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¡Regresen a Clinton!

Patricio De la Fuente González-Karg

Me inspira desconfianza el presidente Bush. Ustedes perdonarán lo lacónico del juicio, pero al hablar del mandatario yanqui la pasión acaba por matar todo intento de diplomacia y cordura, así de sencillo. Y bueno, a lo mejor mi juventud todavía permite que vaya al punto medular del embrollo sin otorgarle concesiones a un editorial conciliatorio o simple y llanamente no ando de humor para hacerlo el día de hoy.

George W. Bush ejemplifica al político medio en la unión americana: aquél cuyo discurso carece de retórica y por ello hace uso de frases y paralelismos dignos del estereotipo vengativo y francamente vulgar del clásico cowboy texano. Fuera toda relación con la lengua de Shakespeare, aquí se trata de llegarle a la mayoría del pueblo –sí, ésa que sigue viendo a México como un enorme burdel plagado de prostitutas y charros- mediante la utilización de frases como: “los quiero vivos o muertos”, “odio a Saddam porque intentó matar a mi papá”, entre otras ya clásicas en un individuo poseedor de un núcleo paranoide digno de preocupación.

Bush o la justificación de lo injustificable. Poco original, el mandamás busca cubrir enormes incapacidades en el terreno nacional haciendo del ámbito bélico el único punto importante de la agenda, sin embargo, estimo que a la larga el norteamericano promedio no perdonará el castigo que a su cartera implica una débil economía sin signos claros de recuperación y probablemente terminará por añorar a Clinton, quien a pesar de lógicos y negativos saldos en ciertas áreas, supo eliminar el déficit y cumplir eficientemente una lista importante de demandas electorales. La historia no perdona.

No, la historia no perdona a hombres que anteponen rencillas personales al ejercicio claro y mesurado del poder. Puede sonar surrealista la frase anterior, algunos objetarán que ocupando la presidencia de Estados Unidos la claridad y la mesura son virtudes de las cuales los mandatarios quedan huérfanos. A lo mejor, pero el actual titular del poder ejecutivo yanqui está huérfano varias virtudes necesarias en pos del buen gobierno.

Me comentan del maquiavelismo de Bush, de sus intenciones oscuras. Discrepo tajantemente: para ser o emular a Maquiavelo hay que refinarse en la forma y en el fondo, poner cara de poker, poseer una estructura mental sofisticada, imposibilitar a cualquiera para ahondar en los vericuetos de nuestra alma y de nuestra psicología. Bush, si me perdonan, es un ente bastante previsible que degrada al poder y sus laberintos, que no entiende de los claroscuros del hombre y los divide en amigos y enemigos.

Blair y Aznar siguen a la flauta mágica que entona: “están conmigo o contra mí”. Todos van a una guerra a todas luces absurda -¿habrá enfrentamientos no absurdos?- que hoy deja como fatal saldo miles de muertos y en el ánimo mundial la impotencia. Fuera la ONU, a la fregada con la opinión de las naciones, que al fin y al cabo el pensamiento imperialista suele ser unilateral y no admite contemplaciones, rebates, diálogo. No le hace, si no hay pretextos para invadir los inventamos, si los hacemos polvo ni modo, total…

Bush el hombre de los enemigos imaginarios. Injustificable el 11 de septiembre pero para ponernos en alerta son los razonamientos presidenciales absurdos que hace tiempo formularon un ¿por qué nos odian tanto? De antología el cuestionamiento, por ello deberíamos rebatirle con una petición así: sal de tu realidad constreñida a Texas, deja el rancho nomás tantito y vete a la biblioteca (si no sabes dónde hay una Fox te indica) saca del anaquel el libro titulado “historia universal”, léelo despacio y ahí encontrarás la respuesta, si ahí no viene acércate a preguntarles a los vietnamitas, a Salvador Allende o a cualquier lugar donde tu pueblo haya metido injustificadamente las narices aludiendo “el bien mundial”.

Se acaban los pretextos a menos que ahora se le ocurra afirmar que Mónaco u Andorra representan graves consecuencias a la tan abusiva “seguridad nacional” por ser países terroristas que cuentan con un arsenal atómico de importancia. Si no llega a la conclusión anterior o sale con otra irracionalidad ahora sí tendrá que responder muchas preguntas, sobre todo caerá en la cuenta del abandono hacia lo doméstico, situación que muy probablemente termine por costarle la tan ansiada reelección.

El horno no está para bollos, el nuevo orden mundial no debe admitir tal carga de demagogia que a nada lleva y termina por enfrentar irreparablemente a las distintas ideologías. Tristemente, a pesar de tan fatídicas lecciones que nos ha dado la historia, parecemos imposibilitados para comprender el peligro implícito en el ejercicio totalitario del poder y lo caótico que resulta tolerar a hombres reacios a ver la realidad posmoderna tal cual es, cada día más carente de fronteras, diversa y necesitada de un diálogo constructivo que le apueste a unificar, jamás a dividir.

Admirable la reacción de Vicente Fox ante la guerra. Si bien siempre nos hemos destacado por siglos de postración ante el poderoso, aquélla fue una de las pocas veces donde hicimos valer nuestra voz para señalar lo utópico, lo irreal, aquello injusto. Pero bueno, que al orgullo ultranacionalista de Bush en nada le cae en gracia una negativa, él, jamás acostumbrado –no lo hurta, lo hereda- a otras maneras de pensar. Fox, quizá hoy arrepentido, entonces no rectificó nunca, signo muy aplaudible en un hombre que suele cambiar de opinión un aproximado de cincuenta veces al día.

George W. Bush no entra en la categoría de malo, es más, hasta podríamos verlo como una persona buena que en ocasiones obra de acuerdo a su criterio, desgraciadamente dicho criterio –además de estar pésimamente asesorado- no termina por adecuarse a nuestros días y lo relaciona con estereotipos de anteriores mandatarios cuya efectividad se sigue cuestionando y cuyos métodos son reprobados por una colectividad que comprende los verdaderos, nefastos alcances de la política “destino manifiesto”.

Bill Clinton está imposibilitado constitucionalmente para un tercer período de Gobierno, Hillary no. Después de leer la autobiografía (Living History) de la hoy Senadora por Nueva York llego a una conclusión: hay políticos y uniones como la de los Clinton que están destinados a la grandeza, otros (Bush) no merecerían ser mencionados.

¡Hillary para Presidenta!

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