Siempre lo he dicho y hoy lo repito: Mi más valiosa pertenencia “son mis amigos”, a quienes hoy agradezco el honor de su amistad.
Nos conocimos en 1968 mientras estudiábamos la preparatoria en el Instituto Francés de La Laguna. Alto y fornido, su figura no pasaba desapercibida para nadie, y menos con sus enormes y pobladas cejas. De todos se distinguía por su aparente seriedad, rara en un chavo preparatoriano. Fue quizá su apellido inglés lo que motivó que nuestro querido maestro, don Pedro Camino (q.e.p.d) le bromeara con aquello de que “tenía sangre azul” y por ello empezó a decirle Mr. Chiffer -en alusión al azul de las famosas plumas-.
Durante la prepa platicamos seguido de nuestros planes de estudiar Odontología, y más tarde Ortodoncia. Terminada la prepa, nos presentamos en la Escuela de Odontología y vaya recibimiento que nos dieron, al decirnos que era imposible que estudiáramos en Coahuila, si habíamos hecho la prepa en el estado de Durango -y yo que había estudiado en el Francés los 12 años-. En aquel entonces nadie reparó en el hecho de que el Francés estaba en un estado diferente al que vivíamos, y por ello los que estudiamos en Gómez no podíamos entrar a ninguna escuela de Coahuila.
Fue a raíz de nuestro problema, que el Francés decidió crear en Torreón una prepa Lasallista. Meses más tarde era inaugurada en Torreón “La Salle”.
Animados por la categoría de la prepa de la que veníamos, nos fuimos a Saltillo a hablar con el rector, quien al ver nuestras calificaciones nos permitió presentar el examen de admisión, bajo la condición de que si no quedábamos dentro de los cinco mejores exámenes estábamos fuera. Jamás supimos si sacamos el segundo o el noveno, lo cierto fue que nuestros nombres aparecieron en la lista de admitidos.
Fue a partir de que entramos a Odontología, que nuestra amistad creció, y mientras a mí, la vida me sonreía, el destino de mi amigo le planteaba “tropiezo tras tropiezo”.
Terminada la Universidad, nuestros promedios nos hicieron obtener lugares preferentes a la hora de escoger plaza para hacer el servicio social, y ambos quedamos en Matamoros, Coah. -yo en el ISSSTE y él en el IMSS. Para entonces yo ya tenía asegurado mi lugar en España para estudiar Ortodoncia -como lo habíamos planeado-, mientras que para él, los planes se le vinieron abajo, la vida se le complicó, y su salud empezó a deteriorarse. Terminado el año de servicio, me fui dos años a España, mientras él se quedó trabajando en un consultorio.
Terminada mi especialidad, regresé y me encontré con que mi amigo seguía soltero, mientras la mayoría de los amigos de la raza de Odontología se habían casado -y yo también-, y quizá ello hizo que se aislara aún más de nosotros. Al poco tiempo dejó el consultorio, abandonó la odontología y decidió iniciarse en diferentes trabajos que nada tenían qué ver con aquello por lo que tanto habíamos estudiado.
Los años pasaban y su salud se deterioraba, aunque la mayoría pensábamos que se inventaba las enfermedades para llamar la atención -reflejo inequívoco de una persona que se siente sola-, pero por más que lo seguíamos invitando al grupo de amigos de la escuela, él siempre daba excusas para no ir -finalmente un día me confesó que se sentía incómodo entre puros casados-.
A partir de entonces -y aunque nos unía una gran amistad- sólo lo veía cuando Paty y yo lo invitábamos a cenar a la casa.
Un buen día, cansado de luchar contra adversidades económicas, anímicas, afectivas y de salud, mi amigo decidió rendirse, y no luchar más, quedando postrado en su cama esperando el final.
Al saberlo, empecé a visitarlo todos los días, pero sólo bajo la promesa de que no le diría a nadie que se estaba muriendo, pues no quería de pronto recibir visitas que antes no tuvo, ni despertar lástimas que no deseaba.
Las cuatro semanas que duró su agonía fueron para mí muy dolorosas y ello lo plasmé en los cuatro artículos que me tocó escribir por aquellas fechas, y que obviamente reflejaban mi triste estado de ánimo.
Fue faltando sólo unos días para su partida, cuando mi esposa me hizo ver que si no les comentaba de la situación a los demás amigos, éstos jamás me lo perdonarían, así que... se los dije. Luego él me regañó por chismoso.
Justo un día antes de irse, llegué como todas las mañanas, y al verlo dormido no lo quise despertar, sólo me senté a su lado, y casi involuntariamente se me salieron las lágrimas. De pronto abrió los ojos y me dijo: ¿Por qué lloras llorón, si soy yo el que se esta muriendo?… a lo que respondí… porque me duele saber que te vas.
Al día siguiente, apenas me estaba bajando del coche frente a su casa cuando veo que su hermana sale vestida de negro. Al instante me solté llorando y regresé a mi coche… su hermana me alcanzó y me dijo… ¿Lo quieres ver?... No, le dije, ¿para qué?, si ya mi amigo no esta ahí, ¿quá caso tiene entrar?
Aún ignoro si el no haber asistido su sepelio fue porque sabia lo mucho que me dolería, o quizá porque el hijo de otro buen amigo mío acababa de morir y mi lugar estaba con él. Fuera una cosa o la otra, yo sabía bien que para entonces, Mr. Chiffer me estaría observando sonriente y feliz, desde algún lugar... más allá del Sol.
Nota de último momento:
Intencionalmente omití el nombre de mi amigo Guillermo Towns por elemental delicadeza, temiendo que su madre, doña Gracia, pudiera leer mi artículo y entristecerse. Hoy me acabo de enterar que doña Gracia de Towns y su hija Gracia Towns murieron el pasado nueve de mayo y el cinco de junio, lo cual siento profundamente y desde aquí mando mi más sentido pésame a todos sus familiares.
Carnal: Hoy, a cinco años de que te fuiste… aún te seguimos extrañando mucho.
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