Las fantasías que nos cuenta la historia de los grandes amores que han sucedido en la humanidad, por románticos e increíbles, nos han parecido cuentos de hadas. Sin embargo, los que, por crónicas de la época, nos enteramos del gran amor del Rey Eduardo de Inglaterra, por una plebeya divorciada por cuyo amor tuvo que abdicar al trono, comprendemos que el amor de una mujer todo lo puede y que el enamorado puede aceptar gustoso cualquier sacrificio, en aras de su pasión.
Conocí en un pueblo uno de estos amores que se pueden antojar de fantasía, pero por real quizá muchos lo hayan vivido así y ahora sólo estas letras les sirvan para recordarlo.
Hace muchos años, llegó una humilde familia de campesinos, eran los que llamábamos bonanzeros. Traían 3 hijos, el mayor de escasos 5 años se llamaba José.
Cuando nuestro personaje tenía unos 10 años, le hacían la broma de decirle que fulana o zutana era su novia. De inmediato le cambiaba de color el rostro, luego montaba en cólera y casi llorando negaba lo que de broma le decían. Era una verdadera fiesta ver la manera de actuar de José por su timidez y la vergüenza que sentía a la sola mención del amor.
Grande fue nuestra sorpresa cuando nuestro relatado que para entonces ya contaba con poco menos de 15 años, verlo por primera vez en un baile de barriada tratando de descifrar los complicados pasos de un bailable. Al siguiente día muchos de los muchachos de mi época, comentaban a los que no lo habían visto, lo que para nosotros era una hazaña en José.
Recuerdo que casi un año duró la alegría que había demostrado nuestro amigo, al grado de haberse sacudido la timidez del amor. De nuevo volvió a ser el hombre callado, con cierto dejo de tristeza y con gesto huraño.
Entre las muchachas de mi barrio destacaba por su alegría una graciosa jovencita de tez morena, de pelo negro azabache, ojos muy expresivos y una sonrisa que para todos era agradable, un poema pueblerino. Su cuerpo era de una esbeltez graciosa, sus casi 15 años los vivía con eterna felicidad. Su nombre Josefa, pero la conocían por Pepita.
Josefa era por ese tiempo una de las muchachas más solicitadas del barrio. Ella había estado un corto tiempo con una tía que trabajaba al servicio de una familia de acomodados. Pepita nunca vio con desprecio a nadie, pero se podía observar que a todos los que pretendieron, los juzgaba poca cosa. En pláticas contaba que un hijo de la familia con los que trabajaba su tía, la había pretendido. Contaba también que un muchacho que estudiaba no sé qué, se le había declarado. Esto como que daba cierta distinción y la hacía más apetecible a los ojos de los donjuanes del barrio.
Cierta ocasión, Pepita buscaba una dirección del pueblo, casual fue que encontrara a José y le pidió ayuda, nuestro personaje solícito la acompañó hasta encontrar lo que Josefa buscaba. Con una sonrisa de sus blancos dientes y un saludo de su blanca mano, agradeció a José su ayuda.
Desde entonces, nació en su interior un empedernido y silencioso gran amor. José sabía que era un sueño irrealizable, pero se aferraba a un imposible y se conformaba vehementemente con verla aunque fuera de lejos.
Pocos años después, Pepita se casó con un agente de ventas que periódicamente aparecía en el pueblo. Transcurrieron unos años para que se notara la ausencia en el vecindario de José, que se marchó a una ranchería cercana, donde se casó.
Varios años debieron de transcurrir para volver a tener noticias de Pepita y de José. Ella quedó viuda y con 4 hijos. José era casi un viejo sin siquiera haber cumplido los 40 años. Su ilusión por Pepita aún la tenía metida en su mente, como el primer día, a pesar que ya habían transcurrido 20 años.
Hará cosa de poco menos de 3 años, quiso el destino que volviera al pueblo la Pepita de nuestra historia. Aquella jovencita que fue de una belleza singular, los años habían respetado un poco su alegría de antaño, sin embargo, habían estropeado con saña inaudita su graciosa figura, que ahora lucía regordeta con casi los cien kilos, su tez antes aterciopelada, se veía como la tierra de los campos abandonados, reseca y con profundas grietas su voz antes melodiosa y cantarina, era como un lamento enronquecido... Pero, sobre todo, aquella sonrisa que era un ensueño por su gracia, incapaz de olvidarla, ahora era como una grotesca mueca, en la que ponía al descubierto la falta de algunas piezas dentales. Qué desgracia y qué bromas tan duras nos juega el padre tiempo.
José, al visitar el pueblo de sus años juveniles, casualmente encontró a Josefa y se supo que volvió a las copas, pero ahora con cierta alegría y charlando con cuanto vecino se encontraba y les platicaba hasta con cierto gusto. --Hace unos días, vi a Pepita. ¿Te imaginas? Ya tenía casi 30 años de no verla. Gracias a Dios que me concedió por fin esta dicha, porque al volverla a ver pude arrancarme del alma esa gran pasión que para mí fue como una condena que viví en los infiernos. Por fin he dormido sin la pesadilla de su dulce recuerdo. Ya he visto diferente a mi mujer y a mis hijos, sé que su amor y cariño no lo merezco, pues ellos han sufrido como yo por mi indiferencia. Todos fuimos a la iglesia y les juré ante Dios, que en adelante serían diferentes nuestras vidas. Al fin me siento libre... ¡Soy libre, por fin!... ¡Soy libre! ¡Soy libre!
José se alejó sin decir adiós, sus brazos se agitaban hacia el cielo, como en una interminable plegaria. Sus pasos vacilantes los guiaban sin destino y su voz se seguía escuchando... ¡Soy libre!
Los que lo veían pasar, indiferentes y sin comprender, apenas les prestaban atención. Solamente se comprendía que el ser humano se había liberado de una pasión que para él fue una pesadilla, cruel, revestida de un gran amor.
Tlalpan, D.F., año de 2003