El operativo suicida ejecutado por tres jóvenes radicales palestinos, que el domingo pasado realizaron un ataque suicida sobre un puesto militar israelí, entraña una impugnación a la cumbre internacional por la paz, celebrada la semana pasada en Jordania.
La Cumbre convocada por la administración Bush, fue la respuesta a un reclamo de los aliados europeos de los Estados Unidos, incluida Inglaterra. En efecto, en las postrimerías de la guerra reciente contra Iraq, el primer ministro Tony Blair planteó la exigencia de un plan de paz en Oriente Medio, que atendiera al conflicto árabe israelí.
La convocatoria fue lanzada con toda intención en Irlanda, asiento de una larga guerra civil con tintes terroristas desatada en torno de motivaciones territoriales, políticas y religiosas entre católicos y protestantes, que parecía no ofrecer alternativas de paz.
Frente a la exigencia, los oficios diplomáticos de Collin Powell obtienen del Gobierno Palestino la designación de un nuevo primer ministro palestino en la persona de Mahmoud Abbas, personaje moderado que de esta suerte queda señalado como primero en la línea de sucesión de Yasser Arafat, a despecho de los grupos radicales islámicos.
La tendencia al extremismo como enemigo de la paz en el Oriente Medio no es exclusiva de los palestinos, según se concluye del atentado que segó la vida del ex primer ministro israelí Yzak Rabin, que fue el resultado de una conspiración dirigida por el Mossad y ejecutada por un joven fanático judío, en respuesta a la trayectoria pacifista del estadista.
Los esfuerzos pacificadores de fines de la década de los ochenta y principios de los noventa, generaron el reconocimiento al Gobierno de Yasser Arafat gracias a los oficios de la comunidad internacional y muy en especial de España, en cuyo suelo se realizaron las primeras conversaciones sobre el tema, si bien el documento final fue firmado en Oslo el 20 de agosto de 1993.
En torno al reconocimiento referido, los gobiernos de ambas entidades en conflicto trazaron un plan de convivencia basado en el paso de una dinámica de confrontación a otra de paz, que atendía los temas de infraestructura carretera, desarrollo social, fortalecimiento de la economía y protección ambiental enfocada al rubro de obtención y aprovechamiento de recursos acuíferos.
La población de Israel que incluye una buena parte de palestinos y la vecindad irremediable de ambos territorios, hizo que el objetivo del plan de paz fuera el de arribar a un Estado Confederado, lo que no es ni del agrado ni de la aceptación de los elementos radicales de ambos bandos, que han hecho y harán lo indecible para hacer fracasar todo intento de pacificación.
El atentado terrorista del domingo pasado no resiste el menor análisis, ni siquiera a los ojos de la lógica autodestructiva del sacrificio por propia mano. Al absurdo del suicidio de los jóvenes palestinos se suma la ineficiencia, pues se requirió el holocausto de tres de ellos para cobrar las vidas de tres militares y un civil israelíes.
La muerte específica de los involucrados en este y todos los casos semejantes, corresponde la oferta única del terrorismo como fenómeno político: El suicidio colectivo.
En función de poner un alto al terrorismo de una y otra parte, resulta positivo que al día siguiente del atentado el gobierno israelí haya demolido quince asentamientos judíos en la franja de Gaza, que fueron previamente desalojados en cumplimiento de acuerdos tomados en la reciente cumbre por la paz.
La negociación de “territorios por paz” con cargo al Estado judío, sigue siendo la premisa de todo intento viable de pacificación. La segunda fase apunta a la coadminsitración de la ciudad de Jerusalén y la tercera a la concertación de un pacto de confederación entre los dos Estados, el árabe y el judío.
En paralelo se debe avanzar en los acuerdos de contenido social, económico y ambiental, que hagan de las legítimos intereses de ambos pueblos un espacio de coincidencia y por ende de convivencia y mutua colaboración, hacia su bienestar común.