Siendo cazador de años -aunque últimamente empiece a dudar de mis instintos Neanderthales- de cuando en vez, y mientras camino por esas montañas de Dios, me da por cuestionarme los motivos que tiene un cazador para abatir a un venado o a un oso, y de estas meditaciones he sacado algunas ideas que pudieran servirles en igualdad de circunstancias, tanto a mis críticos más acérrimos -en lo que a cacería se refiere-, como a los estudiosos de la naturaleza y de la ecología.
Por ejemplo: Durante mis años mozos la cacería del coyote me resultaba interesante, dado que se metían a mi rancho y se comían los becerritos que recién habían parido mis vacas, por lo que de alguna forma cazarlos “in fraganti” pudiera tomarse como... defensa propia.
Sin embargo -y aquí mi raciocinio-. Una vez, transitando por la carretera rumbo al rancho, vi que 500 metros más delante, un coyote se aprestaba a cruzar la carretera justo frente a mí, con la ventaja de que aún no me había visto. En el acto saqué una pistola que llevaba y regulando la velocidad de la camioneta programé nuestro encuentro.
Mis cálculos fueron precisos, pues al momento de cruzarse nuestros caminos, el coyote me quedó a sólo 20 metros. Contento por la oportunidad y por la precisión de mis cálculos, levanté la pistola y al punto de disparar me di cuenta de que el coyote cojeaba de la pata trasera. Ello fue suficiente para que bajara la pistola y me dijera: “En condiciones desiguales la cacería no tiene chiste”, y lo dejé ir. A partir de ese día, algo extraño pasó dentro de mí, y jamás le volví a tirar a un coyote… mmm… quizá pensaba que pudiera ser el mismo.
En cuanto a los venados se refiere, me confieso amante de subir las sierras -de día- a caballo, caminar por entre los filos y ponerme unas matadas brutas buscando toparme con un venado en condiciones de poder abatirlo; sin embargo, la mayoría de las veces que salgo de cacería, regreso con las manos vacías y me limito a platicarle a mis amigos que vi los venados, pero que no les pude tirar porque estos me “sintieron” antes, y ya para cuando los vi iban como a 800 metros. Al tiempo vuelvo a intentarlo y regreso con la misma cara destemplada, reafirmando que el instinto de los malditos venados los hace detectar mi presencia a kilómetros de distancia y al instante se ponen en carrera.
Quizá sea al quinto o al décimo intento, cuando por fin regrese a casa con un buen venado de grandes cuernos, a quien logré abatir caminando durante horas sin hacer ruido hasta que lo descubrí. De ese venado aprovecharé prácticamente todo: De su pescuezo haré tamales; de sus patas, jamones y de su copina -cabeza y cuernos- un trofeo que luciré en mi casa, para luego platicarle a los amigos acerca de mis diez intentos fallidos… y de mi onceavo exitoso.
Porque es un hecho que la palabra “presunción” juega un papel importante en esto de la cacería, y si no, pregunte a un cazador si subiría una sierra a matar un venado, si luego de abatirlo, éste desapareciera en el aire sin apenas dar tiempo de tomarle una fotografía, ¡para poder presumirlo!... ¡Jamás!... la presunción -y el ego que te dan los cuartos de trofeos- juegan un papel preponderante en esto de la cacería.
Aaaah… pero si usted me invita a cazar un venado, en uno de esos ranchos en que los tienen cautivos dentro de enormes cercas y en donde te suben a una torre para que a 20 o 30 metros de distancia le tires a diez o 15 venados que inocentemente bajan a comer un par de costarles de maíz que previamente les han tirado en la parte baja de la torre… mmm… la verdad mi amigo, ahí si que por más grandes y hermoso que estén… ¡no les puedo tirar!… pues mi dedo se congela tan sólo de saber que el venado está en tan desiguales circunstancias.
¿Qué es entonces lo que mueve a un cazador a ser “cazador’’?... mmm... no se… quizá sea el paleozoico espíritu de la competencia y del reto, o quizá sea el hecho de que hay sólo un diez por ciento de probabilidades de que superes el instinto del venado y un 90 de que vuelvas a casa con el cuerpo dolido por la derrota.
Si usted no es cazador, se que no hay argumento alguno que alguien pueda esgrimir -en su favor- para justificar el que exista la cacería. Pero aún así, debe de resultarle lógico el hecho de que deba “normarse” la cacería, prohibir la caza de hembras y venados chicos y aceptar como razonable el que los dueños de ranchos cinegéticos autorizados por Semarnaf compensen a la naturaleza, procreando en su ranchos 20 venados anuales por cada macho adulto que cazan… ¿no lo cree?
¿Sabe dónde está el fallo de todo esto? Que de cada 100 cazadores, sólo uno paga por entrar a un rancho cinegético y cazar con permiso. Los otros 99 deambulan furtivos por entre las sierras de Coahuila matando hembras y venados de todos los tamaños, pues Semarnaf no tiene los elementos suficientes para cuidar todas las sierras de nuestro estado y sancionar como se debe a aquéllos que cacen sin permiso.
¿Y los soldados?... mi amigo le ha dado usted en el clavo al asunto… ellos si que vigilan todas las carreteras en tiempo de caza, pero limitan su trabajo a checar si traen permiso de aportación de armas y poco les importa si traen tres o cuatro venados cazados sin permiso… y de esto me consta pues lo he visto. Ojala y el “jefe de la banda” de los soldados, aquí en Torreón, lea mis palabras y me llame, para que juntos podamos platicar al respecto y que a partir de este año los efectivos retenes de soldados que cuidan nuestras carreteras, amplíen su vigilancia hacia los cazadores furtivos.
Decía el General Álvaro Obregón: ¿Quién resiste un cañonazo de 50,000 pesos? ¿Sabrán de esta frase aquéllos que se lanzan al monte furtivos a cazar sin permiso?... ¡ni duda me cabe!
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