La falta de oficio de la clase política mexicana y una miope ambición que impide a los protagonistas de nuestra vida pública ver mas allá del posicionamiento inmediato, ponen en riesgo de fracaso al proceso de transición a la democracia plena. Lo anterior deriva en una falta de acuerdo entre Gobierno y Partidos que amenaza a las reformas estructurales que el país requiere en orden a su modernización, en los rubros fiscal, energético, etcétera.
Los opositores a las reformas se erigen en defensores de las clases pobres con propuestas simplistas como la de mantener exentos de impuestos a medicinas y alimentos o aducir como pretexto la soberanía nacional en el rubro energético. Tales posturas serían atendibles si ofrecieran alternativas a la construcción del marco legal en dichos temas, lo que no ocurre, por lo que los abanderados del populismo amenzan con hacer naufragar la transición en el mar de la demagogia.
Consecuencia de lo anterior es la denominada “mega-marcha” que converge de varios puntos de la nación a la capital del país, que implica la movilización de contingentes que se dicen golpeados por el desempleo y la pobreza al tiempo que se deslindan de todos los partidos políticos. Sin embargo, nadie se explica a qué intereses responden tales movilizaciones ni a cargo de quién corren los gastos o el diseño y ejecución de la logística que se requiere para llevarlas a cabo.
Detrás de ese estilo de hacer política aparece el fantasma de la “mega-manipulación” que en el caso del Distrito Federal se concreta en una ficticia luna de miel entre Gobierno y sectores subsidiados, a despecho de una enorme deuda pública que simplemente se ignora. Venezuela y Argentina ofrecen lamentables ejemplos sobre diversos modos en que un país puede rodar por la pendiente del populismo y la demagogia, que en el caso de México parecían cosas del pasado.