Sin duda alguna, la Navidad es el tiempo ideal para meditar, y lo que no se piensa en los 11 meses anteriores, de pronto bajo la premisa de que es Navidad, bajamos la velocidad de nuestro ritmo de vida y volteamos hacia nuestro interior para hacer un somero examen personal.
Para los no tan chavos, que de pronto se dan cuenta de que dos conocidos ya han pasado a mejor vida y que a su compadre le dio un infarto, la Navidad les sirve para cambiar su tipo de vida, voltear los ojos a la familia y los amigos, y dejar de pensar tan sólo en el dinero. Y como no queriendo la cosa, luego les da por asistir diario a misa, y tal vez sea por ello que a las misas de entre semana sólo asiste gente mayor que como luego decimos sienten pasos? mmm? y aquí me llama la atención los poquísimos jóvenes de entre 14 y 25 años que asisten a misa los domingos, y una de dos, o los padres tampoco asisten, o no han sabido educar a sus hijos correctamente, y así seguirán hasta que algún día le dé un infarto al padre, ¡y si lo sobrevive!, de pronto le entrará lo místico (Léase: ?miedo?) y hará que -ahora sí- toda su familia asista a misa? ¡pero a diario! Y para ejemplo del buen ejemplo, mi esposa -que me tiene prohibido hablar de ella- trae de la gamarra a mi hijo Fer -de 22 años- que estudia actualmente en Italia, haciéndolo buscar iglesias católicas los domingos, para que asista a misa aunque sea el único raro de todos sus amigotes, -bien por Paty-.
Partiendo de la base que pudiera estar en un error, siento que las navidades van cambiando con los años, y aun le agregaría con los estratos sociales. La idea de paz y amor propia de la Navidad la veo con más claridad en los dos estratos irónicamente más distantes entre sí.
Los más pobres, que no teniendo absolutamente nada, buscan felicidad en lo que tienen, y se relamen los bigotes de pensar un una cena de tamalitos con atole. En contraparte, los muy ricos, para quienes lo económico no reviste mayor importancia, y cuya preocupación cercana es si valdrá la pena cambiar el BMW por el nuevo Mercedes, disfrutan también -a su forma- de las fiestas navideñas comprando mil y un regalos para familia y parientes, y como buenos comilones que son, también se relamen los bigotes de pensar en una opípara cena de pavo, bacalao, camarones y caviar, y para que no se les vaya a atorar algo, que mejor que un par de botellas de Moët & Chandon (champagne).
Pero qué pasa con todos aquéllos que estamos prensados como sándwich entre los fregados y los pudientes, y para quienes la palabra Navidad más que despertarnos buenos sentimientos nos despierta una interminable serie de preocupaciones, angustias y problemas.
Y así empezamos con la angustia de no haberle pagado aun a los proveedores, y mucho menos tener para los aguinaldos. Y si a eso le agregas que la economía ha estado en picada y que tus productos no se están vendiendo como a ti te gustaría -nada más ver las ofertas navideñas del 50 por ciento en todo-, ello hace que la palabra Navidad te despierte toda clase de sentimientos encontrados, pero ninguno de ellos relacionado con el famoso? ?espíritu navideño?.
Y sales huyendo de la oficina para llegar por fin a la quietud de tu casa .Y si acaso pasara por tu mente el deseo de regalarles algo a tu esposa e hijos en estas Navidades, de pronto te llegan los recibos de los colegios y te dicen que el próximo 18 de diciembre son las inscripciones adelantadas para el próximo semestre que empezará Dios sabe cuándo. Y como los males nunca llegan solos, atrás te llaga el recibo del teléfono, cuya discusión con tus hijas -que juran que jamás lo usan- te provoca mensualmente un derrame biliar.
Más tardas en calmarte que en llegar el segundo round con el recibo de la luz, que tal pareciera que cargaron en él la iluminación navideña de toda tu colonia, será lo uno o lo otro, el caso es que en el acto se disuelven en tu mente, aquellos efímeros deseos de hacer regalos navideños.
Y yo me pregunto?¿En qué se ha convertido la Navidad? ¿A dónde se fue a vivir aquel espíritu navideño que antaño invadía los hogares de todos nosotros? ¿Será acaso también culpa de Fox?, o es culpa nuestra por no ser lo ordenados y trabajadores que deberíamos de ser.
En el fondo de mi alma tengo la sospecha de que todo sigue igual que antes, y que soy yo -y sólo yo- quien estoy en el tiempo y lugar equivocados. Quizá hace años cuando tenía menos, por ende, ?me preocupaba menos?, o tan vez sea que hoy día estoy inmerso en el período más difícil de la vida productiva de un padre de familia, y éste es cuando tus tres hijos -de 18 a 22 años- están estudiando ya en profesional, y sus gastos parecen multiplicarse como esporas ante tu atónita mirada. Mientras estoy escribiendo esto, en mi mente flota aquella frase celebre de: ?Rico no es el que tiene más, sino el que necesita de menos para ser feliz... ¿será?
Aun con mis dudas en el tintero, me llegan las ideas de mi amigo Miguel Crespo quien afirma que es una utopía el pensar que todos podemos ?tenerlo todo?. Que es una falsedad el que todos podamos vivir el sueño americano. Que si se llegara el caso de que todos tuviéramos todo nos acabaríamos las reservas mundiales de todo en tan sólo un par de semanas?¿Cómo la ve?
