La Consolidación Democrática.- Las sociedades nacionales, a diferencia de los individuos, al concluir o cerrar un ciclo histórico, simplemente no pueden darse el lujo del descanso antes de acometer la siguiente tarea. De inmediato deben poner manos a la obra e iniciar la nueva etapa de ese proceso sin fin que es el desarrollo de sus potencialidades colectivas. En materia de régimen político, México logró hace poco más de dos años, y tras un largo y tortuoso proceso, transitar con éxito de uno basado en un partido de Estado a otro democrático. Fue un avance notable, y sin embargo, la próxima meta o desafío en materia política nos exige invertir de inmediato gran energía, voluntad e inteligencia, pues de lo contrario se corre el peligro de perder parte o todo lo ganado. La tarea urgente, vital, a la que me refiero es la consolidación de la democracia recién conquistada. En principio, ninguna sociedad o nación que opte por la democracia puede considerar que su vigencia está asegurada y que ya llegó de una vez por todas a construir el entramado institucional óptimo.
Sin embargo, es realmente difícil imaginar que hoy Estados Unidos, Canadá, la Europa Occidental, Australia o Nueva Zelanda, por citar los casos más evidentes, puedan sufrir una regresión en sus respectivos regímenes políticos. En contraste, no es nada difícil imaginar que en la mayoría de los países de democratización reciente, entre los que se encuentra el nuestro, puedan surgir condiciones que den lugar a esos retrocesos o, incluso, a la pérdida total del terreno que se acaba de ganar a la vieja antidemocracia. En este campo los ejemplos abundan, y para comprobarlo basta con echar un vistazo a ciertos países de Latinoamérica. Larry Diamond, un académico norteamericano que ha examinado con detalle y comparado los procesos de democratización recientes en Europa, América, Asia y África, sostiene que la experiencia histórica reciente muestra muy a las claras que una vez logrado el tránsito a la democracia, es necesario que la clase política de la sociedad en cuestión ponga el acento en sostener y ampliar el apoyo al nuevo tipo de régimen tanto entre las masas como entre las élites -los famosos círculos verde y rojo, en términos del Gobierno mexicano actual-, pues de lo contrario se corre el riesgo de que pronto se desarrolle alguna patología política. (Developing Democracy: Towards Consolidation, The Johns Hopkins University Press, 1999, p. 64). Para generar ese apoyo activo de masas y élites al nuevo régimen hay que crear, fortalecer o mejorar las instituciones por las que debe fluir la acción democrática. En términos más concretos, lo que Diamond sugiere que no debe suceder es justamente lo que pareciera estar ocurriendo hoy en México, donde la división e incompetencia de la clase política está dejando que sean las circunstancias y no las acciones producto de un proyecto consensado, las que impongan el contenido de nuestra agenda política. En vez de tomar la iniciativa, se está reaccionando, lo que es desperdiciar una gran oportunidad.
Sin embargo, y pese a las torpezas cometidas y por cometer, aún es posible ser relativamente optimista con relación a nuestro futuro democrático.
Nuestra Ventaja.- Juan Linz y Alfred Stepan encontraron que la consolidación democrática en los países que la recuperaron o ganaron por vez primera a partir del inicio en 1974 en Portugal de la “tercera ola” de democratización, depende en muy buena medida de la naturaleza del régimen antidemocrático previo (Problems of Democratic Transition and Consolidation. Southern Europe, South America and Post Communist Europe, The Johns Hopkins University Press, 1996, pp. 55-65). Esos sistemas no democráticos modernos, pueden dividirse en cuatro categorías o tipos: a) totalitarios: aquéllos donde no hubo posibilidades de pluralismo y cuyo ejemplo sobresaliente fue la Alemania Nazi o la URSS de Stalin, b) postotalitarios: los que ya presentan elementos claros de pluralismo social y económico, aunque no en la arena política, donde se mantiene el control por parte de un partido de origen o corte totalitario, como fue el caso de la URSS después de Stalin o de una buena parte de la Europa del Este, c) sultanísticos: dictaduras personales en países políticamente muy atrasados y donde los rasgos patrimonialistas son extremos, como sucedió en el Haití de los Duvalier, la Dominicana de Trujillo o la Nicaragua de los Somoza, d) autoritarios: se trata del grupo más numeroso, caracterizado por Linz como los de un pluralismo político limitado, guiado más por una mentalidad que por una ideología, sin movilizaciones intensas o extensas salvo en momentos excepcionales, y con líderes cuyo poder no tiene un marco legal muy bien definido pero que, a final de cuentas, tienen límites muy predecibles; el caso de México desde finales del siglo XIX y todo el siglo XX corresponde a este último tipo.
La consolidación de la democracia es una tarea extraordinariamente difícil, y lo es aún más precisamente en aquellos países que vienen de una experiencia totalitaria o sultanística. En ambos casos es necesario crear a la sociedad civil casi a partir de cero, pues el déspota o el partido totalitario impidieron que surgiera.
