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Punto de Vista / ¿Mal educa quien da a los hijos…todo?

Dr. Fernando Llama Alatorre

¿Qué significa realmente... tener éxito?

Pareciera ser un común denominador el hecho de que a nosotros, los padres actuales, nos dieron menos de lo que nosotros damos hoy día a nuestros hijos. Y salvo contadas excepciones, la mayoría tuvimos nuestro primer “stereo” luego de meses de trabajos y ahorros, mientras que para nuestros hijos la palabra stereo sólo significa un accesorio más de ese coche que usan sin más mérito que el ser… nuestros hijos.

Ello nos lleva a preguntarnos dos cosas: ¿Es correcto pensar que, no porque a nosotros nos haya costado mucho el obtener “algo’’ -o jamás nos lo hayan podido comprar nuestros padres-, ya por eso debe de costarles “el mismo esfuerzo” a nuestros hijos?

O la idea contraria: ¿Deberá de costarles a nuestros hijos algo de esfuerzo el obtener las cosas bajo la premisa de que ello les permitirá en el futuro, tasar en su justo valor las cosas que van obteniendo?

Al respecto, les transcribiré una carta que el general Álvaro Obregón le escribió en el siglo pasado a su hijo mayor, y que hoy, a 100 años de escrita, nos puede echar un poco de luz en esto de “darles o no” todo a nuestros hijos.

Mi muy querido hijo:

“Tú, mi hijo, perteneces a esa familia de ineptos que la integran con muy raras excepciones, los hijos de las personas que han alcanzado posiciones más o menos encumbradas. Que se acostumbran desde su niñez a recibir toda clase de agasajos, teniendo muchas cosas que los demás niños no tienen, y que van por ello, perdiendo asimismo la noción de las grandes verdades de la vida, y penetrando en un mundo que lo ofrece todo sin exigir nada; creándoles además una impresión de superioridad, que hasta llegan a creer que son sus propias capacidades quienes los hacen merecedores de esa posición privilegiada.

Los que nacen y crecen bajo el amparo de posiciones elevadas -económicamente hablando- están condenados por una ley fatal a mirar siempre hacia abajo, porque sienten que todo lo que los rodea está más abajo del sitio en que a ellos los han colocado los azares del destino, y cualquier objetivo que elijan como una idealidad de sus actividades futuras, tendrá que ser siempre inferior al plano en que ellos se encuentran ahora.

En cambio, los que descienden de las clases humildes y se desarrollan en el ambiente de modestia máxima, están destinados felizmente a mirar siempre hacia arriba, porque todo el panorama que les rodea es superior al medio en que ellos actúan y han vivido, lo mismo en el panorama de sus ojos que en el panorama de su espíritu, y todos los objetivos de su idealidad tienen que buscarlos por sobre planos siempre ascendentes.

Y es en ese constante esfuerzo por liberarse de la posición desventajosa que las contingencias de la vida los han colocado, que fortalecen su carácter y apuran su ingenio, logrando en muchos casos adquirir una preparación que les permite seguir una trayectoria siempre ascendente.

El ingenio, que no es una ciencia, y que por lo tanto no se puede aprender en un centro de educación, es sin duda el mejor aliado en las luchas por la vida, y sólo pueden adquirirlo los que han sido forzados por su propio destino a encontrarlo en el constante esfuerzo de sus propias facultades.

Es por ello, que el ingenio jamás será patrimonio de los jóvenes que no han realizado ningún esfuerzo por adquirir lo que tienen. El valor de las cosas lo determina el esfuerzo que se realiza para adquirirlas, y cuando todo puede obtenerse sin realizar ningún esfuerzo, se pierde con ello la noción de lo que el esfuerzo vale.

Y si el ingenio es patrimonio de los que suben desde abajo y con esfuerzos propios, ¿qué es entonces el éxito?, y al respecto la madre del millonario Carlos Slim le decía a su hijo este consejo.

El éxito no tiene que ver con lo que mucha gente se imagina. No se debe a los títulos nobles y académicos que tienes, ni a la sangre heredada o la escuela donde estudiaste. No se debe a las dimensiones de tu casa o cuantos coches quepan en tu garaje.

No se trata de si eres jefe o subordinado; o si eres miembro prominente de clubes sociales. No tiene que ver con el poder que ejerces, con lo buen administrador que seas, o lo bonito que hables.

No es la tecnología que empleas. No se debe a la ropa que usas, ni a los grabados que mandas bordar en tu ropa, o si antes y después de tu nombre pones las siglas deslumbrantes que definen tu estatus social. (Ingeniero, arquitecto, licenciado, doctor o una maestría). No se trata de si eres emprendedor, hablas varios idiomas, eres atractivo, joven o viejo.

El éxito real se debe a: Cuánta gente te sonríe. A cuánta gente amas y cuántos admiran tu sinceridad y la sencillez de tu espíritu. Se trata de si te recuerdan cuando te vas. Se refiere a cuánta gente ayudas, a cuánta evitas dañar y si guardas o no rencor en tu corazón.

Se trata de que en tus triunfos estén incluidos tus sueños. De si tus logros no hieren a tus semejantes. Es acerca de tu integración con otros, no de tu control sobre los demás.

Es sobre si usaste tu cabeza tanto como tu corazón, si fuiste egoísta o generoso, si amaste la naturaleza, protegiste a los niños y te preocupaste de los ancianos.

Es acerca de tu bondad, tu deseo de servir, tu capacidad de escuchar y tu valor sobre la conducta. No es acerca de cuántos te siguen, si no de cuántos… te aman.

No es acerca de transmitir algo, sino de… cuántos te creen. De si eres feliz o finges serlo. Se trata del equilibrio de la justicia que conduce al bien tener y al bien estar. Se trata de vivir con tu conciencia tranquila, tu dignidad invicta y tu deseo de ser más, no de…tener más.

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