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Que todo sea para bien

Adela Celorio

Desde estos días de vino y rosas en que la vida parece dorada, sólo se me ocurre pensar que el 2003 que comienza, habrá de ser el año generoso y abundante que los mexicanos nos merecemos después de resistir tantas crisis. Que el cambio se consolidará y que nuestro Fox acabará por asentarse y finalmente tomar posesión de la Presidencia con todo lo que tiene de bueno pero también con lo mucho que tiene de difícil y de impopular. -Esto de ser Presidente no se lo deseo a nadie-.

Paseando por estas sedosas playas habitadas por beautiful people -y nosotros no tan beautiful- es fácil imaginar que los días nuevecitos del año que tenemos por delante llegarán en perfecto orden a ponerse dócilmente a nuestra disposición para que hagamos con ellos lo que se nos pegue la gana. Que el tiempo se entregará sin resistencia y que la vida de los mexicanos se desarrollará en la paz y en el trabajo que son la única forma posible de alcanzar la educación y el desarrollo que tanto nos urge.

Con estas olas juguetonas como cachorros lamiéndonos los pies, es muy sencillo imaginar la felicidad. Desde aquí parece imposible creer que Bush se atreverá a encender en Iraq una hoguera cuyas llamas podrían alcanzarnos a todos. Que en nuestro país existen millones de pobres es una realidad inexistente desde la placidez de estos días, aunque ya sabemos que la vida no es dorada ni feliz como ha sido hasta ahora en la playa. Hasta para mí que no soy analista sino ciudadana del diario, observadora un poco mareada por la velocidad que ha tomado el mundo en este tercer milenio, es muy claro que la realidad no tiene nada que ver con todo esto. Que la vida real está en otra parte y que muy pronto reptaremos por la Autopista del Sol entre los miles de ciudadanos que vuelven a la Capital donde las cosas están muy lejos de ser lo que quisiéramos.

Carezco de información para emitir juicios confiables, pero basada solamente en mi condición de ciudadana ya puedo adelantar que el año que comienza trae consigo un alto grado de dificultad que exigirá de todos una actitud seriamente comprometida, para no entorpecer el cambio que con tanta dificultad estamos tramitando.

Sin embargo, de momento no me da la gana andar de realista y prefiero aprovechar este espacio para desearles que hagamos del 2003 -venga como venga- un tiempo benigno. Tal vez porque en este momento me siento satisfecha y agradecida y ese es un estado que lo hace a uno un poco simplón, quiero compartir con ustedes unas sencillas instrucciones que tal vez valdría la pena considerar antes de arrojarnos como kamikazes sobre el año:

“No creas todo lo que oigas, ni gastes todo lo que tengas, ni duermas todo lo que quieras. Da siempre un poco más de lo que se espera de ti y dalo alegremente. Cuando digas te amo o digas lo siento, hazlo desde el fondo de tu corazón, mirando a quien se lo dices a los ojos. Cuando te des cuenta de que cometiste un error, corrígelo cuanto antes y no gastes energías en justificarlo. Prohíbete el uso del verbo hubiera porque es un verbo maldito que sólo sirve para corroernos el alma. Memoriza tu poema favorito, enamórate como loco de alguien o de algo. Reza una oración por la mañana y cultiva la alegría, porque la infelicidad crece sola”. He aquí un manojo de buenas intenciones, casi nada, pero para echar a andar la cabeza después de este paro por vacaciones; tampoco está del todo mal.

ace@mx.inter.net

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