Se reprocha a menudo al presidente Fox no cumplir sus promesas de campaña. La objeción podría no estar fundada, pues al ganar el Gobierno el Ejecutivo pudo haber descubierto obstáculos a sus propósitos que no pueden ser advertidos mientras se está en la oposición. Puede ser también que el incumplimiento resulte no de la falta de voluntad del promitente, sino de su inhabilidad para obtener la aquiescencia de su contraparte y aun de la terquedad y obcecación de los opositores.
Pero sí puede enrostrarse al presidente Fox el olvido o la postergación de actos propios en que nada podía estorbarlo. Por ejemplo, iniciar la reforma constitucional que esbozó hace dos años, un día como hoy, también aniversario de la carta queretana. Fue una ocasión solemnísima: apenas hacía dos meses que Fox había asumido el Poder Ejecutivo y al decidir oficiar él mismo en el rito constitucional, y no un personero de alto relieve, parecía lógico que pusiera las bases para una reforma de la Carta Magna, a tono con las deliberaciones sobre reforma del Estado que en noviembre y diciembre anteriores había encabezado, en nombre de Fox, el ahora embajador ante la Unión Europea Porfirio Muñoz Ledo.
Hace dos años el Presidente propuso una “revisión integral de la Constitución”, con miras a su reforma, si bien previno que no emprendería una modificación profunda del andamiaje institucional, pues no pretendía “abolir la historia sino proseguirla”. Dejó en claro, sin embargo que entre otros temas la reforma que enunciaba buscaría resolver la contradicción “de gran magnitud” en que a una “sociedad democrática” como la que meses antes se había dado el lujo de romper con el priismo correspondieran “muchas instituciones autoritarias”. No las enumeró, ni especificó el modo en que las sustituiría por otras de talante y funcionamiento distintos. Era de esperarse que sabríamos de qué se trataba cuando trocara su enunciado general en ese día de fiesta por propuestas globales de reforma constitucional.
Pero el anuncio era inequívoco: “¡Cada Constitución ha señalado el principio de un nuevo ciclo histórico! “El pasado dos de julio nuestro país ingresó en una nueva etapa que representa la culminación de una larga historia de esperanzas y sacrificios que marca a su vez el inicio de una tarea histórica: la de concretar la transición política en una vasta reforma del Estado que actualice el instrumental jurídico que fue diseñado para una realidad política ya rebasada. La alternancia experimentada en las elecciones federales pasadas no asegura por sí sola el establecimiento de un nuevo arreglo normativo, acorde con el espíritu democrático de los nuevos tiempos. De ahí deriva el compromiso imprescindible de impulsar una reforma integral del Estado que encuadre jurídicamente la nueva realidad política del país y supere el cúmulo de insuficiencias legales que han puesto en evidencia las actuales circunstancias. La estructura y el funcionamiento políticos, así como las relaciones del poder con la sociedad, tienen que cambiar. El cambio se dará en las instituciones porque se dio ya en la sociedad”. Ninguna iniciativa de reforma en tal sentido se presentó al Constituyente Permanente sino que ni siquiera fue formulada una sola. Y aun el tema desapareció de la retórica oficial. Más todavía, el mecanismo del que hubieran podido surgir los insumos para fabricar tales propuestas fue desmontado en octubre del año antepasado, hace exactamente 17 meses.
En su discurso de hace dos años, Fox empleó la expresión “revisión integral de la Constitución”. La fórmula fue empleada para convocar a nueve foros con ese propósito, en que participaron mil quinientos ponentes, cuyas conclusiones fueron entregadas al secretario de Gobernación el cuatro de octubre del 2001. Acto seguido, el responsable de esos foros, Francisco Valdés Ugalde, fue despedido de la dirección del Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana (que dejó de lado durante esos meses iniciales sus tareas de investigación). Aunque entonces el funcionario dimitido negó esa circunstancia, su alejamiento de la visión gubernamental se ha hecho ostensible en sus posteriores colaboraciones periodísticas. Con su salida se selló el destino de las reformas a que sus trabajos debieron contribuir.
Expresión en boga desde un lustro atrás, referencia a una necesidad de metamorfosis institucional profunda, la reforma del Estado fue tema de la campaña electoral del 2000.
Para delimitar sus contornos el Presidente electo encargó a Muñoz Ledo una vasta discusión, realizada antes del comienzo del nuevo Gobierno. La nave de la reforma comenzó a escorar cuando su responsable viajó al exilio dorado de la diplomacia europea. Pero su rumbo se mantenía, enunciado en el discurso de hace dos años, donde se dijo que, “no todas las instituciones están a la altura de lo que la sociedad merece” y es “hoy nuestra responsabilidad ponerlas al día”. Pero aquella nave se fue a pique cuando la coyuntura comió los tiempos en que el Presidente conservaba una capacidad de maniobra derivada de la legitimidad de su mandato y un gran asentimiento nacional.
Fox puso los bueyes detrás de la carreta. En vez de emprender la operación magna de la reforma enunciada hace dos años, inició poco después la discusión, a la postre estéril, de una reforma hacendaria cuyos mecanismos no fueron compartidos por la oposición.
Pero la reforma constitucional ni siquiera fue intentada, como era necesario.