Y el poeta español Juan Manuel Serrat apoya las ideas de Crespo cuando dice aquello de que en este mundo? ¡ha de haber gente pa´ todo!, lo que nos habla de que la gente debe estar repartida equitativamente en todos y cada uno de los escalafones socio económicos de esa enorme escalera en la cual todos estamos parados. Desde el más pobre en el escalón inferior hasta el millonario en el escalón superior; puesto que si utópicamente quisiéramos acomodarnos todos en los escalones superiores, éstos se romperían por el sobrepeso, o como dice Crespo, nos comeríamos al planeta entero en tan sólo tres semanas? ¿y luego?? ya no habría nada, ni para los unos, ni para los otros.
Y yo me pregunto? ¿Serán mis razonamientos ciertos?... Será correcto que un enorme porcentaje de la población desearía sinceramente que del 30 de noviembre se siguiera el primero de enero y que desapareciera el conflictivo mes de diciembre que tantos dolores de cabeza nos proporciona.
Quizá dude usted de mis palabras... pero esto lo sentimos la mayoría de quienes somos patrones de alguien. Y ésa es la clásica angustia navideña que siente el jefe de la pequeña industria, fábrica, negocio o consultorio cuando observa a sus trabajadores con ojitos de? ¿Cuánto me irán a dar de aguinaldo?, ignorantes todos de que aun no tienes ni para pagarles la segunda quincena de diciembre.
Dicho esto, sólo nos quedan dos caminos, o le aflojamos a la enjundia y nos bajamos dos escalafones para dejar de ser patrones preocupados y pasar a ser felices empleados de confianza, o trabajamos más duro aun, para ver si con el tiempo logramos entrar al selecto grupo de aquéllos que ya no se preocupan por eso de los aguinaldos, y dejan esos ?pendientillos? para sus tres gerentes y sus cuatro contadores, mientras ellos se preparan para pasar una hermosa Navidad con la familia, y para complementarla, nada mejor que un poco de ejercicio para el fin de año esquiando en Aspen.
Pareciera que el tema ha concluido, pero siento dentro de mí que he dejado un ?cabo suelto?? un doloroso cabo que hasta pena me da hablar de él, y me refiero a ese estrato social que está aún por debajo del primer escalón. A esos seres que no han tenido jamás la opción de subirse siquiera al primer escalón de los pobres.
A esos mexicanos que han vivido siempre en la vil tierra húmeda y fría, allá donde no hay ni aguinaldos, ni ayuda, ni comida, ni medicinas. Allá donde el sueño navideño es tan sólo mantenerse vivo hasta que pase el invierno. Allá donde los deseos navideñas sólo son que no les llegue una nevada que los mate a todos como moscas dentro de las intrincadas sierras mexicanas, donde las temperaturas en invierno bajan hasta los 15 ó 20 grados bajo cero y orillan a sus moradores a migrar hacia lugares más cálidos para no morir de hambre y de frío.
Y así, un buen día, de pronto observamos en las puertas de las iglesias a esos extraños visitantes vendiendo canastitas tejidas con palma, o danzando rítmicamente en los semáforos ataviados con sus ropajes de gala. Hechos que despiertan en nosotros ese sentimiento mezcla de rabia y vergüenza que te hace decir: ¿Cómo es posible que estos hombres, mujeres y niños vivan en una forma tan infrahumana, sin son sin lugar a dudas los únicos mexicanos realmente auténticos?, que han vivido en este nuestro bello México desde hace más de mil años.
Cómo es posible que nos hayamos olvidado de esos mexicanos de deslavados atuendos multicolores que otrora eran los dueños y señores de estas tierras, y que de alguna forma -justa o injusta- fueron nuestros ancestros quienes llegaron de países lejanos a sentar sus reales en estas bellas tierras mexicanas, y de esta acusación nadie nos escapamos, salvo que algún pariente suyo haya vivido en la gran Tenochtitlan.
Ojalá y cuando veamos nuevamente a estos malamente llamados indios danzando en alguna esquina o pidiéndonos algo de ayuda, tratemos de ver en sus miserias lo que Dios pretende decirnos y que nos negamos a escuchar. Que no nos suceda lo que don Lorenzo me comentaba hace tiempo a manera de parábola: Cuando alguien señalaba con el dedo a una hermosa estrella y su interlocutor -en vez de mirar la estrella- sólo veía la punta del dedo de su amigo llena de tierra, sin comprender que éste le señalaba hacia algo que estaba más allá de la propia mano. Así entiendo yo estas imágenes vivas de nuestros indígenas mexicanos, imágenes que te están indicando que por favor veas algo, ese algo que está más allá de las palabras y mas allá de las imágenes.
Ojalá y que esta Navidad nos sensibilice a todos un poco. Y luchemos hombro con hombro porque haya en México una mayor justicia social y una mayor voluntad para luchar -cada quien en su trinchera- por lograr un México más parejo, en donde todos tengamos igualdad de derechos y en donde todos tengamos las mismas oportunidades de trabajo que nos permitan mantener a nuestras familias con un mínimo de dignidad.
Feliz Navidad para mis cuatro lectores, les desea sinceramente? Fer.
www.internetual.com.mx/llama