De mis tres visitas a Quintana Roo (Cancún) y de mis fugaces paseos por Yucatán, me quedó la inquietud por conocer más acerca de los mayas y su tierra, y como mi amiga Leidy Peniche es yucateca - quien lo dijera, si en nada se parece a Manzanero-, tras una llamada terminé sentado frente a un hermoso libro que ella me prestó acerca de su verde y florido Yucatán.
Sumido entre sus páginas, pude darme cuenta cómo vivían antes los mayas -ignoro si aún ahora- y cómo algunos pretenden desprenderse de su raza y costumbres para semejarse lo más posible a los llamados “catrines” -criollos y mestizos-. Y así empiezan por quitarse los huaraches, cambiándolos por zapatos “picudos”.
De sus costumbres llamó mi atención el que los padres casaban -no se si ahora- a las hijas con quien ellos querían -y sin el consentimiento de éstas-. Dan el ejemplo de María que la casó su padre con Joaquín cuando ella tenía sólo 13 años “y aún ni reglaba”; sin embargo -y por extraño que parezca- los hechos nos dicen que les iba mejor que si ellas mismas hubieran escogido al marido. Y al respecto, siempre me he preguntado ¿cómo resultarían los matrimonios de hoy día si los padres les escogiéramos el marido a las hijas?… mmm... quien sabe... pero con 60 fracasos de cada 100… la respuesta parece obvia.
Inmerso en el tema de los indios, de su pobreza, de las pocas aspiraciones que tienen, de lo sencillo de sus vidas y de lo frágil de sus muertes, de pronto dos sucesos sacuden mi cerebro esta semana.
El primero: Un correo de mi amiga Lucía Amezcua pidiéndome mande un mail a Nigeria para pedirles a los jueces nigerianos que -nuevamente- por favor, no vayan a “lapidar” (matar a pedradas) a Amina Lawal, (mmm... ¿De dónde habrá sacado Lucía que yo tengo influencias en Nigeria?), caso similar a aquél del que le hablé el seis de octubre del 2002, sólo que entonces a la que iban a lapidar era a Zafiya Husseini a quien finalmente perdonaron; y dudo que haya sido por los mails que se enviaron, pues esos musulmanes no se andan con jueguitos, y eso de la infidelidad se lo toman muy a pecho, no como nosotros que… bueno, pero eso es… ¡otra historia!
El caso es que el mismo día en que perdonaron a Zafiya Husseini, le aplicaron el “Sharia” (ley islámica) a Amina Lawal y por los mismos motivos, así que si usted desea apoyar a Amina, mande un mail a www.amnistiapornigeria.org… mmm… mire… mejor mande uno cada mes por los próximos cinco años, pues hay otras 14 nigerianas en la cárcel esperando la muerte y todas con sus bebés negritos en brazos (prueba de su adulterio)… ¡escóndanlos criaturas!
Se que las leyes se hicieron para aplicarlas y también estoy cierto de que bajo los ojos occidentales este tipo de leyes nos resultan “cavernícolas”, ya que en occidente eso de que una mujer -u hombre- tenga relaciones fuera del matrimonio, es hoy día algo bastante común. Por suerte aquí en México no se aplica el “Sharia” pues habrían más convictos que “tiradores” -de piedras-.
Dejo a Amina en el aire para continuar con la segunda idea que sacudió mi cerebro.
Hace unos días estaba sentado en el jardín de mi casa cuando se me acercó una indita que no rebasaba los 20 años, cargada con tres niños que parecían de la misma edad, si acaso los diferenciaba el que dos pequeñitos caminaban inseguros atrás de la mamá, mientras al tercero lo llevaba colgado en la espalda.
La indita que dijo ser oaxaqueña, vendía tornilleros y mantelitos de paja. Y por aquello de poder cenar esa noche sin cargos de conciencia, compré mi tranquilidad dándole 50 pesos. Cuando le quise dar un recipiente lleno de frijoles y algunas frutas, me los rechazó amablemente diciéndome que sólo podía llevarse lo que alguna de las pequeñitas pudieran cargar, ya que ella cargaba, no sólo al pequeño, sino también lo que andaba vendiendo, y aún le faltaba patrullar las calles de Torreón y llegar hasta Matamoros, Coah., donde su esposo andaba vendiendo también artesanías.
La indita me comentaba que allá, en su pueblo de Oaxaca, la gente muere por falta de una medicina. Alejados del mundo civilizado, allá sólo los sanos sobreviven y quien enferma muere. Ello me recuerda aquello que contaba el Sub-Marcos, de que al enfermarse un niño indígena, el padre decidía qué era lo más barato, la medicina, o el entierro.
Es aquí donde me pregunto… ¿Qué es lo que nos molesta más? El hecho de que a una persona se le quite la vida, o el… “como se la quiten”. Porque no es posible que el mundo entero esté tan consternado por la próxima muerte de Amina Lawal, y poco o nada nos consterna que en nuestro propio país, y concretamente en poblados recónditos de la sierra oaxaqueña y tarahumara, se mueran diariamente las personas “como moscas”. Y si cree que exagero, déjeme decirle que hace un par de años un poblado tarahumara casi se extinguió, cuando la mayoría de sus pobladores murieron de frío en los dos meses de un crudo invierno, y qué hacemos usted y yo… ¡Nada… absolutamente NADA… Y si acaso, elevamos una oración al cielo diciendo…¡Dios mío... pobre gente!
Con esto no quiero decir que no prestemos ayuda a quien sufre del otro lado del mundo, pero por favor, seamos coherentes y empecemos por hacer algo por esos pobres indígenas que patrullan hoy día nuestras calles, y por sus familias que viven olvidadas en la sierra, pues al igual que Amina Lawal, quizá muchos de nuestros co-nacionales oaxaqueños vayan a morir “mañana mismo”… aunque de diferente forma... y por diferentes causas.
Si usted desea ayudar, llévele su ayuda al Obispo de Torreón… le aseguro que el sabrá cómo y a dónde mandarla… y dé por seguro que él estará pendiente de que todo llegue a su destino.
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