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Regreso al origen

Federico Reyes Heroles

Lo primero que recuerdo es el nombre de una institución para mi desconocida: la Ditchley Foundation. El tema del encuentro no podía ser más lejano a mis áreas de interés: la corrupción. Mi respuesta no se hizo esperar, no gracias. Vinieron después curiosos llamados de amigos, acepta, es importante que vayas. Las presiones ganaron y por fin llegamos a un precioso castillo cercano a Oxford. Ocho horas diarias de reuniones, tres días seguidos, interrumpidos por breves almuerzos y cenas formales. Empresarios franceses, egipcios, el subjefe de la policía de Nueva York, jueces italianos, abogados ingleses, todos dando rienda suelta a una larga colección de experiencias y anécdotas brutales. Se seguirían las reglas de la Casa Chatham: nunca decir quien habló de qué tema. La primera noche, en una de las viejas y enormes habitaciones del castillo, me preguntaba a mi mismo, ¿y yo qué demonios estoy haciendo aquí? La segunda noche, mientras unos elegantes meseros nos servían algo de vino, un robusto hombre se acercó y estrechó con firmeza mi mano. Sólo entendí su primer nombre, Peter, pronunciado con fuerte acento alemán. Sin mayor preámbulo me empezó a platicar de una organización creada por él para combatir la corrupción. Me habló insistentemente de esa pandemia, de su larga experiencia en el Banco Mundial, de los costos sociales y para el desarrollo del fenómeno y por allí se siguió. Beatriz que platicaba en otro círculo vino a mi rescate y yo, simplemente para cambiar de tema, le pregunté por su nacionalidad. Comenzamos a hablar en su idioma madre pero el tema no cambió: la corrupción. Además de su evidente obsesión el alemán era un hombre afable y cálido. Al día siguiente, en una larga mesa colocada al centro de una espléndida biblioteca, Peter Eigen, expuso un largo menú de acciones contra la corrupción igual en Nigeria que en Argentina o en Asia. Verdaderamente me asombró por su pasión, su optimismo e imaginación para buscar soluciones. Llega de nuevo la cena y Peter se me deja venir como pantera: es una pena que México no tenga un capítulo de Transparencia Internacional, ¿por qué no lo crea usted? ¡¿Yo?! Ante la insistencia imbatible y con el afán de sacudirme el lío prometí estudiarlo. Sólo eso.

De regreso a México un par de meses después llega una amable carta de Peter, al grano, cuándo creas el capítulo. La palabra sonaba entonces un poco vanidosa, peor aun, cursi: transparencia. La bibliografía internacional era interesantísima. Poco había de este lado. Comencé a comentarlo con amigos que por supuesto me decían fantástica idea, adelante. Lentamente un grupo de mexicanos de primera, de distintas especialidades y ocupaciones, todos ellos comprometidos con el tema, aceptaron formar un consejo y embarcarnos en la aventura(*).

Eso fue hace cinco años. En el camino pedí a un colega, Eduardo Bohórquez que me auxiliara. No había ingresos, ni sueldo, solo buenas intenciones. Comenzaron las invitaciones para sumergirse en la cuestión, Canadá, Sur África, Alemania, Costa Rica, Chicago, Brasil, etc. La red era tan interesante como agotadora, muchos aeropuertos, aviones y largas sesiones con el estilo de algunas ONGs: todo está a discusión todo el tiempo.

En el camino Eduardo y yo nos fuimos topando con las distintas versiones: los activistas, los institucionalistas, los litigantes, los culturalistas y también uno que otro profesional del engaño disimulado de trabajo filantrópico. Uno de los miembros más entusiastas del Consejo Rector era Humberto Murrieta, quien después de dejar la Oficialía Mayor de la primera Cámara de Diputados sin mayoría priista, nos aceptó fungir como Presidente Ejecutivo de la naciente organización. Pero a Humberto se lo llevaron prestado al IPAB cuatro años y por lo pronto había que entrarle a la chamba, seminarios, diseño de una encuesta con el apoyo gratuito de Edmundo Berumen, Roy Campos y muchos más, encontrar patrocinadores, acreditar a la institución, acudir a las reuniones anuales y regionales, entrevistas, citas de personas con propuestas, requerimientos de conferencias, firma de convenios y mucha, mucha corrupción. También nos topamos con algunas buenas noticias. Llegó la elección del 2000. Pensamos que los tiempos electorales solo manosearían a nuestro bebé, así que decidimos cuidarlo un poco. Transparencia no tenía recursos, -ni los tiene, nuestro trabajo siempre ha sido no remunerado-, vivía de prestado y francamente el asunto se miraba difícil: qué podían un pequeño grupo frente a un cáncer de esa magnitud.

Pasaron los meses, los años. Transparencia empezó a lanzar ideas y propuestas. Algunas prendieron: una encuesta con un índice, ley de acceso a la información pública, los pactos de integridad, manuales ciudadanos, seminarios sobre legislación internacional y otras. Para entonces comprendí que Peter era un verdadero personaje y que la organización era tan apasionante como intensa, reuniones con africanos, suecos, americanos, colombianos, lo que se pueda uno imaginar, todos proponiendo ideas y también locuras. No había recursos, pero podíamos decir que íbamos bien. Eduardo se convirtió en nuestro “canciller” y las millas viajadas fueron compartidas. Nuevos amigos se incorporaron, Eva Jaber, Alfredo Orellana, José Octavio López Presa. Cinco años se interpusieron. De pronto al volver el rostro la criatura había crecido y me demandaba más y más tiempo, que restaba yo del disponible para escribir y ganarme mis panes.

A finales del 2002, Humberto Murrieta dejó, para fortuna de Transparencia, el IPAB. Volvimos a la carga. Durante esos años trate de sobrellevar las embestidas que significaban tanto ajetreo y la operación de la criatura con la esperanza de su retorno. No me quejo, describo. En su más reciente sesión el Consejo Rector ratificó a Humberto Murrieta como Presidente Ejecutivo de Transparencia. Llegó la hora de traspasar la estafeta, de colaborar intensamente, pero desde otra posición, la original, la única que imaginé para mí mismo.

Hoy lo miro para atrás y pienso que valió la pena. Algo ha quedado en el camino. Los intereses y mezquindades, la ignorancia, las canalladas siempre existirán, pero hoy el debate es otro, más profesional. Gracias a todos por la ayuda de estos años. Necesitaremos más, mucha más. Será para bien.

(*) Actualmente el Consejo Rector de Transparencia Mexicana está integrado por: Manuel Arango, José Ramón Cossío, Sergio García Ramírez, David Ibarra Muñoz, Humberto Murrieta, Olga Pellicer, Ricardo Pozas Horcasitas, Luis Rubio, José Sarukhán, Ulises Schmill, Bernardo Sepúlveda, Felipe Pérez Cervantes es nuestro digno auditor.

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