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Que tengamos un buen año

Adela Celorio

En la tierra de nadie que resulta ser esta semana en que ya hemos dado por terminado el año viejo y el nuevo no acaba de hacer su aparición; siempre empaña mi ánimo el saldillo rojo de las frustraciones, entre las que se encuentra el necio revés con que los diputados congelaron la precaria economía del país. ¡Carajo! Como si estuviéramos para retrasos.

La otra frustración es más personal y tiene qué ver con los desacuerdos navideños: quienes quería yo que estuvieran conmigo y no quisieron o no pudieron estar, quienes de los que estuvieron hablaron o callaron de más y en fin, todas esas minucias que sirven para justificar la depresión posnavideña que me agobia.

Menos mal que ha llegado el momento de dar carpetazo al 2003 y soltar amarras para enfilar confiados hacia el 2004. Tenemos al frente la Convención Nacional Hacendaria que iniciará sus trabajos el 2 de febrero y que resulta muy prometedora ya que buscará y seguramente conseguirá -entre otras cosas- abrir el camino de un federalismo efectivo, ya que como reconoció el presidente Fox; “el predominio del Gobierno Federal sobre los estados, contribuyó a deformar el desarrollo armónico del país”.

El gigantismo de la capital es un grave error histórico que estamos pagando todos los mexicanos y sería un gran paso empezar a corregirlo cuanto antes. De momento y ante la imposibilidad de otra cosa, mi Querubín y yo tomamos un avioncito de hélice -yo creía que ya no existían- que entre sonrisas y buenos modos de las azafatas, nos trajo sin ninguna prisa hasta Campeche, donde todo es una dulce siesta arrullada por el mar que por acá, se presenta somnoliento y en pantuflas.

Los campechanos, suaves, alegres y hospitalarios como su mar, nos reciben con toda naturalidad como si fuéramos de la familia. Los colores azules, rosas, verdes y amarillos pastel de las fachadas, me recuerdan a las pastillitas perfumadas que endulzaron mi infancia.

Por las noches, en los portales, nos ponemos morados de panuchos y papatzules y para apagar los incendios que nos provoca la picantísima salsa de habanero, bebemos chorros de horchata de coco muy heladita. Aquí y ahora la vida es tan buena que hasta pienso en la posibilidad de hacerme campechana, cosa en la que el Querubín está totalmente de acuerdo siempre y cuando no lo incluya en mis planes.

Un abrazo y el deseo de que el año próximo sea muy bueno para México porque como que ya nos lo merecemos ¿o no?

adelace@avantel.net

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