Es igualmente indispensable crear en ellos a la “sociedad económica”, pues la arbitrariedad sistemática de las intervenciones del dictador o el control casi total del aparato económico por el Estado, impidieron que el mercado pudiera funcionar o simplemente que existiera. Y desde luego que la “sociedad política” tampoco existía fuera de la voluntad del centro de poder, y por tanto no había ningún espacio para el pluralismo político. Es en este tipo de transición donde la consolidación democrática debe enfrentar sus mayores obstáculos; tan grandes que en el caso de Alemania o Japón fue necesaria una guerra mundial y la ocupación militar para transformar a ambos en democracias. En el caso típico de sultanismo, Haití, se requirió de la muerte del dictador original Francois Duvalier y del derrocamiento de su hijo Jean-Claude más una acción político-militar del exterior, para que en 1994 Bertrand Aristide fuera realmente presidente; y pese todo, aún nadie puede sostener que la democracia haitiana está consolidada o va en camino de estarlo. Un poco menos difícil es el futuro de aquellos sistemas que lograron transitar primero del totalitarismo al postotalitarismo para desembocar en la democracia, pues en ese caso y a pesar de que formalmente se mantuvo el monopolio del poder en manos de un partido de Estado, tuvieron tiempo y posibilidades de crear un cierto pluralismo en su vida política. Además, también surgió una “segunda economía”, paralela a la oficial. Es en los sistemas que transitaron del autoritarismo a la democracia, como fue el caso de México, donde el arraigo de la democracia tiene, en principio, las mayores posibilidades de éxito. En efecto, países como el nuestro no parten de cero en ninguno de los tres campos examinados por Linz y Stepan: el político, el económico y el social. Sin embargo, la magnitud de las tareas a llevar a cabo no es como para permitirnos confiar en que el proceso llegará a buen fin si no se le ponen mucha voluntad e inteligencia.
Tareas.- En México, y siempre siguiendo a Linz y Stepan, la consolidación democrática requiere primero llevar a la sociedad civil -ese amplio campo que se encuentra entre el individuo por un lado y los partidos políticos y el Gobierno por el otro- a un nuevo y nunca antes alcanzado nivel de actividad. Como en el viejo régimen la organización y la movilización independientes fueron sistemáticamente desalentadas, la vida de la sociedad civil fue más bien pobre, pero la democracia exige que su cimiento esté formado por una multitud de organizaciones y acciones vigorosas de los ciudadanos. La democracia es alimentada por organizaciones surgidas de manera independiente de la sociedad para defender lo mismo a los agricultores que a la ecología, a los intereses de la comunidad o el barrio que a los grupos marginados, a las preferencias culturales y formas alternativas de vida, que para promover el debate y la diseminación de las ideas y proyectos. México tiene hoy una sociedad civil en ascenso -particularmente desde 1985-, pero aún está lejos de corresponder o compararse a la de las sociedades democráticas maduras. Un elemento central para la buena marcha de la relación entre la sociedad civil y la política y dentro de cada una de ambas esferas es la confianza en la aplicación de la ley. Aquí tenemos uno de los grandes déficits del presente mexicano. La falta de confianza del ciudadano en el marco legal y en la impartición de justicia nos lleva a otra área donde las cosas no marchan: la corrupción generalizada y la ineficiencia de las estructuras burocráticas, ambos fenómenos son un obstáculo muy serio para el funcionamiento democrático tanto de la sociedad civil como de la política y de la económica. Y por lo que se refiere a la economía, hace ya buen tiempo que el proceso productivo mexicano dejó de estar centrado en las grandes empresas del Estado y en la inversión pública. Ya pasó a la historia la economía dirigida “desde Los Pinos”. Sin embargo, es también cierto que la “nueva economía” mexicana no ha crecido en términos reales desde hace veinte años y no hay señales de mejoría en el corto plazo. Con estancamiento y con una pésima distribución del ingreso, la igualdad democrática pierde parte de su sentido.
La Meta.- La teoría, o si se quiere, el concepto de consolidación democrática presupone que hay un tiempo crítico -y el término crítico debe subrayarse- a partir del momento en que tiene lugar el cambio de régimen. Del uso que se haga en ese tiempo depende que las formas democráticas y sus contenidos echen o no raíces en la sociedad para hacerse parte integral de su cultura. Y se sabe que ese intervalo crítico se usó de manera adecuada cuando la discusión sobre la vigencia democrática ya dejó de ser un tema central en la agenda nacional, cosa que aún no sucede entre nosotros.
En los términos de Linz y Stepan, la consolidación se puede dar por lograda o concluida cuando la democracia es considerada por el grueso de los actores como “el único juego posible” (the only game in town). Y para ambos autores, los indicadores de que la democracia es ya el único tipo de juego posible, se deben buscar en tres niveles. El primero es el de la conducta; la consolidación se logra cuando ya no existe en el sistema político ningún actor significativo que se proponga y tenga capacidad de sustituir al régimen democrático por otro diferente o que tenga como meta separarse de la entidad nacional. En términos prácticos, esto significa que la energía política ya no debe concentrarse en lograr la preservación del sistema. El segundo nivel es de las actitudes; en éste, la prueba de fuego ocurre cuando la sociedad entra en una situación de crisis -por ejemplo, una depresión económica- y la mayoría de la ciudadanía acepta que la solución al problema debe buscarse exclusivamente dentro de los parámetros democráticos. El tercer nivel es el constitucional; y en esta dimensión, la consolidación se da cuando las principales fuerzas y actores políticos se habitúan a dirimir sus conflictos dentro del orden legal.
Conclusión.- En términos políticos, no hay en México ninguna tarea o meta más importante que conseguir que arraigue ese sistema democrático que se buscó desde los inicios de nuestra historia como nación independiente y al que muchas generaciones no pudieron acceder a pesar de los grandes y sistemáticos esfuerzos que se hicieron en ese sentido.
Para lograr la meta buscada se requiere una sociedad civil vigorosa, libre y activa. En este campo hemos avanzado, y mucho. Se requiere también una sociedad política capaz. Aquí la gran falla son los partidos políticos, que hoy por hoy no tienen la calidad necesaria para dirigir y controlar bien el aparato gubernamental. El “Estado de Derecho” en México sólo existe parcialmente. El aparato burocrático sufre de ineficacia y corrupción notorias. Finalmente, la economía, si bien se ha transformado, lleva mucho tiempo estancada y muy alejada de la justicia social. En suma, la consolidación de la democracia mexicana es posible pero aún hay que cambiar muchos factores antes de poder pasar a tareas nuevas.