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Reflexión indispensable

Luis F. Salazar Woolfolk

El conflicto suscitado entre los reporteros que cubren la fuente de espectáculos en la Ciudad de México y el equipo de seguridad de la cantante y actriz Lucero, es una muestra del ambiente de crispación que afecta a la sociedad mexicana en su conjunto.

Lucero es un elemento relevante del ambiente artístico desde sus años de estrella infantil. Supo conservar la atención del público y como cantante adulta, alcanzó su mejor nivel bajo la dirección del maestro Rafael Pérez Botija. Como actriz vive un buen momento al trascender a los foros del teatro y es posible que refulja, en términos de su participación en la cinta sobre Emiliano Zapata que se rueda bajo la dirección de Alfonso Arauz.

Sin mengua de sus atributos y méritos personales, Lucero es producto del sistema de promoción de Televisa, que suele encumbrar o ensombrecer a las figuras de acuerdo a los intereses de la empresa. En su caso el consorcio televisivo ha marcado los pasos de su carrera artística, hasta el extremo de invadir su vida íntima con propósitos comerciales, con el consentimiento de la diva, en ocasión de su matrimonio con el cantante Manuel Mijares. La experiencia publicitaria debe haber resultado adversa a la vida personal y familiar de los involucrados, porque a la llegada del primer hijo de esa unión, un deseo de privacidad se apoderó de la cantante que a toda costa ha impedido que los reflectores iluminen al interior de su hogar.

Lo anterior y alguna otra causa hasta hoy desconocida, ha enturbiado los nexos de Lucero con sus antiguos promotores, lo cual se manifiesta en una mala relación con los medios de prensa, que estalló en el penoso escándalo ocurrido el jueves pasado.

Al cierre de la centésima presentación de la obra Regina en el Teatro San Rafael, los reporteros quisieron entrevistar a la estrella en el escenario como se acostumbra en estos casos. Los representantes de Lucero cancelaron el encuentro con la prensa, lo que encendió los ánimos. El resto es historia que hemos presenciado en las pantallas de televisión; los reporteros convertidos en una muchedumbre agresiva digna de estudio, son enfrentados por un guardia de seguridad que esgrimió en la trifulca una pistola.

Es cierto que los reporteros cumplían con su trabajo al igual que la artista y sus guardias, pero la reacción de las cadenas televisivas se antoja excesiva. En una sociedad acostumbrada a buscar culpables y alejada de la reflexión objetiva y autocrítica se forman bandos; el más grosero de los señalamientos en contra de Lucero, para su buena suerte proviene de Irma Serrano.

El público de la diva le ha dado muestras de apoyo, como lo prueba el lleno a reventar en las funciones de despedida de Regina el fin de semana y las numerosas llamadas de televidentes que piden límites para la actividad periodística.

Cada vez con mayor frecuencia, la sociedad interpela a unos medios de comunicación que suelen medir a los actores sociales con vara inflexible bajo el principio: “consejos vendo, para mí no tengo”. Sin embargo, tampoco faltan voces reflexivas como la de la Asociación Latina de Periodistas con sede en Florida, que sugiere a sus reporteros asociados una revisión autocrítica de lo ocurrido. Es evidente que frente a un hecho que se origina en causas provenientes de diversos factores, la responsabilidad debe ser asumida en forma compartida, como alternativa óptima para prevenir y en su caso resolver los conflictos sociales.

El hecho es lamentable, pero aún más la reacción excesiva de los imperios televisivos que se hace patente no sólo al través de los programas de chismes del medio artístico, sino de los noticieros principales.

Al fenómeno creciente de las guardias de seguridad privada que es síntoma de un mal social, en el caso se agrega el hipócrita señalamiento sobre la aparición de un arma de fuego de uso exclusivo del ejército. El tema del uso de armas para la protección de los ciudadanos en nuestro país, ha pasado de ser tabú a objeto de tolerancia discrecional y hasta de violación sistemática por parte de las propias autoridades de todos los niveles, sin que haya un consenso para reformar la Ley de la materia.

Es cierto como advierte Jaime Camil a Lucero, que los medios de comunicación mantienen viva o destruyen una carrera. Sin embargo, los tiempos que corren exigen a los medios de comunicación y a quienes laboramos en ellos, que respondamos de nuestros actos de cara a la sociedad.

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