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¡Qué tiempos aquéllos!¡Oh!

Cecilia Lavalle

¡Oh!, se nos puso nostálgico. Y no es para menos. Misiles a control remoto lanzados desde cómodas instalaciones mientras la tropa observa mascando chicle para luego aplaudir cuando da en el blanco. No, ya no es igual que antes. Pero bueno, eso le da cierta espectacularidad al evento. Lo que ya no le gustó tanto a Donald Rumsfeld, secretario de Defensa norteamericano, es que los avances tecnológicos alcanzaran también a los medios de comunicación. Él, que con tanto orgullo ha hablado de la superioridad de sus armas en esta guerra de conquista, no lo pudo evitar y se nos puso nostálgico. Sólo le faltó decir: ¡Qué tiempos aquéllos!

En las últimas décadas se ha dicho, y con razón, que las guerras ya no sólo se libran en el campo de batalla, sino en los medios de comunicación. No es un asunto nuevo. Ya en la Segunda Guerra Mundial se utilizaron para animar a la tropa difundiendo incluso información falsa. Pero los avances tecnológicos le han dado otra perspectiva al poder de influencia que tienen los medios informativos. Gracias a la comunicación electrónica, nos podemos enterar al instante de lo que sucede del otro lado del mundo; y no sólo de enterarnos, sino, y este es el punto importante, de formarnos una opinión. Por eso en países no democráticos lo primero que se silencia es a la prensa. Y por eso en países con regímenes democráticos se dice que la madre de todas las libertades es la libertad de expresión. Y por eso, en uno de los países que se ufana de ser ejemplo de libertades, se convoca al silencio patriótico, una especie de autocensura por el bien de la patria. Más ahora que el pueblo estadounidense ya empezó a ver en pantalla a sus muertos.

Donald Rumsfeld ha sido uno de los funcionarios del gabinete de George W. Bush que más ha buscado acotar la influencia de los medios de comunicación. Según él, todo lo que se publique puede causar daños a su país y, en este caso, a los militares que se encuentran en Iraq. La idea de la autocensura le funcionó bastante bien después del 11 de septiembre, especialmente cuando empezaron las flagrantes violaciones a los derechos civiles y humanos de cuanta persona les pudiera parecer levemente sospechosa. Sin embargo, una vez empezada la guerra la cosa cambió. Porque, para empezar, el gobierno norteamericano no controla (muy a su pesar) a todos los medios del mundo; y, para terminar, las noticias también son un negocio. Por ello entre los medios suele haber una especie de guerra por conseguir información exclusiva, o la más impactante, la más actual; porque eso se traducirá en más auditorio, más raiting, más anunciantes; en más dinero pues. Es así, que se ha abierto un abismo entre el silencio patriótico -junto a una visión, que raya en lo cursi, del destino manifiesto de salvar al mundo- y la información que se presenta en el resto del mundo.

Un ejemplo claro fue la transmisión de imágenes que difundió la televisión árabe Al-Jazeera de soldados norteamericanos muertos y capturados. Los medios norteamericanos o guardaron silencio o transmitieron sólo parte del material; pero, las imágenes le dieron la vuelta al mundo gracias a medios informativos de otros países. Otro ejemplo es la cada vez mayor difusión de los miles de heridos y muertos iraquíes, lo que aumenta la presión mundial para detener la guerra. De modo que entiendo el enojo, o más propiamente, la nostalgia que manifestara ante los medios el secretario de Defensa el pasado 25 de marzo. Casi me arranca lágrimas. Haga un ejercicio de imaginación, y póngale música de violín. Ahí le van:

La guerra en Iraq lleva apenas (¡apenas!) seis días, pero la cobertura permanente en vivo y en directo que le ha dado la televisión podría hacer parecer que ha durado semanas y no días. (¿Si el pueblo iraquí siente que ha durado una eternidad será por sus avanzados sistemas de comunicación masiva? ¿Basta que apaguen su tele para tener una justa dimensión del tiempo?). Al verlo todo simultáneamente -continuó Rumsfeld- el público podría tener una idea distorsionada de los hechos (¿Qué tan distorsionada? ¿Podríamos pensar que se trata de una masacre?). Y aquí viene la declaración estelar: “Piensen en la diferencia: En la Segunda Guerra Mundial no había televisión, la gente tenía radios, la gente iba al cine porque al principio pasaban un resumen de 15 minutos de lo que había ocurrido no el día anterior ni el minuto anterior ni la hora anterior ni en ese mismo instante, sino lo que había ocurrido toda la semana anterior”.

(¡Ah, qué tiempos aquéllos!, ¿verdad señor Rumsfeld? Un fascista podía invadir media Europa y ni quien se enterara sino días después. Un fascista podía arrasar poblaciones enteras sin la estorbosa y metiche presencia de la prensa. ¿Si usted hubiera sido judío, igualmente lamentaría la poca prensa? ¿Cuánto tiempo le gustaría que transcurriera entre la transmisión de un bombardeo y otro? ¿Tres días? ¿O prefiere un resumen semanal, con comerciales, artistas invitados y todo? ¿Cuánto tiempo es suficiente para que la sangre se enfríe y ya no se vea tan fea por la tele?)

¡Nada como los tiempos de antes! Pero no se preocupe señor Rumsfeld. De seguir como va el gobierno norteamericano, un día la guerra -como bien predijo Albert Einstein- será a pedradas. Con suerte ahí estará usted para atestiguarlo. Y entonces sí, tardaremos mucho en saber qué pasa.

Apreciaría sus comentarios: cecilialavalle@hotmail.com

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