llamado así por la comunidad de Mapimí (ya que semeja una cara femenina mirando al cielo).

El camino empedrado, sinuoso y con algo de peligro, permite que a cinco minutos se descubra un paisaje majestuoso, impresionante, que transporta hacia otro tiempo, otro espacio, donde abundó la riqueza, el trabajo y ahora sólo hay ruinas, un descuido que es evidente, una falta de interés que ofende e indigna.

Este lugar que habla de un pasado con bonanza, aparece en postales y fotografías por Internet y en revistas de zonas desérticas y joyas arquitectónicas del mundo, corre el riesgo de quedarse sólo en eso, en imágenes y en el recuerdo de los lugareños de esa región duranguense que en su juventud trabajaron en las minas.

Y es que durante los últimos diez años, ninguna autoridad le ha puesto mano a este lugar que podría ser ruinas, pero con servicios básicos.

Las tapias que en algún tiempo fueron puestos de venta o se diseñaron con ese fin, se caen a pedazos, los techos que parecen de papel, con delgadas vigas, dan referencia de algún proyecto pasado que no se concretó, que se hizo sólo para “la foto”, el olor a orines en unas pequeñas tapias habilitadas como servicios sanitarios indica la falta de agua.

Las lagartijas se pasean cerca del abandonado caserío, por sí mismo hermoso, impresionante desde cualquier ángulo que se aprecie, por un lado las matas de sotol, por otro las flores de maguey, cerca de ahí un pequeño gato montés pasa con aire felino y gracioso trepa las piedras, enormes saltamontes se pasean más adelante.

No obstante el descuido que se ve a simple vista, la presencia de las dos grandes torres que sostienen el puente como brazos maternales abiertos, semejantes a una gran puerta a la vida o a la muerte, dan la bienvenida a la gente.

A partir de ahí empieza el puente colgante que es el mejor reto para quien teme a la altura, sólo 95 metros, pero para quienes aman la naturaleza, es un regalo a la vista, el sonido del aire y la inmensidad de lo profundo, muy similar a la emoción de estar y sentir las Barrancas del Cobre o las Barrancas de la Sinforosa en el Estado de Chihuahua.

Y complementa lo que puede ser una excursión, un paseo, un viaje de investigación, la entrada a la mina, en el otro extremo del puente colgante, una visita siempre guiada y vigilada por personas oriundas del pueblo que en el recorrido con duración de una hora, hablan de lo que fue ese lugar, mitad verdad, mitad mentira, fantasía o leyenda, como se quiera interpretar, de todas maneras transporta en el tiempo, se puede oler el mineral, se escucha el martilleo de los obreros para extraer el mineral y todo lo que la imaginación permita.

Quienes visitan el lugar tienen que llevar provisiones, cuando menos agua suficiente para tomar o para atender el radiador cuando hay problemas en el vehículo y desde luego, la disposición de captar y disfrutar cada parte del cerro, del camino con curvas, del crujir la madera del puente.

Los guías refieren que al mes, el promedio de visitantes al Puente de Ojuela es de mil 500, pero hay temporadas en que la cantidad apenas llega a la mitad.

Consideran que si hubiera restaurantes, fuentes de sodas, más tianguis de artesanías, arreglados de acuerdo con el lugar, oficina de información turística, folletería, mejor pago para los vigilantes del camino, servicios médicos, mecánicos o tal vez área para acampar, todo sería diferente y ese espacio volvería a tener la bonanza de antaño.

Promesas incumplidas

“Puras promesas hemos recibido de la Secretaría de Turismo de Durango, muchas veces han venido nos preguntan, platican que hay varios proyectos para impulsar este lugar a fin de traer turistas nacionales y extranjeros, pero luego se van y lo olvidan”.

Eso ha sido siempre, dicen los pocos vendedores de artesanías que quedan en la parte alta de este sitio turístico conocido internacionalmente como el Puente de Ojuela, donde en medio de sus ruinas, aún se siente vida, historia, la emoción de las alturas, la paz de la montaña, el aire fresco que sale de las cuevas y lo impredecible de lo desconocido.

Con tranquilidad, cierto hartazgo y nada de entusiasmo, expresan algunos resignados su falta de confianza para que ahí las cosas mejoren, debido a que “parece que nadie quiere entrarle con inversión a aprovechar este lugar, ni el Gobierno del Estado y tampoco los empresarios”.

“Mire todo lo que hay aquí, que se está cayendo a pedazos, hay sanitarios que nadie atiende, que huelen a orines a distancia, abastecimiento irregular de agua por pipas, seguridad relativa porque a veces hay fallas de comunicación para la entrada y salida de vehículos por el camino de acceso, no hay velador y poco a poco esto se muere”.

Otros, con un poco más de inquietudes comerciales, aseguran convencidos de lo que hacen, que mucho se puede explotar de lo que aún queda del caserío, de las grandes tapias construidas a base de piedra calisa y que se desmoronan víctimas de la falta de mantenimiento.

Consideran que si el Gobierno del Estado de Durango se decidiera a apoyar de manera efectiva el renglón turístico, invertiría recursos en esa zona de Mapimí, Durango, “ya no sólo se preocuparía por dar a conocer a nivel internacional los espacios para la filmación de películas, el desierto y sus sobresalientes condiciones orográficas, o lo mismo la Zona del Silencio. Ahora volvería ahora los ojos a la zona del Puente de Ojuela o al lugar conocido como “Pelayo”, con sus aguas termales y sus cabañas o a las Grutas del Rosario, otro sitio de gran aventura.

La plática con los comerciantes transcurre bajo el fuerte sol después de las tres de la tarde, ellos se esfuerzan por vender las pulseras de cuarzo a diez pesos, hermosos fósiles cretácicos pulidos, que hablan de miles y miles de años en un pedazo de roca, que se puede tener en la mano como atrapando un pedazo de tiempo, algunos compran, otros sólo curiosean, preguntan en inglés o en francés, toman fotos, observan y se van.

“Ya ve cómo nos hace falta ayuda del gobierno, para que más gente conozca y aprecie este lugar y se interesen en comprar lo que dan aún las minas, las piedras de cuarzo ahumado o cristalino, la obsidiana, amatista y todas las cosas que con ellas se pueden hacer”.

Los vendedores opinan que con impulso, difusión y mejoramiento de las tapias, adecuada señalización tanto en el sinuoso camino de acceso como en la parte alta y hasta para las excursiones a las cuevas con guías, todo ese conjunto pétreo de hermosa belleza natural, el cerro con su flora y su fauna desértica, propia de las partes áridas, las circunstancias mejorarían para cientos de familias de esa región, pues se abrirían fuentes de trabajo y Durango tendría un atractivo más, que se podría disfrutar no sólo en fotos y postales.

De los nombres de los comerciantes, prefirieron no decirlo, porque “luego viene gente del municipio de Mapimí con el presidente Javier Antillón y luego nos reclaman, ya ve cómo es ese señor y lo mismo las personas de Turismo del Estado.

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