Con varias comunicaciones fechadas a partir del 19 de julio se instaló de nuevo en el espacio público de México el Ejército Zapatista de Liberación Nacional, que en torno de sí mismo y su relación con el gobierno y el resto de la sociedad guardaba silencio desde hace 27 meses.
Después de mayo del 2001, cuando canceló su contacto con el exterior, frustrado su propósito de una reforma constitucional justiciera, el EZLN o mejor dicho el subcomandante Marcos sólo había hablado para una incursión en la política del Estado español, en que el líder insurgente no salió indemne. Y es que suscitó litigios no sólo contra el juez Baltasar Garzón sino también con ETA, de cuyos procedimientos terroristas se deslindó.
El subcomandante Marcos realizó varios anuncios, que pueden ser entendidos en una doble perspectiva: hacia dentro de las comunidades donde está presente el zapatismo, y hacia afuera, respecto de su relación con la sociedad y el gobierno. Si forzamos un tanto los términos, se trata de una reforma política del zapatismo armado y sus comunidades. A partir de una crítica y autocrítica que examina el desenvolvimiento de los municipios autónomos, treinta en total, los documentos del relanzamiento zapatista establecen tres niveles de organización y mando: en primer lugar, los consejos municipales, una autoridad colegiada que regula la vida cotidiana en términos semejantes a como lo hacen los ayuntamientos, pero que también dirimen conflictos.
En segundo lugar se establecerá un órgano nuevo, las Juntas de buen gobierno, que actuarán en un plano doble. Por un lado, serán autoridad de segunda instancia, para “atender denuncias contra los Consejos autónomos por violaciones a los derechos humanos, investigar su veracidad, ordenar a los consejos autónomos la corrección de estos errores y para vigilar su cumplimiento”, (no de los errores pues allí el subcomandante Marcos cometió un breve desliz, sino el de las órdenes que corrijan tales errores).
Por otra parte, las juntas redistribuirán los recursos de los municipios autónomos. A lo largo del tiempo, dijo el líder insurgente, se han creado privilegios o desigualdades dentro de las comunidades o entre ellas. Es que debido a la peculiar posición de tales comunidades, hay oscilaciones en su relación con la sociedad civil, nacional o internacional, cuyas aportaciones materiales han contribuido a la supervivencia de los zapatistas.
Las Juntas no centralizarán los recursos comunitarios pero corregirán iniquidades en su recepción. Por encima de las Juntas actuará la autoridad militar, la del EZLN. Aunque el zapatismo armado proclama que manda obedeciendo, no se engaña ni engaña: sus comunidades viven una paz precaria, hostigada por bandas paramilitares (y ocasionalmente por policías municipales, si bien ya no de manera sistemática como hasta el 2000) y por lo tanto imperan consideraciones de autodefensa, que obligan a que prime el mando castrense.
Al anunciar esta reforma política hacia adentro, el zapatismo armado se hizo de nuevo presente sin rendirse, sin mostrar arrepentimiento por su silencio y por aislarse, pero reconociendo tácitamente que tiene necesidad de no permanecer callado y en la marginación.
Por eso ha replanteado su relación con la sociedad civil. Lo hace de un doble modo, señalando un nuevo espacio físico de contacto y un nuevo modo político de vinculación. La inauguración de esa etapa es el motivo más inmediato de la fiesta a que convocó el EZLN y que se realiza en estos tres días, a partir de hoy y hasta el domingo, en Oventic: Los Aguascalientes se transforman en Caracoles. Hoy hace exactamente nueve años que se reunió la Convención Nacional Democrática, la primera modalidad de apoyo organizado de la sociedad civil al zapatismo. Al convocarse a una Convención, se evocó la que en 1915, en aquella ciudad, pretendió construir la unidad del movimiento revolucionario una vez derrotada la usurpación huertista.
Y por eso se llamó Aguascalientes al espacio físico, en Guadalupe Tepeyac, en que ocurrió aquella reunión de 1994 y después se bautizó con el mismo nombre a otros reunideros, espacios de encuentro entre los zapatistas y sus apoyadores. Clausurada ahora esa experiencia, surgirán los Caracoles que “serán como puertas para entrarse en las comunidades y para que las comunidades salgan; como ventanas para vernos dentro y para que veamos fuera; como bocinas para sacar lejos nuestra palabra y para escuchar la del que lejos está. Pero, sobre todo, para recordarnos que debemos velar y estar pendientes de la cabalidad de los mundos que pueblan el mundo”.
Los poderes institucionales reaccionaron ante la reaparición del EZLN. Eso buscaba, manifiestamente, el zapatismo armado, aunque se haya apresurado a negar que pretenda restablecer el diálogo con el Gobierno Federal. Si no hubiera sido ése su propósito, hubiera actuado como lo ha hecho cada primero de enero, en que sin aviso se reúnen las comunidades zapatistas para rememorar su insurgencia. El gobierno estatal rehusó incurrir en la condenación apresurada, como la que espetaron algunos legisladores federales, como si la nueva organización municipal zapatista implicara violaciones a la ley. (Ya veremos el domingo por qué no las hay).
Además acuarteló a sus agentes policíacos para evitar fricciones con quienes marchen hacia y se reúnan en Oventic. La Cocopa se aprestó a hacerse presente, aunque sea desdeñada. Y el Gobierno Federal permanece alerta. Veremos qué pasa.